Megan bajó del elegante auto junto a Hayley, ambas tenían una gran sonrisa mientras hablaban de cosas totalmente irreverentes mientras caminaban hacia sus casilleros que estaban uno al lado del otro. Las mejores amigas compartían clases, así que ambas caminaron al gimnasio de la escuela. La clase de gimnasia era la favorita de Hayley, siempre podía demostrar que era más rápida que su mejor amiga que era una niña algo torpe.
Ambas niñas ahora tenían diez años, y poco a poco se convertían en unas adolescentes. Las mejores amigas eran inseparables por eso Kate Robbins se encargó de matricular en aquella escuela a Hayley por petición de su hija, y su madre se encargaba de cuidarlas durante la tarde hasta que alguno de los padres de Megan llegase a casa.
—Mañana será mi fiesta de cumpleaños, Hayley. —Dijo emocionada la niña de mirada celeste.
—Lo sé, Meg. Me lo has repetido toda la semana. —Hayley fingió fastidio para molestar un poco a su amiga.
—Esta fiesta será grandiosa. Mis abuelos irán y ellos son muy divertidos, también irán los hijos de los amigos de mis padres y algunos chicos de la escuela, pero lo más importante es que los dos me prometieron estar ahí. —Su amiga sonrió levemente. —Además, habrá una torta de panqueques.
—Eso es magnífico. —El silbato del entrenador las interrumpió y se reunieron con los demás chicos de su clase.
Al pasar el tiempo, Hayley había logrado salir de su caparazón gracias a la ayuda de Megan quien la incentivo para que conociera a sus amigos de la escuela, los cuales eran muchos. Megan seguía siendo una niña querida en su escuela, ella era amable y linda con todos, además siempre estaba preocupada del otro. Sin duda Megan era como su madre, quizás el hecho de pasar más tiempo con ella influía, incluso ahora que su madre tenía su propio Buffet.
Edward Robbins pocas veces cumplía sus promesas con su hija, el trabajo lo había consumido completamente y aunque muchas veces quisiera estar, el miedo de perder tan sólo un dólar era demasiado. Aún quedaban años por pagar su préstamo con Gino y era mejor cumplir con el contrato que arriesgarse a las consecuencias que podría traer el incumplimiento del contrato.
Cuando volvieron a casa, Megan se sorprendió al ver a su madre ahí, ella llegaba en dos horas más como mínimo, casi nunca llegaba temprano a casa.
—¿Mamá?
—Hey, hola chicas. —Dijo la mujer levantando la vista de los archivos que tenía.
—Has llegado temprano. —Megan la miró de una manera extraña. —¿Ha pasado algo?
—Quería adelantar trabajo en casa, mañana no iré a la oficina por tu cumpleaños así que si venía temprano pensé que podría trabajar hasta tarde. —Ella se levantó y apretó la nariz de su hija de una forma juguetona. —Hayley tu madre te busca para que se vayan a casa, ya he hablado con ella para que mañana te quedes con nosotros. —La niña morena asintió con una sonrisa.
—Hasta mañana, tía Kate. Nos vemos mañana, Meg. —Su amiga le dio un rápido abrazo antes de ir junto a su madre.
—Megan, apenas termine con esto cenaremos juntas, ¿Si, cariño? —Megan asintió.
—Tengo tarea. —Dijo subiendo a su habitación, ella sacó sus cuadernos y se dedicó a hacer lo que hacía cada vez que Hayley se iba, estudiar.
A Megan no le gustaba aparentar que se sentía triste por la distancia que se había formado con sus padres, cada vez que había alguien presente fingía que todo en su vida iba bien y era feliz con ella, incluso delante de sus padres. Pero la verdad era que la niña extrañaba los tiempos en donde vivían con sus abuelos y ellos siempre jugaban con ella o simplemente se tomaban el tiempo para escucharle. Seguramente la fiesta que habían organizado para mañana fue planeada gracias a la gente del servicio y Hayley, ella sabía que sus padres apenas la conocían, pero al menos contrataban a alguien para que se encargara de preguntar y organizar todo. Desde que su padre había asumido como presidente en la empresa "Robbins", sus cumpleaños se habían vuelto elegantes fiestas para los vecinos y socios de Edward. Al menos cuando vivían con sus abuelos ellos sólo invitaban a sus amigos de la escuela y a sus padres para celebrarlo, no había formalidades ni nada por el estilo. Mañana se realizarán dos fiestas y Megan ya tenía ambos atuendos hechos a la medida listos, por la tarde sería una fiesta de disfraces y por la noche se realizaría una fiesta más elegante en donde todos los adultos participarían y ella iba a tener que recibir sus regalos, comer un poco, abrir los regalos e irse a la cama mientras sus padres seguían en el patio de su casa. Pero Megan no se quejaba, al fin y al cabo, todos esos regalos iban a la caridad.
Kate trabajaba en el estudio de su esposo revisando una y otra vez los archivos del asesinato de Jake Simpson, ella le creía a Madison cuando le dijo que ella no asesinó a su novio, pero todas las pruebas y los testigos la apuntaban a ella, algo raro estaba pasando ahí y no podía descubrir qué era. No era la primera vez que un caso así llegaba a sus manos, ella se sentía totalmente inútil al no lograr acreditar la inocencia de sus clientes, pero los verdaderos responsables de los crímenes debían ser unos genios para lograr manipular la evidencia y hacer que todo apuntara a uno de los sospechosos de la policía. Ella sólo esperaba encontrar hasta el mínimo error del verdadero criminal para poder demostrar la inocencia de su cliente y ayudar en la verdadera investigación.
—Mamá, la cena está lista. —Megan se asomó por la puerta del estudio viendo a su madre.
—Sí, claro. Enseguida voy, tesoro. —Ella asintió antes de ir a la mesa. Kate miró los papeles y fue a la caja fuerte de su esposo, esos papeles eran sumamente importantes y sabía que la única forma de mantenerlos a salvo era en aquella caja reforzada.
Kate intentó con algunas posibles combinaciones, pero al intentar con el cumpleaños de su hija pudo lograr abrirla. Dejó la carpeta ahí notando una carpeta negra, que extraño. Su esposo no era de dejar papeles importantes en casa, todos los asuntos legales los dejaba en su oficina. Kate lo tomó y al leer el contenido del aparente contrato que contenía la carpeta la cerró rápidamente junto a la puerta de la caja fuerte.
—Señorita, ¿Quiere que vaya por su madre?
—No se preocupe, Freddie. —Megan le dijo con una pequeña sonrisa. —Ella ya llegará. —El hombre asintió observando como a la niña se le borraba la sonrisa rápidamente.
—Fred, gracias. —Kate llegó a la mesa con una mirada seria y ambas comieron en silencio.
—¿Vendrán los abuelos? —Megan preguntó sin apenas mirar a su madre.
—Siempre vienen, Megan.
—¿Y tío Rob?
—Siempre viene, Megan. —Repitió y la niña sólo asintió.
—¿Dónde está papá?
—En su trabajo. —Su mano apretó con fuerza los cubiertos.
—Espero que no llegue a casa cansado, mañana será un gran día. —Kate sólo suspiró antes de ver los ojos de su hija, aquellos ojos que tenían un brillo de esperanza.
—Si Meg, mañana será un gran día. —Ella acarició su mejilla un momento con una pequeña sonrisa.
Al día siguiente durante la fiesta con sus amigos, familiares y algún invitado de sus padres, Megan apenas vio a su padre un par de veces hablando con algunos de sus socios. Quizás si no hubiera sido por sus abuelos y Hayley ella no hubiera podido disfrutar aquella fiesta infantil. Por la noche, ella y Hayley eran las únicas menores en la fiesta, su padre la tomó en sus brazos tomándola por sorpresa.
—Feliz cumpleaños, princesa. —Él besó su cabeza con una pequeña sonrisa. —¿Te ha gustado todo esto? —Ella asintió con una pequeña sonrisa. —Lo mejor para ti, princesa.
—Gracias, papá. —Él volvió a dejarle en el piso.
—No tienes que... —Y antes de poder terminar de hablar un hombre llegó, aquel hombre que siempre en los eventos de sus padres estaba presente. Ese hombre nunca le dio buena espina.
—Feliz cumpleaños, Megan.
—Muchas gracias. —Murmuró bajando la mirada.
—Te he traído un regalo. —Él sacó una caja de su espalda dándosela a la pequeña niña.
—Muchas gracias, señor Sanders. —Cuando la niña destruía el papel, Edward vigilaba a Gino Sanders. —Vaya, es genial. —La niña tomó la muñeca que se parecía a ella con una honesta sonrisa, era muy linda, algo aterrador, pero muy linda.
—Tienes que cuidarle muy bien —Él miró a Edward con una mirada algo tenebrosa. —, ahora tengo que hablar con tu padre, ¿Si?
—Si. —Ella se fue con una sonrisa.
—¿Y eso? —Edward le preguntó.
—Sólo un regalo, relájate. —El hombre rio, pero eso no le relajó. —Además, es una forma de recordarte que me debes mucho dinero y conozco a toda tu familia.
—Gino, no tienes de qué preocuparte. Tendrás hasta el último centavo que acordamos.
bsouut
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Killer Love
Teen FictionNicole García creció en las calles del Bronx teniendo una niñez llena de violencia y maltrato, cuando cumple 12 años decide dejar su casa para escapar de aquel infierno entrando a otro. Cuando por fin piensa encontrar ayuda con una joven mujer que d...