Capítulo treinta y cuatro.

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Denébola.

Llevaba horas y horas sin poder dormir, el cansancio era demasiado pero lo único que veía cuando cerraba los ojos era la reproducción de cada uno de los momentos de la batalla que había visto, cada muerte que causé o la que no, lo vi una y otra vez como si estuviera ahí. Parecía tan real que seguía sintiendo el miedo, el calor y el dolor; incluso cuando no cerraba los ojos mi mente me jugaba sucio porque empecé a creer que seguía ahí, todo me atormentaba en cualquier momento.

Me quedé acostada en posición fetal, no me atreví a cerrar los ojos durante horas, simplemente fijé la vista en algo. Ya no lloraba pero estaba peor que eso, no me sentí con derecho a llorar más que el resto, no sabía cómo iba a poder ver a los ojos a cualquiera ahí en Cygni después de ser la causa de un plan que quizá cumplió su objetivo pero que se llevó entre las piernas a decenas de Luz, destruyó familias que aún no estaban destruidas, otras que ya habían tenido el dolor de una pérdida anteriormente y que volvía a sufrir, y una familia que apenas iba empezando.

Jabbah era mi mayor pecado... mi decisión más pesada, la que cargaba sobre mis hombros con mayor dolor. Cuando vi su cuerpo y a Electra junto a él no pude engañarme más, me había equivocado totalmente en pensar que atacar sería la solución. Yo había dicho que Jabbah fuera a la zona de despegue pero yo debí pensar en que serían muy pocos ahí y que él podría morir, pensé que estaría bien, pero era obvio que no fue así... y ahora, como consecuencia de un liderazgo que definitivamente no era para mí, dejé a un bebé que aún no nacía sin un padre con el cual crecer.

Tampoco me olvidaba de Yed y todos aquellos Luz que estaban en la torre siete con él... acepté lo que dijo, pero debí insistir más y buscar una solución al problema, no debí de rendirme y aceptar lo que él decía. Recordaba exactamente las expresiones del rostro de Yed cuando me pidió que quemara la torre, no quería y aún así lo hice, pero no sólo había matado Oscuros (como supuestamente era nuestro propósito), maté a muchos Luz, no sabía el número exacto pero eso no importaba. Ni siquiera había dejado cuerpos en los cuales les pudieran llorar, no les había dado la oportunidad de una Ascensión... no había dejado nada.

En mi cuarto no había una ventana y no podía ver el cielo para saber qué hora era, pero me daba igual, en realidad no pretendía dormir. No era nada valiente, porque sabía que si dormía iban a atormentarme todos mis muertos, decidí que no estaba lista para enfrentarlos y no sabía si algún día iba a estarlo.

Me levanté de la cama y me vestí, antes de acostarme me había lavado todo el cuerpo y el cabello, no soportaba ni un segundo más tener tanta suciedad encima de mí... aunque sin ella seguía sintiéndome igual. Salí de mi cuarto, cerré la puerta y me quedé viendo la de Deneb por un segundo, sólo la miré porque no esperaba nada. Caminé al final del pasillo, miré por la ventana por la que una vez me habían raptado y miré el cielo... estaba amaneciendo; era el tercer día que veía una amanecer hermoso pero con un ambiente totalmente inadecuado. Caminé de regreso por el pasillo, no había ningún ruido, toda la Academia seguía durmiendo y lo harían hasta la tarde, si es que no dormían todo el día.

La última habitación del pasillo, antes de bajar por las escaleras, era la de Atria y esa vez su puerta estaba abierta, me detuve antes de pasar frente a ella y escuché una conversación que no me correspondía escuchar y que tampoco deseaba.

—... todo está bien, Atria, lo prometo —decía Deneb en voz baja—. Ellos ya no están, ganamos. Los matamos. No volveremos a verlos.

—Estoy bien. Estoy bien. En serio —repetía Atria, pero su voz sonaba entrecortada, como si le costara hablar.

—Atria, no puedes engañarme. No podemos mentirnos sin que el otro lo sepa. Yo estuve allá contigo, sé por lo que pasabas.

—Estoy bien.

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