— ¿Te sientes bien? — preguntó Lady Tremaine a su hija, Annie, cuando la miro pálida en el carruaje.
—No. Siento que todo... todo me da vueltas, madre... — contestó.
— ¡Alto! ¡Deténgase! — le pidió al conductor del carruaje y por obviedad también se detuvo el de atrás, donde iba su segunda hija con su marido, el príncipe Hans.
Griselda, quien había bajado de su carruaje, se asomó por la ventana del de su madre para preguntar qué estaba sucediendo y Lady Tremaine solo apunto a Annie diciendo — Tu hermana se siente muy mal. Tal vez deberíamos regresa. Ningún día de fiesta está por encima de la salud de tu hermana. Tu puedes irte si así lo deseas. Eres libre—.
— ¡Hay tía! — Se quejó Charlotte — Solo está nerviosa. Es obvio que con su cara yo también me sentiría insegura. Cuando lleguemos al castillo se le pasara. ¡Vamos tía! ¡Vamos! ¡Conductor! ¡Vamos, vamos! Se nos hace tarde—.
El conductor estuvo a punto de echar a andar a los caballos pero Lady Tremaine lo detuvo. Miró a Charlotte con una frialdad que superaba la de los glaciares y le dijo con esa cortesía de dama que nunca perdía: —Charlotte. Si se hace tarde puedes ir caminando tu misma, nadie te detiene—.
Charlotte sintió un gran peso en su cuerpo, la mirada fría de su tía siempre había sido de las pocas cosas que no podía soportar. Tomó su abanico de mano y comenzó a lanzarse aire al rostro para evitar sudar mientras desviaba la mirada, evitando la de su tía a toda costa.
— Mamá, —hablo Anastasia— no se preocupen por mí. Puedo regresar caminando a casa. No hemos recorrido mucho camino—.
— ¡Por supuesto que no! — dijo su madre. — No voy a dejarte ir sola en la penumbra y menos en ese estado—.
— Entonces la llevamos nosotros— dijo Griselda. —Ustedes pueden adelantarse, nosotros llevaremos a Annie de vuelta a casa. Quizá, así como lo dijo la foca circense de Charlotte, Annie se sienta mal por los nervios. No te preocupes, mamá, si ella se pone mejor regresamos los tres al baile. Solo ve, ¿sí? Además, en todo caso yo no pierdo nada, ya tengo un marido—.
Después de darle tantas vuelta, Lady Tremaine terminó por ceder.
Annie subió al carruaje de su hermana y cuñado con ayuda del mozo. Por la forma en cómo la miró Hans, Annie supo que estaba muy sorprendido por su presencia.
— ¡Vamos! ¡Vamos! —Apresuro Griselda al chofer.
Durante todo el trayecto dentro del carruaje, Annie no se sintió muy cómoda y pareciera que su cuñado tampoco, ya que de vez en cuando se aflojaba el cuello de la camisa. La única que pareciera disfrutar el momento fue Griselda, quien sonrió durante todo el tiempo.
Cuando llegaron a la mansión, Hans le ayudó a subir las escaleras y Griselda a acomodarse en la cama. Después de eso, Hans salió de la habitación para fumar un poco de su pipa. El tiempo transcurrido fue de alrededor de veinte minutos. Luego de eso, planeaba regresar para ver el estado de Annie, pero su esposa se adelantó, entrando y asegurando la puerta. Si Hans tuviera rayos laser en los ojos se habría dado cuenta de la sonrisa divertida y maligna de Griselda cuando aseguro la puerta.
Dentro de la habitación, Annie se sentó en la cama, recargada en el respaldo. Una vez que había dormido un poco, se sentía bien nuevamente.
— ¿Cómo te siente? ¿Mejor? —.
— Si. Creo que era falta de sueño, o quizá comí algo malo... no lo sé—.
— Si, debe ser eso — murmuró Griselda, a quien no parecía importarle mucho la salud de su hermana. Después tendió una taza de té a Annie. — Bébelo, te hará bien. Después de beberlo tendrás la suficiente energía como para aguantar toda la velada —.
ESTÁS LEYENDO
LEGACY: Las Hermanas Tremaine
Historical FictionSAGA LEGACY LIBRO I A este trío de hermanas las une algo más que la sangre. Un hombre, para ser más específicos. Mientras que la hermana mayor, superficial y la más hermosa, lucha por lograr una posición socialmente destacada. La segunda hermana may...