60. Nacho

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No me quiere hablar apenas, solo me dice que gracias por venir a buscarla, y se para a darme un abrazo tras despedirnos de Carol. No sé si lo ha hecho para tranquilizarme y que me calle, algo así como un abrazo de "estoy bien, no insistas", o sí de verdad ella lo necesitaba. El caso es que obviamente yo le correspondo, y la abrazo fuerte, pensando en lo agobiado que estaba de que le hubiera pasado algo grave. Y, aunque "solo" haya estado encerrada, en realidad sé que algo, y no muy bueno,  ha ocurrido. Porque el chico ese con el que estaba ahí dentro le ha preguntado si está bien, y le ha dicho que el resto son unos gilipollas y que no se preocupara por ellos. Eso es que algo le ha pasado para que no esté bien, y lo peor es que ni siquiera quiere hablarme del tema.
- ¿Quieres que vayamos a tomar algo? No has cenado.- le propongo cuando llegamos al Hostal, antes de subir a la habitación.
- Apuesto a que tú tampoco. Pero yo no quiero nada. Si tú tienes hambre no me importa acompañarte al restaurante.
- No, mejor subimos directamente.
Una vez arriba, nos ponemos el pijama en silencio. Ella en el baño y yo en la habitación. Parece mentira lo nuestro que hemos hecho este lugar, lo rutinaria que parece esta situación... Ya tenemos de todo, hasta cepillo de dientes. En un principio por la generosidad de Álvaro y Carol y ahora gracias a nuestro salario. Marta tiene unos cuantos conjuntos para el trabajo, cuatro o cinco; y yo dos camisetas, dos pantalones y dos de ropa interior. Compré solo lo justo para mantenerme limpio, pues no quería abusar y gastar el dinero de Marta, ya que hasta hace nada era solo ella la que trabajaba. Supongo que ahora que yo también cobro podré permitirme algún capricho. Pero, sinceramente, a mí la ropa aquí me da igual. Tengo otras prioridades.
Tras vestirnos, Marta viene a la cama, en la que le espero tumbado, y se acuesta mirando hacia arriba. Yo apago la luz, pero acto seguido ella la enciende desde su lado. Me mira solo un segundo.
- Nacho, no quiero que estés preocupado por lo de hoy.- empieza, y yo trato de decir algo, pero no me deja.- Chss, déjame seguir.- Y me toca el brazo, aún mirando hacia él techo.- Voy a contarte cómo ha sido para que veas que no hay de qué preocuparse, pero déjame terminar y agradecería que dieras por válido lo que te cuente.
- ¿Por qué no iba a darlo por válido? Ni que no me fueras a contar la verdad.- le digo, y ni yo sé si lo he dicho con ironía o no.
- Claro que es verdad lo que te voy a contar, pero me refiero a que no me hagas luego muchas más preguntas, y te conformes con lo que te diga. Si te lo cuento, que en realidad me gustaría no hacerlo, es para saciar tú... curiosidad.
- No es curiosidad Marta, solo quiero saber si te ha pasado algo y por qué ese chico te ha preguntado si estabas bien.
- Se llama Javi, y no me ha pasado nada. Solo hemos estado encerrados unas horas, pero los estúpidos empresarios se han puesto de los nervios. Todos venga a gritar y a acusarme de que no era normal que ocurriera eso, que si qué clase de puertas teníamos en el gimnasio y bla bla; e incluso cuando estaban ya desesperados me han acusado de conocer la manera de salir o de tener una llave.- Yo tengo muchas ganas de interrumpirla y decir un "qué se han creido esos para tratarte así", pero me contengo.- Además, la mujer era la más histérica, y la situación ha empeorado para todos cuando se han apagado las luces. Hemos estado dos horas completamente a oscuras, sin ver nada más que la hora con el reloj de Javi. Y, la parte querías oír, él me ha preguntado si estaba bien y me ha dicho que no les hiciera caso y que no tenía la culpa refiriéndose a las acusaciones de los demás. Yo no me las he tomado como algo personal porque sé que estaban nerviosos y no querían pasar la noche encerrados, pero obviamente algo incómodo ha sido y Javi es el único que se ha comportado con madurez.
- No puedo creer que sean tan gilipolllas, pero qué se han creido. Es increíble que unos adultos se comporten así.- opino cuando ha terminado.
- Eso mismo he pensado yo. El caso es que gracias por buscarme, porque parecía que nadie iba a hacerlo. Aún no entiendo cómo es que han cerrado el gimnasio con nosotros dentro, pero tampoco he querido investigarlo ahora o ir a buscar a Santiago porque estaba cansada.- dice el nombre completo de su jefe, claramente molesta.
- Marta, Santi ni se ha enterado de que habían cerrado su gimnasio porque se ha ido incluso antes de tu hora de salir. Lo han arrestado, estaba hace nada en la cárcel.- Y le cuento todo.
