La Pequeña Emily

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Llegué al hospital y fui corriendo a recepción a preguntar por ella.

-¿En qué le puedo ayudar?

-Estoy buscando a Alena Fiore, ¿dónde está?

-Hum...Sí, acaba de entrar en la sala de parto, en la tercera planta. -No podía esperar al ascensor, así que cogí las escaleras y subí deprisa. Busqué por todos lados, cuando encontré el cartel y vi a Liz en uno de los asientos fuera de la sala.

-William, tienes que entrar. -No le di tiempo a que dijera nada más y entré, enseguida la vi y me acerqué a ella.

-Lena, ya estoy aquí.-Cogí su mano y de repente la apretó y me hizo un poco de daño.

-Will, no pensé que...dolería tanto...

-Ya está, pasará pronto.

-Bueno...tiene que dilatar 7 cm más.

-¡Siete!-Casi me rompe la mano de lo fuerte que está apretando. -Will llama a mi madre.

-¡Sí, claro!-Cogí el móvil corriendo y marqué su número, en cuanto contestó se lo di. -Aquí tienes.

-Mamá...Sí, estoy en el hospital. Dime algo para pasar esto mejor, es horrible...-Lo puso en manos libres y mientras mi mano sufría mucho.

-Alena, tú solo respira profundamente y olvídate del dolor.

-¿Cómo quieres que me olvide del dolor? -Dijo ella casi al borde de los nervios.

-Me haces daño, relájate.-Después de esto iré a que me hagan una radiografía de la mano, debo de tenerla echa polvo.

-Yo voy a tomar un café, las madres primerizas van para largo...¿te traigo algo, futuro padre?

-Un café está bien.

-¡William!-Me gritó enfadada. -No sabes cuanto te odio ahora mismo...

-No la pagues con tu marido, que yo también tuve que sufrir mucho contigo. No te preocupes William, esto nos pasa a todas.

-Sí, es mejor que desahogue, pero que no rompa la mano a ser posible.

-Yo estoy poniendo todas mis fuerza para sacar a nuestra hija de mí. Tu mano ahora no es importante.

-Sí crees que no puedes más, pide la epidural, aunque hay muchas desventajas.

-¡Por Dios!¿Dónde está el médico?

-Ya viene, respira...

Volvió, me dio mi café, pero cada vez que bebía, ella me miraba con una mirada asesina peor que la mía cuando me enfadaba. Alena sufría, pero a mí me gritaba y decía cosas que me dolían un poco. Aunque sabía que era el dolor el que hablaba y no ella. Nunca diría que fue un error casarse conmigo, ¿verdad? A veces no sabía si lo decía en serio o no. Al menos tenía un sillón para sentarme, aunque mi mano no la soltaba.

Perdí la noción del tiempo, creo que han pasado tres horas desde que llegué.

-¿Cuánto queda? No lo soporto más...

-Algunas pueden pasarse 12 horas aquí.

-¿Qué? No, no...William por dios, mátalo ya. -Se refería al médico, que parecía muy tranquilo en esto.

-Tranquila Alena, no falta nada, menos de 2 cm y ya estará fuera. Vaya, tienes la mano muy roja amigo, ¿te traigo hielo?

-Creo que si digo que sí, acabará matándome a mí.

Una media hora más tarde, Alena empezó a empeorar sus gritos y el médico entró de nuevo. Llamó a una enfermera que entró deprisa y empezó a dar órdenes.

Chicos MalosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora