65. Marta

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Hoy voy a mi primera clase de defensa personal. Quizá a mi primera y última, quién sabe. La primera clase es de prueba, no hace falta apuntarse ni pagar todavía. Pero, y no sé describir por qué, yo creo que me gustará. La defensa personal es algo en lo que nunca he pensado como tal pero que estaba ahí presente, en mi interior. Es una especie de ilusión platónica que siempre he tenido, pero sin ser consciente de ello. Me va mucho el rollo militar, eso es verdad. Todo lo que sea hacer ejercicio físico y superarse a uno mismo me atrae, aunque no por ello soy demasiado deportista. Tan solo me encanta el deporte, aunque no lo practico tanto como me gustaría. Por otro lado, también me atrae el saber defenderme, pelear. Cuando era muy pequeña jugaba con los chicos a revolcarnos por el parque y conseguir inmovilizarnos. Mi madre siempre me dijo que es irónico lo pija que parezco y los gustos "masculinos" (o al menos así considerados por la mayoría) que tengo.
Mi conversación de ayer con Nacho me dio en qué pensar pero, sobre todo, me dejó ilusionada. En cuanto me lo propuso dije un "sí" rotundo, como si fuera algo que llevo esperando a que se me propongan toda la vida. Y aquí estoy, entrando en un gimnasio que no es "In shape". Le he dicho a Nacho que no quiero que me acompañe, que prefiero ir sola a la primera clase. Bueno, no se lo he dicho así, en plan mal. Pero como él tampoco tenía intención de apuntarse, he pensado que sería mejor que fuera yo sola desde el principio, aunque se ha ofrecido a acompañarme a la clase de prueba numerosas veces. Además, me da un poco de vergüenza que me vea en la primera clase, tan patosa como pareceré. Por lo general, no me gusta mucho que las personas que me conocen me vean hacer deporte. Quién sabe por qué. Quizá vergüenza, timidez, inseguridad de mí misma... o tan solo no querer exhibirme en los deportes que se me dan bien, como suele hacer la gente. No lo sé, mi mente es algo que ni yo comprendo. Mis amigas muchas veces me han calificado de "rara" medio en broma, y yo lo he afirmado satisfecha. ¿Quién no quiere ser "raro", "diferente", "original"? Por desgracia todo el mundo; parece que ser un borrego más del rebaño es lo que se lleva. Suerte que a mí nunca me ha importado "lo que se lleva", ni siquiera en la ropa.
El caso es que, por suerte, Nacho ha aceptado a no acompañarme. Lo que no le he podido negar es el paseo hasta el gimnasio, dice que sino se aburría, que no tenía "nada que hacer". Una vez dentro, la recepcionista me deja pasar cuando le digo que voy a probar a las clases de defensa. Al menos ella me cae bien, me recuerda a mí. Aunque me saca unos cuantos años, tenemos en común la sonrisa obligada de nuestro oficio. Esa que es forzada en ocasiones, pero real cuando tenemos un buen día. A ojos del cliente será siempre igual, y así debe ser. La sala está casi al fondo, a la derecha, tras atravesar unos cuantos metros de máquinas de correr, bicicletas estáticas, y otras máquinas de gimnasio muy comunes pero cuyo nombre desconozco. Para mi sorpresa, al entrar en la clase todos van vestidos de negro, con el mismo uniforme. Tan solo cuatro o cinco personas como yo llevan ropa de deporte de colores. En un principio creo que las personas vestidas de negro son los profesores, y me sorprende el gran número de ellos. Sin embargo, al ver la cara disimulada de inseguridad que portan los que van de colores, esos que yo creía eran los únicos alumnos, comprendo que me equivoco. Resulta que los de colores son los nuevos, como yo, y las otras veinte o treinta personas son alumnos también, pero más veteranos puesto que ya han adquirido la vestimenta de las clases: camiseta negra con escudo y pantalón negro con las letras: "defensa personal" bordadas en color dorado en la pierna derecha. Aunque en un principio me sorprende que simplemente ponga  "defensa personal" en el escudo y el pantalón, y no el nombre de la empresa, una marca que lo diferencia de sus competidores, luego comprendo (o supongo) que en Ariam solo habrá un grupo de defensa personal, por lo que no necesitará un nombre concreto para su marca. No hay competencia.
- ¿Es también vuestra primera clase?- me acerco a preguntar a una pareja que parece algo desorientada. Son un chico y a chica de aproximadamente veintidós años. He pensado que estaría bien empezar a conocer a la gente, y no vivir sola la experiencia de "qué té ha parecido" cuando la clase finalice.
- Sí.- asiente el chico.
- Somos Marta y Marcos.- se presenta la chica con una sonrisa amable.
Así empieza un pequeño diálogo en el que afirmamos que es para ambos una clase de prueba, que resulta algo incómodo ir de colores los novatos porque captamos toda la atención, que el profesor es aquel de allí y se le diferencia por tener el escudo bordado en mayor tamaño, etc.
