27. Nacho

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Realmente lo de ayer no me impactó, sorprendió ni impresionó. Marta simplemente me dijo lo que yo llevo pensando durante los dos últimos días. Algo que yo también ayer estuve a punto de decir, porque fue el momento en el que más me rondó la cabeza y cuando más me apeteció decirlo, porque lo pensaba de verdad. Por poco se me escapa, pero lo retuve por miedo a que eso cambiase algo, a que a ella lo interpretase con otro significado y cambiara su forma de actuar conmigo. Estamos bien como estamos, no quiero que nada cambie entre nosotros. Ese "te quiero" que también estuve a punto de decir, es quizá de algo más que amistad. Es de amor. Pero no por ello es un amor que va más allá de la amistad o el sentimiento que se tiene hacia una hermana, al menos eso es lo que creo por ahora, o lo que quiero creer. Cuando me dijo eso, yo no tuve oportunidad de contestarle "y yo", que es lo que realmente pensaba. Me había quedado maravillado y feliz, sonriendo como un tonto. Simplemente la abracé con más fuerza, le di un beso en la cabeza y me acurruqué hasta dormirme. Pienso en que hoy no puedo estar como anoche después de lo sucedido, debería castigarme y no actuar con ella como si nada, no tengo derecho a fingir que nada ha pasado después de lo que ocurrió por mi culpa... No tengo derecho a tratarla amablemente como si me lo mereciera, como si después de lo de ayer tuviera aún ese derecho de ser su amigo. Estoy de un humor de perros, si me encontrase en mi casa sé que pasaría el día entero cabreado, sin poder hablar con nadie, con el ceño fruncido y autoregañándome por dentro... Pero, tras reflexionar un rato, decido que no me puedo permitir ese "autocastigo", debo estar de buen humor aunque me cueste, por Marta. Para sacar adelante el día, para poder salir de aquí de una vez por todas. Después, cuando lleguemos a algún sitio o nos rescaten, podré castigarme por mis actos e intentar recompensar mis errores con Marta.
- Buenos días, Martita- tengo que despertarla temprano si quiero que sigamos caminando.
Ella suelta una risita y me responde con un "Buenos días, Nachito". La verdad es que no me apetece todavía tener que andar, pero es lo que toca. Sin embargo, afortunadamente, ella parece leerme la mente.
- Oye, sé que tenemos que seguir andando, pero... tomémosnoslo con calma. Desayunemos tranquilamente aquí, y no por el camino. Si de verdad vamos a ir a otro sitio, quiero disfrutar mi última comida en la selva. - Yo le miro y levanto una ceja a modo de pregunta, me extraña que quiera despedirse de este sitio después de lo que ha pasado.- No es que sea un lugar del que pueda llevarme un bonito recuerdo, - aclara- pero no sabemos cómo serán las cosas a partir de ahora, y quiero estar aquí desayunado por última vez.
- Vale- digo con una sonrisa, y no es fingida ya que cuando estoy con ella no me cuesta nada sonreír.- Tú espérame aquí, que voy a por los plántanos.
Ella espera pacientemente y yo trepo por el árbol más cercano, que resulta estar a unos diez minutos de nuestra posición. A medida que avanzábamos ayer, la cantidad de árboles iba disminuyendo, por eso hoy me ha sido más difícil encontrar un platanero. Y esos veinte minutos de ida y vuelta me ponen paranoico, obsesionado con que Marta está sola. Creo que después de lo de ayer no podré soportar alejarme demasiado de ella.
- Que aproveche- digo cuando regreso al tiempo que le lanzo un racimo de cuatro plántanos.
- Gracias.- Me sonríe.
Esta mañana estamos los dos muy embelesados, sonriéndonos el uno al otro continuamente. Quizá sea porque los dos intuimos que esta puede ser nuestra última comida solos, o al menos en la soledad absoluta de la selva. Creo que ambos queremos disfrutar este momento.
- Nacho.
- ¿Sí?- respondo con la boca llena.
- ¿Qué edad tienes? Llevamos juntos muchas semanas y nunca te lo he preguntado, pero era algo que me rondaba la cabeza a menudo.- Me río por la sencillez de Marta, su forma de ser siempre me sorprenderá. Con de todo lo que está pasando, y ella intrigada por mi edad.
- El jueves pasado hice dieciocho, ¿por qué?
- ¡Dieciocho! Ya decía yo, eso me parecía. - Entonces cae en la cuenta de lo que significa la primera parte de mi frase.- ¡Oye! ¡¿Fue tu cumple y no me lo dijiste?! ¿Por qué?- me reprocha medio enfadada.
