Capítulo diecisiete.

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Deneb.

Me levanté de la silla al ver a Atria salir de la habitación donde su madre estaba curando a los heridos.

— ¿Te sientes mejor? 

—Cortó hasta el hueso, tardará en unos días en cerrar completamente —respondió. 

Su brazo colgaba con unas vendas para evitar que lo moviera.

—Al menos estás bien.

¿Qué demonios sucedía conmigo?

Trató de no sonreír, pero las esquinas de su boca temblaron y lamió sus labios para desviar la atención. Le funcionó. Ahora sólo veía sus labios rosados.

—Me quedaré unos minutos más, si quieres puedes irte —dijo.

—Puedo esperar contigo.

— ¿Estás seguro? Creí que querrías ver a Denébola.

Mierda

¿Cómo pude haberme olvidado de mi hermana por tanto tiempo? Sobre todo, porque acabábamos de estar en una pelea, pero cuando vi a Atria en el suelo todo lo demás se borró, la prioridad era que ella estuviera bien.

—Creo que está bien, lo puedo sentir —y eso era cierto, era una de las ventajas que nos daba esa loca conexión—. La veré más tarde, puedo quedarme contigo.

Asintió y dio media vuelta haciendo señas para que la siguiera. 

¿Dejaba a mi hermana por acompañarla y sólo ganaba un asentimiento con la cabeza? Ganaba más cuando eran un patán en la Tierra.

Entramos a la habitación conjunta, donde su madre estaba tirando unas vendas sucias. En una pequeña cama estaba Iotos; con los ojos cerrados su pecho subía y bajaba a una velocidad demasiado lenta, todo su tórax estaba vendado.

— ¿Estará bien? —pregunté, viendo el grave estado en el que se encontraba.

—Sí, es fuerte o no me hubiera casado con él —la madre de Atria tenía más sentido del humor que su hija; sonreír parecía natural en ella—. Le atravesaron la mitad del pecho, es un milagro que esté vivo.

—Es porque es un guerrero —corrigió Atria viendo a su padre al pie de la cama.

—Soy Deneb, por cierto —le dije a su madre.

—Y yo Gatria, la madre de Atria.

—Un placer conocerla, señora.

Ella rió sólo un poco, me recordaba un poco a mi madre en la manera de comportarse como una dama.

—En la Tierra deben de ser muy educados —dijo ella—. No sé exactamente qué es una Señora, pero sólo llámame Gatria. Lo que hiciste allá afuera fue sorprendente.

Sonreí, no sabía qué decir exactamente a eso porque no tenía una clara idea de lo que había pasado, sólo lo había hecho, sin embargo, no tenía una buena explicación.

—No lo molestes, mamá —le dijo Atria—. Creo que iremos a limpiarnos un poco para la Ascensión.

—Ya entendí, ya entendí. Nos vemos luego, tengo que arreglar aquí —dijo. 

Comenzó a hacer levitar todo lo que había usado, dejándolo en un solo lugar par a tirarlo.

—Vamos —me dijo Atria. Salió de la habitación y la seguí hasta otra; que era un cocina diminuta—. No puedes tener la cara manchada de sangre cuando hagan la Ascensión.

— ¿Qué es eso?

Tomó un lienzo cercano y lo lavó un poco con el agua.

—Es la forma en la que despedimos a nuestros caídos —respondió al mismo tiempo en el que ella ponía el lienzo sobre mi cara y comenzaba a limpiar la sangre seca que no era mía. La distancia entre nosotros no era mucha y ella se dio cuenta, porque dejó el lienzo en mis manos y se retiró—. La magia de tu cuerpo y tu alma se van a reunir con tu estrella, para que brilles eternamente.

Cygni.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora