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Edward se sentó en la cama de estilo ecléctico que había en medio de su habitación y observó con detenimiento el anillo de oro blanco que llevaba colgando en su cuello como un dije. Le traía recuerdos, buenos y malos pero cada uno de ellos imborrable. Con un suspiro  y frunciendo el cejo, se deshizo de la cadena guardándola en un cajón, debajo de sus corbatas. Se volvió a sentar, apoyó los codos en sus rodillas y largó un suspiro profundo. La tarde había sido agotadora, tanto para él como para la señora que trabajaba en su hogar. Edward vivía solo o al menos era eso lo que respondía cada vez que alguien se lo preguntaba. Nunca se presentaba con las mujeres como soltero o casado, en realidad ninguna de las mujeres con las que había tenido una aventura se tomaba el tiempo de preguntarle sobre su vida personal; a ninguna de ellas le interesaba conocerlo como él quería. Con aquellos pensamientos, aflojó el nudo de su corbata gris y bostezó.

Mañana tendría que viajar a Marsella temprano , una ciudad al sur de Francia, por un seminario donde tendría la oportunidad de hablar sobre su último libro sobre Análisis del Discurso. Tenía todo listo, excepto su tranquilidad y paciencia la cual se habían perdido hoy en esta casa y con la señorita Le Brun en la conferencia. Solo le había pedido explicaciones, sin haber considerado que alguna vez una estudiante le respondiera de esa forma. Quizás había sido muy entrometido y eso le había molestado. Quizás debería dejar pasar el inconveniente.

Dejó de pensar en lo que había sido su día en cuanto la señora que trabajaba para él llegó con su cena en una bandeja.

—¿Muy largo día, señor Harry? —la señora con un cabello canoso le hizo la pregunta al tiempo en que dejaba la bandeja sobre su cama.

Él la miró y suspiró. Ana era una de las pocas personas que lo llaman por su nombre de pila. Todos sus colegas lo conocían como Edward Styles, e incluso sus estudiantes.

—Ya sabe ya lo difícil que es pensar en ella.

La señora Ana quería decirle que lo sentía y que en realidad todo pasaría, o que al menos el dolor pasaría y que encontraría a alguien mejor para él pero decidió actuar con cautela para prevenir algún berrinche del señor Styles. Se limitó a asentir y decidió marcharse.

—¿Ana?

—¿Sí, señor? —iba a preguntar cómo estaba ella pero se arrepintió negando con la cabeza y solo agradeció por la comida antes de que se marchara.

Cuando llegó a Marsella sintió una descompensación de inmediato. No le gustaba la ciudad, era cosmopolita y la más antigua de Francia, pero había varias razones para que se sintiera molesto en aquella ciudad; una de ellas era que Marsella era su ciudad natal y eso le traía recuerdos de su infancia; la segunda era porque había vivido muchos buenos recuerdos cuando era universitario. Tal vez por eso odiaba tanto esta ciudad porque le traía recuerdos de cuando era más joven, más inocente y más feliz.

Harry, o Edward -como todo el mundo lo llamaba-, entró al auditorio y tomó asiento en primera fila. Se pasó la palma de la mano por el mentón de una forma muy masculina, y miró al moderador. El hombre canoso frente a él lo había animado a estudiar y especializarse en análisis del discurso, sin él solo se hubiese conformado con el titulo de Licenciatura en lenguaje.
Richard siempre fue una buena influencia para Harry. Lo estimaba demasiado y la verdad, si Richard no hubiese hecho la invitación a este seminario, Harry estaría en su clase de posgrado viendo una vez más las caras de sus estudiantes queriendo aparentar saberlo todo. Era un trabajólico y era la única manera de despejarse la mente de los problemas que habían en su hogar.

Luego de ser presentado con formalidad por Richard, se incorporó, y caminó hacia el podio de madera para presentar los puntos más importantes de su nuevo libro por más de una hora y al finalizar aceptar un par de preguntas.

Vidas Cruzadas (H.S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora