45. Marta

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Esto no funciona. Y lo peor es que Nacho finge que sí. Pero no. No podemos pasarnos los días esperando que por arte de magia alguien nos diga cómo salir y, mientras tanto, comiendo cuando, dónde y como podemos... Ayer desayunamos en el buffet y no pudimos encontrar dónde comer. Nos pasamos la tarde tirados en un banco, muertos de hambre, esperando que algún alma caritativa nos invitara a comer. Cenamos de milagro, y porque yo me atreví a pedir a una pareja anciana que salía de un súpermercado que nos diese un poco de pan. Mendigando como pobres, qué vergüenza. Pero es obvio que hoy no podremos desayunar a no ser que pensemos en algo, algo estable que nos proporcione comida. Está claro que, mientras pensamos cómo escapar, no vamos a poder mantenernos mendigando un poquito por aquí y otro por allá.
Esta noche hemos dormido en la playa, tirados sobre la arena y sufriendo la incómoda brisa marina. Nacho me abrazaba para que no pasara frío, pero él también estaba temblando un poco. Al cabo de un rato le he propuesto dormir en un banco de la plaza, pero finalmente hemos decidido que nos daba vergüenza dormir como pobres a la vista de todos y, además, la arena es más blanda. El sol nos ha despertado demasiado temprano, y ya era difícil dormir con tanta luz. Ahora estamos sentados en la orilla, con las tripas sonándonos por él hambre, y mi cabeza apoyada en su hombro.
- Ya sabemos lo que toca, hay que buscar un trabajo temporal o algo así. Solo mientras solucionamos el tema de cómo regresar a casa.- dice Nacho. Y yo pienso que ese tema es de difícil solución.- Sino, nos morimos de hambre. Y no podemos hacer otra cosa, pidamos ayuda a quien la pidamos nos dirá lo que ayer nos dijeron los ancianos, que debemos ganarnos el pan por nosotros mismos como todos.
- Aunque odie aceptarlo, sé que tienes razón... Pero esque no quiero empezar a trabajar como si me resignara a vivir aquí tal y como se nos ha impuesto.
- Ya, pero es solo mientras tanto. No nos queda otra.
- Bueno, ¿y cómo lo hacemos? ¿Vamos por los comercios preguntando si necesitan a alguien? ¿Pedimos consejo de cómo empezar a Carol y Álvaro? ¿Al alcalde?- No tengo ni idea de cómo buscar trabajo, sin tener ninguna experiencia ni formación, y además siendo esta ciudad tan peculiar como lo es.
- Descarta esa última opción, intentemos ver al calvo lo menos posible.- responde enseguida Nacho, no permitiéndome especular más.- Creo que lo mejor es ir a preguntar a Álvaro y Carol, ellos podrán decirnos cómo empezaron a ganarse la vida. Aunque, obviamente, antes hay que arreglar las cosas con Álvaro.
Sorprendentemente, esa última parte no resulta nada dificíl ya que Álvaro es el primero en disculparse por no comprendernos y en callar nuestras disculpas restándole importancia. Nos asegura que él las primeras semanas era exáctamente como nosotros, y que hay que ser paciente con los nuevos y acordarse de cómo al principio también actuábamos de mala forma sin pretenderlo. Tras visitar a nuestros únicos amigos, hemos aprendido que aquí se consigue trabajo igual que en todos lados, excepto por la parte del papeleo, que aquí no es necesaria ya que ni tenemos documentación y prácticamente todos se conocen. Hay que ir preguntando por los comercios, y eso hacemos el resto de la mañana. Con el estómago lleno de las ricas magdalenas de Carol es mucho más fácil. Pero al final de la mañana no hemos conseguido nada más que la promesa de algún amable comerciante de que nos recomendará a sus amigos para que nos contraten. Bueno, eso y comida. Pedro, el chef y dueño de un modesto restaurante (aunque es tan "modesto" que a mí más bien me parece un bar), nos ha ofrecido comer y cenar en su establecimiento a cambio de que descarguemos algunas cajas del camión proveedor. Por lo visto, el repartidor ha dejado su camión aparcado y se ha ido corriendo a ver a su hija, que está en comisaría por causa desconocida.
Y así transcurre nuestro día, con un delicioso bocadillo de calamares y hora y media de trabajo duro. Las cajas eran, aunque pequeñas, pesadas y había que bajarlas a la bodega. Cuando por fin terminamos Nacho yo hacemos tiempo sentados en la playa, esperando ansiosos la hora de la cena, aunque no tanto la de irnos a dormir. Tendremos que acostumbrarnos a la arena. Tras cenar una ensalada, y Nacho un filete de ternera, me dispongo a ir a la playa a dormir. Sin embargo, Pedro me retiene por el brazo.
- No tan rápido, rubia. - me dice con una sonrisa. Y yo tontamente me asusto un poco.- Antes de que os vayáis, tengo un par de cosas para vosotros.
- ¿A sí? ¿El qué?- pregunto intrigada, y ya con mis sospechas del todo descartadas.
- Aguarda aquí un segundo.- me pide, y yo obedezco.
Se dirige a un cuarto en el que pone "Privado". Al minuto sale con una gran bolsa que contiene dos almohadas, una manta y otra bolsa más pequeña.
- Aquí tenéis el desayuno de mañana y algunas cosas para pasar mejor la noche. Siento de verdad que tengáis que dormir en la playa, el alacalde no debería dejar que dos chicos tan majos como vosotros pasen necesidad.
- Muchísimas gracias Pedro, no tenía usted por qué. - le digo muy agradecida. Ahora me siento tonta por haber dudado de sus intenciones hace un momento, aunque fuera tan solo por un segundo. Creo que ya cualquier hombre me asusta con facilidad.
- Oh, claro que tenía que hacerlo, no voy a dejar que paséis frío o hambre. Y, por cierto, no me habléis más de usted que ya me habéis demostrado hoy ser de lo más educados y de confianza. - Y, tras esta frase, nos dedica una sonrisa que hace que se confirme lo que llevo pensando acerca de Pedro todo el día: en este pueblo también hay buena gente.- Pero anda, iros ya no se os vaya a hacer más tarde, que ya es noche cerrada.
- Muchísimas gracias Pedro, buenas noches. - se despide Nacho. Y juntos partimos hacia la playa, contentos y con mejores esperanzas que la noche anterior.
Pero por desgracia, a mí no me dura mucho la alegría. De camino a la playa nos topamos con un hombre borracho que, al vernos, nos empieza a contar algo sobre su mujer, que le ha echado de casa. Nos apunta con el dedo y grita su nombre: "Irene". Yo, nada más ver al hombre de lejos, me asusto porque me doy cuenta de que es aquel viejo que me secuestró en la selva y pretendía quemar toda mi ropa. Sin embargo, al acercarnos un poco más caigo en que no es él, sino que el miedo me ha hecho creerlo. Aunque es más joven, algo sí que se parece, por lo que a mí me vienen a la mente todos esos horribles recuerdos y me entran ganas de llorar. Nacho, ajeno a mis pensamientos, me abraza más fuerte con el brazo que tiene sobre mis hombros, y nos conduce lejos de allí por un camino alternativo. No dice nada y yo sigo dándole vueltas al asunto, ya sin miedo porque estoy con Nacho, pero con los malos recuerdos de aquel día y los ojos algo húmedos. Quizá me puedan considerar una exagerada, pero cuando te ocurren cosas así, no se te olvida nunca. Y sobre todo si lo tienes reciente, pues estas situaciones dejan un trauma que hace que los primeros días le tengas más miedo a todo.
Así que esa noche me cuesta dormir. A pesar de la almohada y la manta, a pesar de tener a Nacho a dos centímetros. Lloro como lloré las dos noches siguientes al acontecimiento. Silenciosamente y llorando tan solo por ese mal cuerpo que se te queda, que no sabes si es miedo, asco, temor, o tan solo el recuerdo de haberlo pasado tan mal.

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