No eran los ronquidos de mi hermano lo que no me dejaba dormir, sino la ola de pensamientos que no dejaban de susurrar en mi mente todo tipo de cizaña. ¿Era yo responsable de lo que había sucedido? Me frustraba no haber pensado en las catastróficas posibles consecuencias de hacer una pequeña fiesta para celebrar Navidad... ¡y en la noche! ¿Qué estaba pensando? No. No había sido mi culpa, ¿Cómo podríamos haberlo sabido? Se suponía que era trabajo de Ion y de Jeff encargarse de esas cosas...pero Jeff si se encargó, estaba en contra de todo. ¿Entonces era culpa de Ion? El chico estaba deprimido: había pasado por todo un infierno alrededor de la fundación del Colegio; estaba vulnerable y Jessica se aprovechó de ello, ella era la responsable. Pero la chica nunca hubiera logrado nada de no ser por mi ayuda, ante la clara negativa de Cari y el escepticismo de Paul. Y ahí estaba yo otra vez, culpable de todo cargo, con toda la sangre en mis manos...al menos veintisiete muertos.
Pronto sentí que las paredes se hacían cada vez más pequeñas y que mis ideas me sofocaban, tenía que salir de allí. Sin pensarlo dos veces me puse de pie y salí hacia el pasillo sin estar seguro de hacia dónde iba. Al llegar a las escaleras creí que lo mejor sería salir al patio para refrescarme un poco, pero pude escuchar voces desde la explanada, del equipo limpiando el desastre de la batalla, recogiendo los cuerpos...no. Me di media vuelta y preferí subir al techo. No todos saben que es posible subir a la azotea del edificio y afortunadamente yo era de los pocos que sí gracias a Paul, quien había estado desde tan joven en esa escuela que incluso bromeábamos con que había nacido en la sala de maestros. En cuanto atravesé el umbral pude sentir el viento invernal apoderarse de mí, pero no hice más que estremecerme un poco. El clima no era suficientemente frío para hacerme volver a esa jaula que tenía por habitación. Caminé hasta el centro, me tiré en el suelo.
El cielo estrellado me resulto extrañamente reconfortante. A diferencia del espeluznante color rojizo que reinaba durante el día, en ese momento, no había más que oscuridad y pequeños tintineantes. Podía incluso imaginar que no era el fin del mundo y creérmelo. Durante la noche no había que extrañar la normalidad. Como deseaba que de pronto todo se invirtiera. Que nos dedicáramos a dormir durante el día para disfrutar de la noche sin miedo al apocalipsis. Pero era un engaño, el mundo ya no era como antes. Ni siquiera el cielo nocturno lo era, aunque lo pareciese: ahora había veintisiete estrellas más allá arriba, por mi culpa.
— ¿Vienes a aullarle a la Luna? –preguntó Jessica detrás de mí. Casi me da un infarto al oír su voz.
— ¿Qué haces aquí arriba? –pregunté.
— No puedo dormir, te escuché y te seguí. ¿Qué haces tú aquí? Solo.
— Las estrellas me hacen compañía.
— ¿Puedo unirme?
— Adelante.
La chica se recostó junto a mí y estuvimos en silencio durante un buen rato, hasta que decidí que se estaba volviendo incómodo y que de alguna forma tenía que decir algo.
— Antes solía salir cada noche con mi padre al patio, veíamos las estrellas –recordé—. Me enseñaba las constelaciones, cada una de ellas.
— ¿Qué le pasó? ¿Murió en la Infección?
— No, murió mucho antes que eso... a veces uno piensa que ya lo superó, pero en realidad... no estoy seguro de si es posible hacerlo.
— Enséñame las constelaciones.
Reí.
— No las recuerdo, era demasiado pequeño. Solo lo recuerdo a él enseñándomelas. ¿Qué hay de ti? Habías mencionado que...
— Quizás no sea buen momento para hablar de familias –evadió el tema.
— Tienes razón.
— Nos tocó ser de los que sobrevivimos, ¿no?
— Yo no quiero sobrevivir, quiero vivir.
— Lo de la fiesta...fue terrible –recordé—. Y sucedió por pensar así.
— ¿Qué quieres decir? –preguntó.
— Queríamos darle algo de alegría a este lugar y solo...conseguimos que murieran veintisiete personas.
— Treinta –me corrigió—. El último conteo decía treinta.
— Genial, treinta estrellas que no me dejaran dormir.
— Tampoco me los saco de la cabeza, ¿sabes? –admitió—. No me arrepiento por haber pensado así, sigo creyendo que fue buena idea, pésima ejecución, pero buena idea... quizás...no sé.
— Treinta personas que murieron por nosotros, ¿habrá alguna forma de compensarlo?
— ¿Compensarlo? –me preguntó—. ¿A quién? A decir verdad, debemos ser los únicos que se ven como responsables del asunto...
— No los sé, a ellos...
— Ellos están muertos, no creo que les importe mucho que hagamos ahora...
— Bueno, al universo...a mí mismo. ¿Habrá una forma de quitarme esta sensación de que lo arruiné todo?
— ¿Qué te ayudaría a compensarlo? –preguntó.
— No lo sé, la sensación de que hice lo correcto. De que gracias a mí hay veintisiete personas a salvo...eso es, salvando veintisiete personas.
— Treinta...
— Sí, eso, treinta personas. Quizás entonces, me sienta mejor.
Silencio.
— Vamos a colarnos –me invitó.
Me incorporé y la miré tratando de adivinar si estaba jugando conmigo o si lo decía enserio.
— ¿Qué?
Me sonrió.
— Muy probablemente salgamos pronto de aquí, entonces perderemos nuestra oportunidad de redimirnos, de hacer algo bien...tómenosla ahora. Vayamos con Jack, cuando estemos de regreso, habremos salvado a todo el Colegio.
¡La chica tenía que estar demente! Atravesar la ciudad podía ser un suicidio. Hacerlo voluntariamente, abandonando la paz y seguridad que teníamos dentro de estos muros, en definitiva, podía definirse como un suicidio. Pero... ¿y si tenía razón? ¿Y si eso necesitaba para volverme a sentir tranquilo? La idea comenzó a crecer en mi cabeza como una luz. Tal vez su idea no era tan descabellada. ¡No! También había sido idea suya la fiesta de Navidad y había terminado mal...pero, ¿no ya había estado yo cerca de una semana allá afuera? No la había pasado tan mal con Cari y Paul, y eso que estábamos completamente desarmados y confundidos. Allá afuera de nuevo, tendríamos el equipo y la información suficiente para llegar a nuestro destino. Tendríamos a Jack. Y al volver, podría estar tranquilo. Incluso si esto no ayudaba, prefería la idea de estar en la ciudad ayudando a sacar a todos de esta pesadilla que estar encerrado en mi habitación lamentándome por treinta personas.
— Es una locura.
— Toda la Infección es una locura.
— Nos matarán.
— Posiblemente lo intenten.
— Es arriesgado.
— Sin arriesgarse no se gana.
— ¿Ganar qué?
— No lo sé. Una conciencia tranquila. Salvar a una centena de personas, quizás más. Y ¿por qué no? Una buena historia que contar para cuando todo esto termine.
— ¿Cuál es el plan? –pregunté interesado.
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Virus Letal I: La Infección
Science FictionTodo comenzó cuando a media clase de Historia las explosiones aparecieron por todo el cielo. En un párpadeo, la ciudad ya era caos total con la aparición de un extraño virus que convierte a las personas en...dios, no quiero ni pensar en esa palabra...