- Bueno, chicos, vamos a ir sentándonos.- dice el profesor elevando la voz y con una sonrisa sincera en la cara, a la vez que da unas palmaditas para captar nuestra atención. Cuando estamos todos sentados pegados a la pared, formando un semicírculo en el que él es el centro, continúa.- Soy Lucas Rivera, vuestro profesor de defensa personal.- Se dirige a nosotros, los nuevos, amontonados a su derecha.- Bienvenidos a mis clases, espero de veras que os sean provechosas y que, para los que aún no os habéis apuntado, optéis por hacerlo.- Su sonrisa picarona con esta última sugerencia hace que los de uniforme negro suelten una pequeña risita.- En cualquier caso, aquí me tenéis para lo que necesitéis al final de la clase: me gustaría conocer vuestra opinión sobre la primera experiencia para así también yo valorar mi trabajo y buscar siempre una mejora.- Toda esta palabrería formal me lleva a pensar que habla con diplomacia por cumplir y caernos bien desde un principio. Para que nos apuntemos. Sin embargo, descubro que no es así y que en el transcurso de la clase emplea una jerga parecida y numerosas expresiones antiguas, siempre encaminadas a mostrar su humildad en la enseñanza y deseo sincero de agradarnos. Me cae bien, supongo. Pues si estoy en lo cierto y no es puro teatro, he de reconocer que quedan pocas personas como él, tan noble.
Hacemos unos rápidos ejercicios de calentamiento, y alguno que otro más duro, como las flexiones y abdominales. Aunque algunos nuevos resoplan, sobre todo los que superan los treinta, yo estoy encantada. Este tipo de ejercicio me recuerda a la educación física, a esa asignatura que tanto me encantaba y que ahora nunca volveré a disfrutar. A no ser que salga de aquí y vuelva a mi vida normal, claro está. Empiezo a pensar en todo el tema de graduarme, en lo preocupante que es que ser buena estudiante no me haya servido para nada, que nunca me sacaré el título del Bachillerato. "Pero ahora estoy en una clase de defensa personal, y se supone que estaba ilusionada", me recuerdo, y hago un esfuerzo por apartar por un rato esos pensamientos que me atormentan y que hacía tiempo no cabilaba.
Tras el ejercicio físico inicial nos da una pequeña introducción sobre las situaciones más comunes a las que nos podemos enfrentar a lo largo de nuestra vida y, por lo tanto, de las que debemos aprender a defendernos. Que te rapten, te roben, te violen (en el caso de las mujeres, que somos algo menos del cincuenta por ciento para mi sorpresa y agrado), te peguen o te maten (ahogándote, a golpes, o con un cuchillo) son alguna de las situaciones que nos plantea. Resulta desagradable pensarlo y hablar de ello, pero también es reconfortante saber que si algo de esto sucede, al menos tendremos una oportunidad para salir de esa situación. Así que compensa, y decido que si me apunto no volveré a pensar "qué miedo" cuando el profesor finja ahogar a su compañero rodeándole el cuello suavemente con una cuerda.
Una vez nos ha planteado los problemas, nos indica una solución universal: atacar con partes fuertes a puntos débiles. Consiste en utilizar nuestras manos, codos, rodillas o pies para golpear zonas sensibles como los ojos, la nariz y sus laterales, el cuello, la nuca o la clavícula, los genitales y otros objetivos anatómicos especialmente sensibles a golpes contundentes. Nos plantea situaciones reales y las solventa en un momento llegando a cabo lo explicado. Entones nos pide que hagamos parejas para practicar y así, situación tras situación, transcurre la clase. Sus enseñanzas resultan bastante útiles, pues en numerosas ocasiones los nuevos hacemos daño a nuestro compañero al golpear con fuerza a partes sensibles. A mí me asignan a un chico que ya debe estar rondando los treinta como pareja. Creo que es uno de los veteranos, pues se le ve con experiencia y en ocasiones corrige a otros nuevos que tenemos al rededor para mejorar sus técnicas. Con él, Jacobo, práctico una y otra vez cómo deshacerme de alguien que me sujeta con fuerza contra la pared. Es tan sencillo como golpear su nariz, o bien pincharle los ojos con las yemas de los dedos, y después acompañarlo de un rodillazo a la zona genital. Por fortuna, los hombres llevan protección en esa zona tan sensible y no tenemos que andar con reparos cuando practicamos. Me resulta tan sencilla la técnica que me pregunto de veras por qué no enseñan a todo el mundo a hacer esto, por qué no enseñan a defenderte en todos lados: escuelas, universidades, trabajos... El Estado debería subvencionar a estos profesores de defensa personal, pues es algo indispensable, útil y además intuitivo; con solo una clase ya sé que me sentiré más segura cuando vaya por la calle. Creo que es algo que se debería enseñar sí o sí porque por lo general, y sobre todo a las chicas, no nos sale solo defendernos de esta forma ni sabríamos a dónde apuntar en una situación de peligro. Con tan solo una clase de hora y media ya sé exactamente a dónde debo dirigir mis golpes para que, sin tener realmente mucha fuerza, surtan algún efecto sobre el agresor.

Hasta que salgamos de aquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora