55. Marta

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En el gimnasio, tardan en llegar los clientes a los que debo guiar. Me paso la tarde terminando algunos papeles pero, sobre todo, mirando a través del cristal la sala de calentamiento, en la que cinco chicos están entrenando. En realidad no sé por qué la llaman sala de calentamiento, si en realidad tiene de todo para hacer ejercicio, y los chicos estos llevan ya una hora sudando la gota gorda. No tengo mucho trabajo hoy, a pesar de que por la mañana no he hecho nada por ejercer de guía, pero esque realmente ayer adelanté muchos papeles y tampoco hay últimamente muchos nuevos clientes que inscribir o clases del gimnasio que organizar.
Así que hasta las 7 no llegan los clientes de los empresarios. Y, cuando lo hacen, resultan ser bastante más agradables que los señores de esta mañana. Aunque casi todo son hombres (menos dos mujeres de mediana edad, que resultan ser hermanas), se comportan de manera mucho más correcta y son menos pesados que los de esta mañana. A los empresarios tuve que enseñarles cómo funcionaban las máquinas, explicarles cuánto debían hacer ejercicio para tener una buena forma en el menor tiempo posible, e incluso me pidieron que les recomendase la mejor marca de barrita energética. Parece mentira, pero yo sabía contestar a todas sus preguntas, pues me he informado bien estos días. Pero era asqueroso intentar disimular mi verdadera opinión, que no había ejercicio que pudiera convertir sus barrigas en tabletas si no dejaban la cerveza, y que recetarles barritas energéticas sería un desperdicio.
- Guapa, ¿me enseñas dónde está la piscina?- me dice uno de ellos.
- Claro, si no le importa esperemos a que el resto del grupo termine de ver la sauna y se la enseñaré.- le respondo a un hombre algo menudo, con barba y una sonrisa excesivamente blanca.
- Bueno, como quieras. Pero no hace falta que me hables de usted.
Consigo reunir al grupo y nos dirijamos a la piscina, en la planta más alta. No cabemos todos en el ascensor, así que subimos en dos grupos. En el primero viene el hombre interesado en la piscina, un jovencito algo distraído y en mi opinión bastante atractivo (aunque no por ello del todo guapo), dos señores que no paran de cristicar el mal trato que tienen los empresarios de esta mañana con ellos, sus clientes, y una de las hermanas. Insisten en ir pasando a la sala de la piscina en lugar de esperar al resto del grupo en la puerta, así que entramos. Es un espacio muy amplio, más grande que todo el piso bajo, con varios jacuzzi, una gran piscina climatizada y otra sin climatizar. Al rededor se extienden numerosas duchas de agua fría, caliente y tibia, taquillas y máquinas de agua. A la derecha se encuentran los vestuarios. Hace bastante calor en el recinto y, al igual que esta mañana, me pilla por sorpresa pues en esta ciudad el caluroso verano se suaviza al ser una zona costera. Les enseño la piscina y todas sus actividades; y el único que tiene preguntas es el hombre de barba.
- ¿Hay que venir con bañador entero?- pregunta, realmente interesado, y yo no sé qué responderle.
- No sé a qué te refieres con bañador entero. Está permitido todo tipo de bañadores, tanto los de pantalón largo como corto de hombres.
- No, me refiero a las mujeres. ¿Pueden venir en bikini?
- Y a ti eso en qué te incumbe, pelirrojo.- le responde la mujer, sin saber yo si lo dice en plan borde o de broma. Además, en realidad el hombre no es pelirrojo, solo tiene una barba algo rubia, tirando a anaranjada.
- Claro que pueden, no está restringido ningún tipo de bañador tanto como para hombres como para mujeres. Pero, y esto es una opinión personal, supongo que es más cómodo el bañador entero para nadar. ¿Tienes alguna amiga a la que quieres traer? Podemos hacerle un descuento si...
- No, no es por ninguna amiga.- me interrumpe.- Era por saber.- dice con una sonrisilla picarona.
Yo me río por dentro, intentando que no se me note. A lo mejor debería no hacerme gracia el comentario, o pensar que es un viejo pervertido. Pero estoy aburrida y en este momento me entretiene, así que me entra una risita difícil de disimular. Por dentro me reprimo por mi estúpido e infantil comportamiento, recordándome que muy probablemente en otra situación este hombre me caería fatal. Así que trato de girarme para que no vean mi cara de póker, y les conduzco hacia los vestuarios. Creo que he conseguido que no se den cuenta de mi risa cuando me fijo, de reojo, en que el jovencito (que en realidad es obviamente menos jovencito que yo) me está mirando con cara de extrañado. Detrás mío, otros dos hombres se ponen a comentar con el de la barba sobre si habrá chicas guapas en el gimnasio, y la mujer les mira con cara de asco. Es obivio que está gente no se conoce de fuera, tan solo tienen en común ser clientes de una misma empresa que les ha recomendado un gimnasio. En los vestuarios no hay mucho que decir, y entonces caigo en que el otro grupo ya debería estar aquí. Me giro con la intención de salir e ir a buscarlos cuando oigo que la puerta se cierra. El último en entrar ha dejado que se cierre en lugar de sujetarla con el tope. La abro pero, ante mi asombro, no da resultado. Trato de abrirla traquilammente otra vez, pero no cede. Parece atascada. Pruebo de nuevo, esta vez con más fuerza. La mujer me ve y viene a ayudarme. Pero nada.
- Dejad a los hombres- nos dice el de la barba al ver nuestros intentos fallidos. Se acerca y pone todo su empeño en abrirla.
- Ya ves que no era cuestión de fuerza- le digo con retintín.
Todos prueban a intentar abrirla, e incluso el jovencito se une y ayuda a tirar de ella junto con otros dos. Entonces todos se partan de la puerta y me miran a mi. No sé qué esperan que diga.
- No sé cómo se ha podido atascar. Esta mañana estaba perfecta.- me encojo de hombros.
- ¿Y no tienes una llave maestra, o algo así?- me reprocha la mujer.
- No se cierra con llave, sino con pestillo. Y ya ves que el problema no es ese, sino que el propio cierre se ha atascado.- le digo, algo nerviosa.
- Esperemos a que venga el otro grupo, no puede tardar mucho más.
Pero la mujer se pone a dar golpes y a gritar en la puerta, histérica.
- ¿Quieres relajarte, mujer?- le dice de mala forma uno de los dos hombres, el más alto.- Tan solo estamos encerrados, enseguida vendrán y nos sacarán.
- Claro, no pueden tardar mucho más.- les digo para tranquilizarles, con una sonrisa de disculpa, pues me siento algo responsable.
Nadie dice nada, y no parece que hayan llegado aún los otros, fuera no se oye un alma. La mujer vuelve al nerviosismo y yo la intento tranquilizar, pero me dice que hace demasiado calor como para relajarse. Eso es verdad, sin embargo, yo cada vez me siento más tranquila, y no sé por qué. Me pasa a menudo, en ciertas situaciones en las que debería preocuparme, que simplente consigo mantener la mente fría y manejo el asunto demasiado tranquila, simplemente indiferente. Pasan unos minutos, así que me siento en uno de los bancos del vestuario de hombres, a esperar. El joven hace lo mismo. Uno de los hombres empieza a resoplar y a poner cara de fastidio, y el otro simplemente se dedica a investigar los baños del vestuario. Empieza a hacer bromas con la mujer, algo sobre la limpieza de los baños, y ella sé ríe, más relajada ahora. El de la barba se sienta a mi lado.
- Bueno, ¿y ahora qué?- me dice, como siempre sonriendo.
- No pueden tardar mucho los otros... ni siquiera me explico que aún no hayan llegado. Tinen que estar en la sala de jacuzzis o algún sitio alejado de la piscina principal, pues les oiríamos.
- Ya, pues a mí me huele a que o no van a subir o, si lo han hecho, ya no están aquí.- Se encoje de hombros, tranquilamente, como si fuera algo obvio que nadie va a pasar por aquí...
Entonces yo empiezo a preocuparme un poco, ¿y si no vienen? Entonces nadie vendría hasta que nos echaran en falta... Bueno, notarían que no estamos pronto, pues el otro grupo depende de nosotros y Santi quería despedirse de los clientes antes de que se marchen. Así que trato de conservar la calma, y miro al chico jovencito. Él, como leyéndome el pensamiento, habla.
- Sólo hay que esperar a que noten nuestra falta, que no será tarde. No pasa nada por esperar aquí unos minutos.
- ¿Minutos? Quizá se acerque a la hora, no creo que nadie suba aquí en un tiempo ya que la secretaria ha cerrado esta planta para la visita.- interviene el que resoplaba, el alto. Yo me siento algo culpable, pero sé que no lo ha dicho a malas.
- ¿Estás culpando a la secretaria?- dice el otro hombre riéndose, con su cara amigable a la que ya me estoy acostumbrando.
- Yo solo digo que no es prudente cerrar una planta entera así de repente. Ahora nadie vendrá.
- ¿Pero qué estás diciendo?- El joven se levanta, con cara de incrédulo.- Te recuerdo que Marta ha cerrado la planta para nuestra mayor comodidad, desagradecido.- Me alga que al menos uno se haya quedado con mi nombre, pues me he presentado al principio pero en toda la ruta no me han llamado otra cosa más que chica, guapa y secretaria.- Que no es prudente dice, ¿es que acaso era predecible que nos fuésemos a quedar encerrados?
- No pasa nada,- le digo antes de que pueda contestar el otro. Lo último que me faltaba es una pelea.- debemos tranquilizarnos, seguro que Santi sube enseguida.
El joven vuelve a sentarse y le pregunto su nombre, ya que él sabe el mío. Resulta llamarse Javier, el de la barba es Luis, el alto maleducado Ramón, su compañero Juan y la mujer es Ana. Transcurre una hora y yo, más que nerviosa, estoy sorprendida. No logro entender cómo es que no ha venido nadie... el otro grupo tenía que subir sí o sí, o al menos notar nuestra ausencia allí abajo. Y Santi... no ha venido, y prácticamente ya son las nueve, la hora a la que termino. Tendría que haberme venido a buscar para despedirse de los clientes, o al menos haber notado mi falta pues a estas horas suelo estar cerrando los últimos asuntos en la secretaría. Seguro que vendrá en diez minutos, cuando sean las nueve, pues no me encontrará ni a mí ni a los clientes y le extrañará.
Así que me levanto, por cuarta vez, y empiezo a andar por los vestuarios. Pregunto la hora al Javier cada dos minutos, y él me dice que me relaje, que sí o sí tendrán que venir a las nueve, antes de cerrar. Yo caigo en que en realidad no cierran a las nueve, sino a las diez. A las nueve nos vamos la mayoría del personal, pero aún se quedan los clientes más amantes del deporte. Pienso en decírselo y corregirle, pero después me retracto pues, para qué. Santi vendrá a las nueve, que es cuando él se marcha, así que no tiene sentido quitarles la esperanza aclarando que el gimnasio cierra a las diez. Por su parte, el resto del grupo, aceptando ya que no íbamos a quedar aquí un rato, se ha puesto a hablar sobre la empresa de la que son clientes; a sacar trapos sucios pero también a alagar en ocasiones el buen servicio. Ni siquiera sé muy bien de qué es la empresa... esta mañana sus trabajadores hablaban sobre algo relacionado con logística.
Sin embargo, pasan los minutos y nadie viene. A las nueve y un minuto yo ya estaba de los nervios, pero a la vez aliviada pues sabía que en cualquier momento nos llamaría Santi desde fuera. A las nueve y cinco ya no entendía nada, pues pocas veces se ha quedado Santi hasta pasadas las en punto. Aún así, tenía la esperanza de que hoy se hubiera quedado un poco más, con la excusa de buscarnos, y viniera en cualquier momento. Pero esque ya son las nueve y veinte, y la gente se está empezando a poner muy nerviosa. Yo no sé qué hacer, y les repito uno y otra vez que es como les digo, que Santi siempre se va a las nueve y no tiene sentido que no nos busque. Pero algunos no me creen, otros piensan que debo de estar equivocada, y los sensatos como Javi (el jovencito) y Luis (el de la barba) simplemente se resignan a seguir esperando. Bueno, lo de Luis no sé si es sensatez, porque nunca he conocido a un hombre de más de treinta años tan vacilón, infantil, bromista, pervertido, locuelo y alborotador como él. Y no lo digo sin fundamento, sino que sé que es así porque llevo todo este tiempo escucharle conversar, y su actitud y comentarios más de una vez nos han sorprendido a todos. Mi vejiga ya no aguanta más, así que me dirijo a uno de los baños.
- ¿A dónde vas, secretaria?- me interroga Ramón, el alto.
- Al baño- le digo, y continúo andando.
- No puedes.- la voz de Luis hace detenerme por un momento.- Es un baño de chicos.- me dice. "Ja ja, muy gracioso", pienso. Así que le miro enarcando una ceja con cara de "y porque tú lo digas", y me meto en el baño. Es un poco vergonzoso, que está a tan solo unos metros de donde están ellos, y se me oirá hacer mis necesidades. Así que tiro un poco de papel al interior del vater, para evitar que suene el pis al caer. Al salir me miran todos debido al estruendo que hace la cadena. Y, entre broma y broma de Luis sobre "lo poco femenina que es la secretaria", se hacen las diez menos cuarto. Llegados a este punto, Ana no para de gritar para que vengan a "rescatarnos". Sí, rescatarnos, así lo llama. Está histérica de nuevo y dice que empieza a tener claustrofobia. Ninguno nos lo creemos, pues sabemos que es su imaginación por el estrés. Pero no conseguimos calmarla, hasta que finalmente Ramón pega un grito que nos deja a todos sordos.
- ¡Ya está bien!- exclama.- En nada serán las diez y vendrán antes de cerrar, así que cáyate de una vez, señora.- le dice muy molesto. Pero, afortunadamente, Ana responde con cara de ofendida y sentándose en un rincón. Por fin silencio de nuevo.
Y, de repente, oscuridad. Silencio y oscuridad. Han apagado las luces.

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