- Supongo que no le di importancia estando aquí.- digo con un encogimiento de hombros.- Ni siquiera sabía si llevabas la cuenta de los días.
- Mi reloj también señala los días, ¿sabes? ¡Pues muchas felicidades atrasadas!
Se lanza sobre mi para darme un fuerte abrazo, yo tengo que apartar mi mano que sujeta el plátano para que este no se aplaste entre los dos.
- Gracias. ¿Tú cuántos tienes?
- No me cambies de tema. Podríamos haberlo celebrado.
- Sí, claro, como había tanto que hacer...
- Bueno, aún así. Y... otra cosa, ¿cómo es que tienes dieciocho ya si estamos en cuarto curso?
- ¿Cuántos debería tener? ¿Cuántos tienes tú, quince? - le pregunto, esquivando su pregunta. Como le diga que he repetido, va a volver a sacarme el tema de las notas, como aquella vez hace tantas semanas. No quiero un sermón de que si las notas son muy importantes para nuestro futuro y bla, bla, eso ya me lo da mi madre todos los días. Seguro que Marta saca muy buenas notas, tiene pinta de lista.
- Dieciséis, pero sería más normal que tuvieras quince que dieciocho.
- Podrías ser mi hermana pequeña- le interrumpo riéndome.
- Pero, ¿cómo es que tienes tantos?- vuelve a preguntar, ignorando mi comentario. Marta no es de esas personas a las que puedes cambiar de tema esperando que olvide el anterior.
- A ver, es que repetí- digo, cansado de repetírselo a la gente esperando la parte inevitable en la que me preguntan: "¡¿Dos veces?!" Por eso, para no oírlo, me adelanto y lo digo yo mismo.- Sí, dos veces.
- ¿Te cuesta estudiar?- Vaya, eso no suelen preguntármelo mucho cuando les informo de mi mal expediente académico.
- Pues... la verdad es que no, pero me volví un vago desde que repetí por primera vez. Yo solía no suspender ninguna y sacar algún que otro sobresaliente, ¿sabes?
- ¡Guau! Reconozco que no me esperaba esa parte de ti. Y... ¿cómo es que te hicieron repetir si no suspendías ninguna asignatura?
- En realidad no me hicieron repetir, me echaron. Pero al llegar al colegio al que estamos, me hicieron repetir por lo que hice cuando me expulsaron. Ahí fue cuando me cabreé porque me parecía injusto, y dejé de estudiar.
- Lo entiendo- ¿lo entiende?- , todo un año esforzándote para que luego no te lo reconozcan y tengas que repetir el mismo año que ya has aprobado. Pero, ¿qué hiciste para que te expulsaran?
- Pegué a un profesor. - Antes de que pueda continuar, ella ya ha exclamado un "¡Joder, Nacho!" con un tono de reproche que no me gusta nada, y menos cuando no tiene razón.- Eh, déjame terminar, tenía motivos para hacerlo.
- No lo creo, seguro que un profesor no puede hacer algo tan grave como para que hagas eso. Y si lo hace, basta con gritarle, ¿sabes?
- No, no bastaba. - digo negando con la cabeza, y con expresión triste al recordar lo que me llevó a hacer el acto que me costó todos mis estudios. - Pero no hace falta que te lo cuente, quizá no quieras saberlo. Créeme que a veces es mejor quedarse con la duda.
- No, dímelo. Ahora me has dejado con la intriga.
- Como quieras.- Me encojo de hombros y empiezo a contar.- Ese profesor era bastante cabrón ya de por sí, era nuestro profesor de educación física y siempre nos gritaba y castigaba a hacer ejercicio físico duro en cuanto no hiciéramos las cosas como él quería. Si alguien no tenía buena forma física y hacía el camino que nos mandaba correr en demasiado tiempo para su gusto, le ponía a hacer abdominales y le plantaba un cero en la nota.
Esto pasaba mucho con las chicas, para su gusto no hacían nada bien ni con la suficiente rapidez o fuerza. Al final siempre acabábamos solo unos cuantos chicos dando clase porque todas las chicas estaban a un lado castigadas a hacer ejercicios. Aparte de esto, sus métodos no eran muy educativos, la verdad. Gritaba al que lo hiciera mal y le cogía del brazo para arrastrarle al rincón del castigo, allí le empujaba contra la pared volviéndole a gritar.
- Me extraña que tú no le devolvieras el empujón.