Ella se sorprende al principio, y luego no opina mucho sobre el tema, sin saber qué decir. Creo que, tras pensarlo mejor, sí le cuadra una historia así con la forma de ser de su jefe. Así que la noto algo triste, decepcionada (o más bien una vez más cerciorada de que Santi es un capullo), y sin saber muy bien qué pensar.
- No sé si decirte que hubiera preferido que fuera culpable o que me alegro de que le hayan dejado libre. Pensándolo de forma egoísta, a ningún empleado le combiene que su jefe no pueda ejercer. Pero por otra parte quizá se lo hubiera merecido, pasar un tiempo más encerrado, yo que sé.
- Bueno, según la policia no fue él quién pegó a Raúl. Lo que no entiendo, es por qué entonces el chico no quiere delatar al autor. Pero bueno. ¿Apago la luz?
- Sí, buenas noches.- susurra.
La apago, y acto seguido paso la mano por debajo de la sábana y cojo la suya. Ni se puede imaginar cuánto me alegro de tenerla esta noche aquí, por unos momentos he pensado que no la iba a ver hasta mañana (como pronto), que estaba perdida y no la encontraría. Me siento realmente tranquilo sabiendo que finalmente está aquí, durmiendo conmigo, como siempre. Ella me corresponde dándome la mano también, y suspirando.
- Te he echado de menos. Ahí dentro. Te lo prometo.- Hace una pausa.- Me ha recordado a esos primeros días en los que se hacía de noche en la selva. La confusión de no ver nada. La única diferencia es que esta vez no estabas ahí, y eso se ha notado.
Es ahora uno de esos momento en los que no sabes qué decir. Pero no por falta de palabras o forma de expresión, ni por miedo a decir lo incorrecto. Más bien por falta de pensamientos,  esa sensación de no saber qué decir porque realmente no hay nada que decir, el escuchar es suficiente. Sus palabras claro que han causado algún pensamiento en mí, pero no el suficiente para verbalizarlo. Solo pienso lo que he pensado siempre: que su palabras no me sorprenden pues siento que su compañía ayuda de igual modo, que me hubiera gustado estar ahí con ella, y... nada más, que la quiero. Pero todo eso ella ya lo sabe. Así que, ante la falta de un nuevo pensamiento que verbalizar, me quedo callado. Quién quiere hablar existiendo los gestos. Solo aprieto su mano con más fuerza, y suspiro. O más bien respiro alto, no lo sé.
Durante la noche, sueño que me encierran en una especie de reformatorio, de esos para menores... Paso allí un día antes de que me digan en qué he faltado y, transcurrido este tiempo, el jefe del reformatorio-prisión viene a verme. "No se debe ser tán bueno con la gente, de bueno pareces tonto." me dice. Yo encajo las palabras al principio extrañado, pero después reflexiono y lo veo un buen motivo para encerrarme. Me convencen sus palabras de que soy un peligro para la sociedad, para el orden natural de las relaciones humanas. Paso allí unas horas más, e incluso conozco a chicos a los que han encerrado por causas más normales en una prision, como matar a alguien o robar. Ellos me cuentan que vivir en una cárcel no es tán malo, que es solo lo que cuentan en la televisión para que la gente no haga cosas malas. Y yo me lo creo. Me dicen que lo único que echan de menos son las chicas, pues es un reformatorio solo para hombres. Y, a pesar de ser para menores, yo veo muchos adultos y chicos de dieciocho años como yo. Pero como es un sueño, en ese momento todas estas cosas las veo normales. En medio de la confusión, observo que ya no estoy en el reformatorio-prisión, sino que es mi casa, y está mi amigo Edu. Bueno, en realidad sí sigo en el reformatorio, lo único que ahora el interior de este ha cambiado. Pero, repito, es un sueño, así que en ese momento lo veo normal. Es solo cuando me despierta una palmadita en el pecho cuando caigo en que nada era real y reflexiono sobre lo soñado en los cinco primeros segundos de mi despertar.
- Nacho.- las palmaditas en mi pecho continúan. Y ante el tacto de una piel contra la mía recuerdo que me quité la camiseta por el calor. Como siempre, estoy sudando. Entonces caigo en que quien me llama es Marta.
- Dime, ¿qué pasa?- digo, algo alarmado y en alerta al igual que siempre que me despierta a estas horas.
- Nada grave. Es solo que si me puedes acompañar abajo.
- ¿Abajo? ¿A dónde?- le pregunto desconcertado, y ya incorporado en la cama. La luna me permite ver en parte su postura, está también sentada frente a mí.
- A la máquina de comida que hay en la recepción. Tengo hambre... lo siento. Iba a bajar yo pero era por sí...
- Sí sí, tranquila.- la interrumpo.- Voy.- Apoyo los pies en el suelo para calzarme y me agacho a por mi camiseta, tirada en el suelo.
- Era por sí te despertabas y veías que no estaba, y ya de paso a ver si también tenías hambre.- continúa.
- Sí sí, seguro que por eso.- bromeo, claramente más despejado.- Lo que te pasa es que te da miedo bajar sola.
Ella, para mi sorpresa, lo admite y se ríe.
- Bueno, un poco.- Después de su risita se calza también y enciende la luz de la mesilla.- Pero enserio, siento despertarte. De verdad que, aunque en realidad sí que quería que me acompañaras por lo de no bajar sola y eso, no estaba dispuesta a despertarte. Pero luego he pensado que quizá si te despertabas no sabrías dónde estaba.
- Pues tienes razón, has hecho bien. Espera que cojo unas monedas.
Bajamos silenciosamente para no despertar a los demás inquilinos, pero Marta rompe la calma con una risita, que suena a traviesa. La miro entre la penumbra, extrañado ante su repentina carcajada y a la vez con cara de reprimenda por hacer ruido. Ella empieza a andar como de puntillas, no sé si de verdad intentando no hacer ruido al pisar o haciendo el tonto. Y suelta otra risita, lo que me recuerda a esas noches de campamento o viaje de colegio en los que salías de la habitación a escondidas para ir a la de amigos o la de las chicas, y no podías evitar unas risitas. Sabías que al más mínimo ruido se enterarían los monitores, pero esa extraña sensación de felicidad y miedo se disparaba en una risita nerviosa que prácticamente te delataba casi siempre. En la máquina, Marta coge un sándwich de pavo y yo uno de huevo con atún. La máquina hace bastante ruido también, exagerado en comparación con el profundo silencio que se respira. Pero, por suerte, nadie viene a regañarnos.
De nuevo en la habitación, comemos tranquilamente, casi sin hablar más que para afirmar que están muy buenos los sándwiches. Después nos metemos de nuevo en la cama, pero ya demasiado despiertos como para conciliar el sueño de nuevo. Así que, a pesar del calor, nos quedamos medio tapados con la sábana el uno frente al otro. Llega un momento en el que tengo que quitarme la camiseta de nuevo, pero soy incapaz de desprenderme de la fina sábana. Marta me lee el pensamiento.
- Con que no aguantas la camiseta pero sí taparte con la sábana, ¿eh?
- Exacto, esque no sé que tendrá pero es imprescindible para dormir incluso en verano. Por mucho calor que se tenga, sigue compensando taparse, es más cómodo.
- A mí me pasa igual, y aunque sea tengo que cubrirme parcialmente. Es exagerado, algunas veces que estoy en la playa, y allí no hay camas suficientes para los que somos, duermo con mi prima. Y, aunque paso tantísimo calor que acabo en ropa interior, para dormirme necesito taparme. Es como que te sientes desprotegida, ¿no te pasa? Yo hasta sueño que me pasan cosas raras mientras estoy destapada por la noche, así que vuelvo siempre a echarme la sábana. Pero siempre quedará esa opción de cubrirse pero a la vez sacar las piernas por los lados y los brazos por encima. Es genial. Me recuerda tanto a los veranos...
- Sueñas que te pasan cosas raras...- reflexiono.
- De lo que te he contado, ¿solo te has quedado con eso?- me reprocha, indignada.
- No, he escuchado. Enserio. Y sí, tienes razón, yo creo que todos hacemos lo de taparnos pero sacar las piernas y por supuesto los brazos. Lo que demuestra que para sentirnos agusto necesitamos tan solo taparnos el tronco.
- Sí, supongo. Pero bueno, esta conversación ya está pasando de normal a un poco filosofía incoherente... Deberíamos dormirnos.
- Deberíamos si fuera un día entre semana. Pero es viernes, así que mañana no hay por qué madrugar. Podemos estar despiertos todo lo que queramos. Como en los viejos tiempos.
- Parece que fue hace muchísimo, pero desde la selva, o como tú lo llamas a veces, bosque, no ha pasado tanto. Me acuerdo lo que me costó al principio hablarte.- se ríe.- Soy tonta, si nos hubiéramos dirigido la palabra antes quizá no nos hubiéramos sentido tan solos y confusos esos primero tres días.
- Eso seguro. Yo estaba deseando hablarte.
- Qué mentiroso. Haber, y entonces, ¿por qué no lo hiciste?- me pregunta, sonriendo.
- Porque me daba cosa. Pensé que si tú no me habías dicho nada era porque claramente no querías, preferías estar sola o... o más bien pensé que te caía mal. Era consciente de que sabías que nos conocíamos, así que si no me habías hablado no había otro motivo más que el que no te agradara mi presencia.
- No te conocía bien, no había motivo para que me callaras mal.
- Ya, bueno, pero reconoce que en un principio no es que tuvieras muy buena imagen de mí.
