64. Nacho

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Ya casi estamos a mediados de agosto, ha pasado más de un mes desde que llegamos aquí, a Ariam. Las cosas no han cambiado mucho. Yo trabajo en el bar y Marta en el gimnasio. A veces salimos con amigos: Álvaro y Carol, Marcos, Jaime... Marta ha encontrado en este último una oportunidad para despejarse por las noches, para dejar que el estrés que le genera su jefe se disipe poco a poco cuando corre. Yo, por mi parte, he descubierto la forma de entretenerme mientras espero a que regrese por las noches. Juego con Luna, la secretaria, a al ajedrez, al Ping pong, o a viejos juegos de mesa que encontramos en el sótano del Hostal. Nos sentamos en la mesa de la recepción, pues ella debe estar ahí por trabajo, y charlamos sobre todo en general mientras jugamos. Se ha convertido en una persona a la que puedo contar mis problemas, con la ventaja de que no me juzga ni trata de animarme en causas perdidas, como hacen los amigos habituales. Ella me suele contar su aburrida y sencilla vida, al lado de un hombre que le saca casi diez años pero del que ya estaba enamorada antes de venir a Ariam. Eso sí que es tener suerte. Luna es poco mayor que nosotros y, aunque dicharachera, no es muy extrovertida. Su trabajo le hace parecer que sí, que tiene don de gentes. Pero su verdadera personalidad es ser reservada (excepto para sus más hallegados y desde hace un tiempo, para mí), humilde y agradecida. Me gusta porque no me da consejos absurdos cuando las cosas van mal con Marta. Aunque bueno, de puertas para fuera, las cosas nunca van mal con Marta. Estoy bien con ella, apenas discutimos. Pero tengo ciertos conflictos internos respecto a nuestra relación y a su manera de actuar, a veces tán desconcertante, y Luna es el diario perfecto para escribir mi día a día y saber que escucha, pero no juzga. A veces le pido su opinión, pero nunca me reprocha mis celos por el tiempo que pasa Marta con Jaime por las noches, ni mis sentimientos contradictorios hacía los habitantes de este sitio, que nos secuestraron. Tampoco me pide explicaciones si le digo que esa noche solo me apetece tumbarme en mi habitación a esperar a Marta. Pero sus escasos consejos, esos que me da cuando de verdad piensa que pueden ser útiles, ayer me sirvieron de gran ayuda. Le conté mi conversación de la noche anterior con Marta, que fue la siguiente:
" - Hoy me he encontrado a Ramón, ese estúpido hombre que me acusó de ser la culpable cuando nos quedamos encerrados en el gimnasio.- me soltó de repente Marta. En realidad, son escasas las veces en las que se abre a mí y decide contarme sus pensamientos sin que se los pregunte.- Lo he visto paseando al perro, y me ha mirado con cara de odio y cierta admiración a la vez. Yo iba en bikini, pues venía de darme un baño en la playa con Carol. Me he sentido como si fuera desnuda por cómo me ha mirado, y Carol se ha dado cuenta y le ha gritado algo. No sé el qué, algo así como "qué estás mirando".
Al ver que yo no respondía, Marta continuó.
- Nacho, en realidad no te lo conté todo. Ramón intentó pegarme dos veces cuando le insulté por agarrarme y pedirme explicaciones. Pasé un poco de miedo esa noche, la verdad. Por suerte nos sacaron enseguida y no estaba sola, Javi fue el único que se puso de mi lado cuando todos me acusaban de haberles encerrado. Era un poco surrealista, estaban demasiado estresados todos por verse atrapados.
- Me alegro de que me lo cuentes ahora.- le dije, escogiendo las palabras con cuidado. - Aunque si lo hubiera sabido entonces le habría metido un buen susto y no creo que se hubiera atrevido hoy a echarte esa mirada.
- Nacho, no te lo tomes a mal, pero no puedes solucionar todos mis problemas agrediendo a la gente. No todo se soluciona con violencia. Y si vas por ahí pegando a todo el que me moleste, en realidad me estás haciendo parecer más vulnerable. Prefiero que no intentes defenderme, de verdad. Por eso mismo no te conté todo lo de Ramón.- hizo una pausa.- Además, que ese hombre te saca unos cuantos años y kilos, no sé yo cómo habría acabo la cosa si te enfrentas a él.- añadió con una risita.
- Ya, pues no sé qué decirte. Yo no puedo quedarme mirando cómo te incomodan tíos como Ramón.- le dije.
- Pero eso lleva pasando y seguirá pasando toda la vida. O es que crees que antes de venir a este sitio no pasé miedo alguna madrugada volviendo de fiesta, o no me gritaron groserías por la calle. Pues claro que sí, a mí y a cualquier chica a la que preguntes. No puedes llegar tú ahora y tratar de solucionarlo haciendo de guardaespaldas. Eso es así y punto, no se puede hacer nada.- sus palabras eran decididas, pero también dulces.
- Me entristece que pienses así, algo se podrá hacer para que te sientas más segura o al menos tengas menos miedo esa gente.- le dije. Aunque, en realidad, no estaba muy seguro de cómo ayudarla."
Y así, cuando le conté a Luna la noche siguiente mi conversación con Marta, fue ella la que me ayudó. Me propuso algo que no se me habría ocurrido a mí, pero que tenía todo el sentido del mundo. "Hay un gimnasio en el que imparten clases de defensa personal. Las clases son mixtas, tanto para hombres como para mujeres de cualquier edad, y a mí me ayudaron un montón. Quizá nunca llegue a necesitar utilizar la violencia para defenderse, pero psicológicamente a mí me permitieron estar más tranquila en general. Sentirme menos vulnerable ante las amenazas. Tener la certeza de que, si algo me pasaba, aunque no tenía por qué pasarme, al menos algo podría yo hacer. Cuando no sabes cómo defenderte sientes que tu destino depende de los demás, del agresor. Pero si tienes unas nociones básicas de defensa personal ya depende más de ti salir victorioso de una agresión." A mí me convencieron sus palabras, y decidí que esta mañana se lo propondría a Marta.
Hoy es sábado, así que aún duerme. Cuando se despierte bajaremos a desayunar al restaurante y le contaré mi conversación con Luna.

Hasta que salgamos de aquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora