57. Marta

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Alguien le ha dado a la luz, pienso. Pero entonces me acuerdo de que el gimnasio no tiene luces individuales, solo los despachos. Las salas de ejercicio y la piscina, al estar en el interior y no recibir apenas luz solar, tienen luz automática durante todo el día. Esta luz la apaga el conserje al salir cada noche, cuando cierran. Así que no podemos encenderla. Y, lo que es peor, esto significa que ya han cerrado. No entiendo nada. ¿Y el resto del grupo? ¿Y Santi? ¿Cómo es que nadie nos haya echado de menos? Ana de nuevo se pone a gritar, y los hombres a preguntarse con murmullos qué ha pasado.
- ¡Secretaria!- me llama uno, y por la voz creo que es el más alto, con un tono de regañina que a mí no me gusta nada. Ni que yo tuviera la culpa.- ¿Qué ha pasado? ¿Quién le ha dado al interruptor?
- Calmaos, por favor.- les digo.- Dejadme hablar.- Por fin cesa el barullo, y puedo explicarme.- No hay interruptor, las luces son automáticas en todo el gimnasio, incluso las de los baños.... No entiendo por qué las han apagado.
- ¿Qué?- exclama una voz femenina.
- Déjame en paz, mujer.
- ¡Buscad un interruptor, por favor!- insiste Ana.
- Vale, pero suéltame el brazo.- le reprime Luis.
Es tod muy confuso, pues estamos en la completa oscuridad y ni quiera vemos quién habla, quién se mueve o qué ocurre. Solo podemos imaginárnoslo. El único al que veo tranquilo es a Javi, como yo. El resto está o de los nervios, o completamente cabreados. Algún hombre se pone a refunfuñar sobre el servicio de este gimnasio, sobre que no piensa venir a entrenar aquí y que si esto es una broma. Le digo que no, que no es una broma, e intentó distraerlos. Les pido a todos que se organicen y recorran las paredes, con cuidado, en busca de un interruptor. Estoy casi segura de que no encontrarán nada, pero por si acaso. Además, así les mantengo ocupados un rato mientras pienso en qué hacer.
- ¡Ay! Maldigo banco.- se queja alguien en la otra punta del vestuario.
- Yo buscaré en los baños.- dice Javi.
Yo me siento como puedo, palpando con cuidado todo para no cocharme hasta encontrar el pollete. Sé que si ven que yo no ayudo se quejarán, pero no pueden verme. Y tengo claro que soy más útil pensando en cómo salir que buscando un interruptor inexistente. A ver, la puerta está cerrada, y no creo que podamos abrirla pues ni con patadas lo han conseguido. No tenemos móviles, sino ya hubiéramos pedido ayuda antes. En esta ciudad  no hay móviles, no existen. Bueno, he oído rumores sobre que el alcalde tiene uno. Pero el caso es que aquí solo se utilizan los teléfonos fijos, para las empresas o viviendas, pues esta ciudad es tan pequeña como un pueblo y no los necesitan. Al final llego a la conclusión de que hay que seguir esperando. Realmente no entiendo muchas cosas, cómo es que la puerta se ha atascado de tal modo que ni con una patada se abre, cómo es que el resto del grupo no ha llegado a subir a la zona de piscinas, por qué Santi no nos ha echado de menos, por qué han cerrado sin revisar... Nada me cuadra, pero si algo tengo claro es que Nacho sí me echará de menos. Siempre viene a la hora del cierre a recogerme a la puerta, así que ya debe estar ahí abajo, esperando en la calle. En unos minutos le parecerá raro que no salga y me buscará. Al ver que está todo cerrado irá en busca de... Santi, o de alguien. No parará hasta encontrarme, sé que él no se irá a dormir como el resto sabiendo que puedo seguir en el gimnasio. Bueno, en el gimnasio o en... quizá no sepa dónde buscar si le han dicho que ya han cerrado "In Shape" porque no queda nadie.
- ¿Marta?- pregunta una voz. Sé que es Javi, porque lo reconozco y porque es el único que me llama por mi nombre.
- Aquí.- Oigo que se acerca un poco, guiándose por la voz.
- No hemos encontrado ningún interruptor, tenías razón. Deben de ser todas las luces automáticas.
- Eso me temía.
- ¿Qué hacemos?- Se ha acercado bastante, pues apenas nos oímos por el barullo y las protestas de todos. Más uno me llama o me menciona entre quejas, pero yo los ignoro. Ahora necesito concentrarme y hablar con Javi sobre cómo salir.
- Bueno, en realidad creo que lo mejor es no hacer nada. Vendrán a por nosotros más pronto que tarde, aunque no entiendo por qué mi jefe no ha venido. Pero bueno, sé que Nacho sí vendrá. Es... con quien vine de...
- Sí, sé quién es.- me interrumpe. Es verdad, todo el mundo sabe quién es Nacho. Somos los nuevos, lo olvidaba.
- Vale, pues el caso es que él suele esperarme a la salida, así que vendrá a buscarnos en cuanto vea que no he salido del gimnasio. No debemos preocuparnos.
- Genial.- dice, y por un momento pienso que es irónicamente. Pero no, lo dice de verdad. Él piensa como yo, no hay de qué preocuparse.
Sin embargo, el resto no es tan optimista. No paran de llamarme e incluso me buscan a ciegas porque no los hago caso. Más de uno se concha con los demás, y finalmente les atiendo. Les explico lo mismo que a Javi, pero no me creen o no lo ven tan sencillo y me echan las culpas de todo. Yo no me lo tomo como algo personal, están enfadados e incluso algo asustados. Se me harán largos estos minutos hasta que Nacho vuelva.
Les descuadra mi aparente serenidad. Y repito, aparente, pues por dentro estoy algo nervioso, aunque no preocupada. Y mi inseguridad se acentúa con sus reproches y sus acusaciones. Ramón, el alto, y su compañero Juan, repiten que no tienen tiempo para esto y que son más de las diez, que ya deberían estar en sus casas cenando con su familia. Como yo insisto en que lo siento y en que no tardarán en venir a por nosotros, se cabrean por mi molesta positividad. En una ocasión, hasta me empiezan a acusar, como y llevaban haciendo tiempo, pero esta vez en serio.
- Vamos a ver, rubita. ¿Qué pretendes con esto? ¡¿Eh?! ¿Qué consigues encerrándo a tus clientes a oscuras?- me grita Ramón, con un tono que asusta. Y sé que si le viera la cara y la expresión corporal, me daría aún más miedo.
- Nada, yo... yo no tengo nada que ver con esto. Se ha atascado la puerta... - ya no sé ni cómo explicarme. Alucino que de verdad crean que es mi culpa o que lo he hecho aposta. ¿Con qué fin montaría yo esto?
- No me hables con esa voz de mosquito muerta... ¡eres una mentirosa! Tan tranquilita tú, como si nada pasase. Ves normal que el otro grupo no suba, que cierren el gimnasio con nosotros dentro... Mira chica, tu versión no cuadra. Es obvio que algo tienes tú que ver con esto.
- Ya está bien. Te estás volviendo loco. Ella no sabe nada, al igual que nosotros. Esto no es tan raro, nos hemos quedado encerrados y punto.- interviene Javi, al parecer tán indignado como yo. Pero el hombre le ignora y me repite que tengo algo que ver.
- De verdad que no. Yo solo... intentaba tranquilizaros. Pero tampoco entiendo que no haya venido nadie...- empiezan a humedecérseme un poco los ojos, del agobio, impotencia, enfado y algo de miedo. Suerte que no pueden verme. Sin embargo, mi hilo de voz me delata, o eso creo.
- ¡Mentirosa!- repite. Y yo noto que se acerca más, a medida que hablábamos iba sabiendo mi posición por la voz, y yo lo oía cada vez más cerca. Ahora me coge un brazo, supongo que para asustarme y sonsacarme la verdad.
- ¡Suéltame!- le digo, tratando de soltarme de su brazo.
Alguien se acerca, y trata de ayudarme a soltarme. Ante el alboroto Luis también se acerca, diciéndole a Ramón en un tono razonable que no haga de esto más de lo que es. Por fin, con ayuda de Javi, me suelta. Ana, de fondo, exclama algo escandalizada.
- Eres un gilipollas- suelta Javi. No me cuadra mucho su insulto hasta que adivino, o más bien intuyo, que Ramón lo ha empujado cuando intentaba ayudarme.
Por suerte, el hombre no responde a la provocación, y todos se dispersan. La situación por fin se calma, aunque Ramón sigue despotricando sobre mí a su compañero Juan. Yo me siento de nuevo, lo más alejada que puedo y moviéndome sigilosamente para que no me localicen. Se me salta alguna lágrima, pero trato de no dejar que los sentimientos afloren ahora. Solo hay que esperar unos minutos más, mantener la mente fría y tranquilizase mientras Nacho termina de venir. Tengo que intentar no pensar más en ese estúpido de Ramón y sus malos tratos.

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