- No sé... - miente. Sé que se creía que era tonto o algo. Y no la culpo, es lo que aparentaba en las clases con mi comportamiento inmaduro e irresponsable.- El caso es que yo no te hablaba porque.... porque eras un chico de mi curso con el que nunca había hablado y, estando en esa situación... Yo que sé, no espero que lo entiendas porque ni yo sé cómo explicarlo. Y ahora lo pienso y sé que no tiene mucho sentido nuestro proceder. En una situación tán confusa y desesperada como en la que nos encontrabamos, cualquier par de desconocidos hubiera tratado de averiguar algo más hablando con el otro.
- Pero supongo que era por eso por lo que no hablábamos, porque no éramos del todo un par de desconocidos. Y por eso precisamente, no queríamos tener que decirnos lo que ya sabíamos. Ni siquiera afrontábamos la realidad, preferimos pasar esos tres días como si nada sucediese pues sabíamos, o mejor dicho creíamos, que volveríamos muy pronto. Y por tanto no había necesidad de hablar, nos podía el orgullo y el miedo a reconocer que nos habían secuestrado.
- Sí, creo que es justo lo que yo pensaba esos días...
- Bueno, el caso es que seguirmo "secuestrados".- señaló, haciendo las comillas con los dedos al decir esta última palabra.- Y lo peor es que parece que no nos importa...- Marta va a decir algo para responder a eso, pero yo le hago un gesto con la mano, y no le dejo.- Quiero decir, que no es que te eche la culpa ni reproche nuestro comportamiento aquí. El caso es que reconocerás que no es muy normal que sigamos sin saber cómo regresar a casa pero apenas pensemos ya en ello. Nos han encerrado en esta ciudad pero, eso, como es una ciudad, y por tanto un gran espacio con miles de oportunidades y otras cosas con las que entretenernos, pues no nos sentimos encerrados. Y es precisamente esto lo que me da miedo, que no le damos importancia, que nos estamos acostumbrando a vivir aquí. Y lo peor es que nos lo advirtieron. Nos dijeron que era normal nuestro primer comportamiento, revelarnos contra todo. Pero que enseguida nos acostumbraríamos, que amaríamos este lugar, que al final todos lo hacen. Y el caso es que nos hemos acostumbrado, y demasiado pronto, muchísimo antes de lo que pude imaginar.
- Bueno, yo.... no amo este pueblucho, ni mucho menos.
- Ya sabes a lo que me refiero, y hablo enserio.
- Lo sé. Si en realidad yo pienso como tú, y soy la primera interesada en no acomodarme y concienciada de que, por muy fácil que resulte, no debo hacerme a este sitio. Cada noche trato de recordármelo, de decirme que me han separado de mi familia y de mi gente, y que esto no se puede consentir, que debo hacer algo. Y me obligo a prometerme algo que luego nunca cumplo. Me prometo que al día siguiente daré un nuevo paso para salir de aquí. Una nueva averiguación, otra rebeldía contra el alcalde... lo que sea. Pero cada vez me es más difícil recordarme eso por la noche, porque estoy aquí muy agusto contigo. - Habla mirando hacia el techo, con un tono de voz muy bajo, casi como si susurrara. Yo le escucho callado, lo que me recuerda a esos momentos con mis amigos. Esos escasos momentos en lo que uno se queda a dormir en casa del otro y, por la noche, no se sabe por qué, nos da por reflexionar. O por hablar de un tema. De chicas, por ejemplo. Cada uno tumbado en su cama, ya con la luz apagada, contándonos cosas de las que apenas hablamos pero que son en cierto modo importantes, parte de nuestra vida que no solemos compartir tanto como las chicas lo hacen con sus amigas. Marta continúa hablando, y además hablando sobre mí. Así que salgo de mi ensimismamiento.- Es difícil pensar en querer salir de esta cama, cuando es el único sitio en el que querría estar ahora mismo. Creo que el problema es que me estoy tomando esto como unas vacaciones. Los muy listos, los de este pueblo, quiero decir, te hacen creer de viaje para hacerte aceptar este sitio. Estás en pleno verano en un pueblecito así muy rural, muy veraniego, con playa y todo. Encima estoy contigo, que además te he conocido en este "viaje", metafóricamente hablando. Es la situación perfecta para hacer creer a la mente que estás bien como estás, que esto son unas vaciones en tu vida y que, cuando acaben, ya entonces volverás a tu vida normal. Pero encima ni siquiera te preocupas por el momento de que acaben, por ahora estás bien. Disfrutando. De las vaciones. Parece pensado todo aposta, un juego mental. Lo que me pregunto es qué pasa cuando sientes que las vaciones se te están alargando, cuando quieres terminarlas ya. ¿Es que acaso, llegados a este punto, los habitantes no se revelan incluso más que al principio?

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