Parte I: Capítulo 1

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Una pequeña niña jugaba en el jardín lleno de lodo feliz de que la lluvia había acabado, por fin podía salir a jugar y quizás ver a la señora Carmen, su anciana vecina que siempre le daba galletas y algunas veces le cuidaba o le preparaba su comida para la escuela.

—Niña, ¿Qué haces ahí? —Preguntó la anciana viendo a su pequeña vecina jugando en el lodo. —Te estás ensuciando la ropa, Nicki. Tu madre te va a regañar. —La señora Carmen exhaló el humo de su cigarrillo.

—Pero abuela Carmen, hace días que no salgo a jugar. —La niña hizo un pequeño puchero.

—Te he dicho que no me llames abuela, niña. Y eso no es excusa, mira cómo has quedado. —La niña vio su ropa manchada por el barro. —Ve a cambiarte, lavaré tu ropa antes de que llegue tu mamá. —La niña asintió y antes de entrar de nuevo a su casa se volteó para ver a la anciana.

—¿Me darás galletas hoy, abuela?

—Sí, sí. Ya anda rápido. —Nicole asintió entrando a casa. —No hay remedio con esta niña.

Nicole se cambió rápidamente su ropa sucia mirando el reloj que colgaba en la pared de su casa, aún quedaba tiempo para que su madre llegara. La niña morena con rasgos latinos caminó hasta la casa de su vecina con una gran sonrisa, aunque Carmen fuera gruñona y malhumorada, a la pequeña Nicole le agradaba e incluso pensaba que era una anciana dulce y cariñosa a su manera.

—Abue, ya estoy aquí. —Ella tocó la puerta hasta que la anciana la abrió con el ceño fruncido.

—Nicole, te he dicho que con una sola vez basta. No estoy sorda. —Nicole asintió haciendo caso omiso entró a la tan conocida casa de su vecina como siempre viendo las velas junto a la Virgen de Guadalupe. —Eres un pequeño demonio de Tasmania.

—Soy una niña. —Carmen sonrió divertida al ver como Nicole se había ofendido ante su comentario. —¿Y mis galletas?

—¿No has comido? —Preguntó ante la insistencia de Nicole, la niña negó. —Pensé que tu madre te ha dejado comida.

—El microondas ha dejado de funcionar. —Murmuró.

—¿Y por qué no me has dicho?

—Mamá dijo que no debía molestarte tanto. —Carmen al ver a la niña bajar su mirada sintió como su corazón se ablandaba.

—Nicki, tú nunca serás una molestia para mí. —La anciana dejó su mano sobre su cabeza. —Te preparé algo mucho mejor que galletas, ¿Si?

—¿En serio? —La anciana asintió.

—Te prepararé un plato de puré de papas con...

—¡Una hamburguesa!

—Bien, con una hamburguesa. —Sonrió la anciana.

Nicole comía las galletas mientras leía el libro que la Señora Carmen le había ordenado leer pues decía que los textos que leían los niños de su edad en la escuela eran una basura y que no dejaría que ella fuera una niña estúpida, por eso usaba los mismos métodos que usó con sus hijos para lograr que salieran de aquel barrio.

Carmen vino a Estados Unidos con el sueño americano, el cual no logro realizar a la perfección hasta que conoció a su esposo, Dylan. Dylan era militar y le daba la mejor vida que podía a su esposa para evitar que trabajara como camarera, pero esta era muy testaruda para aceptar ser una mujer dependiente de su esposo. Tuvieron tres hijos, Michael, Tomás y Shannon, a los cuales se encargaron de darles lo mejor que podían. Cuando Dylan murió en la guerra sus hijos eran unos adolescentes y Carmen tuvo que seguir adelante a pesar del dolor de perder de aquella forma a la persona que amaba. Los hijos de Carmen le habían ofrecido más de una vez vivir en otro lugar, pero está siempre se negaba a dejar aquella casa, era su casa y sentía que tenía una responsabilidad con la pequeña Nicole.

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