- Supongo que si no fuera la asignatura que mejor se me daba me hubieran expulsado antes, y se habría armado una gorda, pero menos mal que yo era de sus "favoritos", si es que ese tío podía tener alguno. Nunca tuvo que llegar a empujarme o gritarme. El caso es que con las chicas los empujones eran peores, quizá porque pesaban menos y el impacto era mayor, y era entonces cuando algunos nos revelábamos. Pero éramos tan pocos los que nos atrevíamos a ponernos en medio que acabábamos también castigados, y solo conseguíamos que la chica recibiera un trato aún peor, para que no lo repitiéramos.
- ¿Por qué no se lo decíais al director?
- Se lo dijimos una vez, pero sus métodos no eran muy diferentes y aún así no nos creyó, el profesor de educación física era su primo. Nuestros padres alguna vez se quejaron, pero el director contestaba con cartas muy educadas respondiendo que quizá los alumnos habían malinterpretado el intento del profesor de enseñarles algo. No sé qué tenía el director, pero siempre convencía a todos de lo que decía. Hasta a nosotros nos dejaba más tranquilos cuando nos aseguraba que de todas formas hablaría por si acaso con nuestro profesor. Era muy persuasivo y sabía fingir empatía.
"Y bueno, el caso es que una vez se pasó. Una chica, que parecía no saber ni coordinar sus brazos y piernas para correr y lanzar una pelota al mismo tiempo, un día la cagó. La verdad es que se esforzaba bastante, pero aún así no conseguía buenos resultados, suspendía la asignatura y no había clase en la que el profesor no la gritara, diera algún empujón y pusiera a hacer más ejercicio. Ese día, el profesor nos mandó escalar una cuerda que colgaba del techo, ni se molestó en poner colchoneta debajo. La cuerda tenía nudos, y no era difícil de escalar, por eso hasta los peores deportistas que no subían mucho conseguían al menos no caerse agarrándose a los nudos. El profesor ya había advertido de las consecuencias para quien viera el suelo, por no hablar de que ya con solo caerte podrías romperte algo. Entonces Celia, que así se llamaba la chica patosa, se cayó. No fue un golpe grave porque no llegó a mucha altura, pero en cuanto tocó el suelo se puso a llorar y huyó del miedo. Sabía lo que le esperaba a quién se cayera. Cuando salió corriendo hacia los vestuarios y el profesor le siguió, todos nos quedamos congelados, esperando lo peor. Lo raro es que en un segundo yo me descongelé, mi mente revolucionaria empezó a activarse, y pensé en todo lo que habíamos tenido que soportar, y en que ya estaba bien, esto no podía seguir así. Lo de Celia era solo la gota que colmaba el vaso, lo que me hizo estallar.
Así que salí corriendo hacia los vestuarios, ante los gritos de mis compañeros que me advertían que no me metiera porque sería peor. Entré sin pensarlo en los vestuarios de chicas, ya se oían los gritos de Celia desde fuera. Nuestro profesor la había empujado contra un banquillo, lo que le había causado la sangre que salía de su brazo y su postura tirada en el suelo, y ahora el muy bruto estaba dándole patadas enfurecido, obligándole a gritos que se levantara. No sé de donde había salido semejante animal. Me puse en medio y le aparté empujándole hacia atrás. Lo siguiente fue lo que cabía de esperar: él se defendió, yo me defendí, y acabamos a puñetazos. Nadie tuvo que separarnos porque yo escapé cuando vi la ocasión, no quería alargar esto más de lo necesario. Ese día llevamos a Celia a la enfermería, donde nos encontramos al profesor. Él ya había hecho declaración de lo sucedido y me había acusado de pegarle a él y a la chica, así que me llevaron al despacho del director. En la hoja de expulsión aparece solo que agredí a mi profesor, lo de que también a Celia no pudo escribirlo porque ella misma contó su versión que me defendía, pero al ser el director primo de mi profesor, no hubo nada que mis compañeros pudieran hacer para exculparme de eso."
Marta está ensimismada escuchando mi historia, y cuando acabo sigue alucinada y solo puede exclamar "¡Ala!" con los ojos muy abiertos. Cuando se le pasa un poco y asimila todo lo que le he contado, me abraza.
- Eres una buenísima persona por hacerlo para defender a la chica. Siento que esto te haya costado todos estos años de malas notas, pero que sepas que otros podrán tener muy buenas notas académicas y que la gente diga que eso es lo más importante, pero nadie será nunca ni la mitad de hombre que tú.
Lo que me dice me llega a lo más hondo, y me ayuda por una vez a sentirme bien por lo que pasó.
- Gracias. Todos estos años me he castigado por lo que hice, pero nunca lo he pensado así. De todas formas no es justo que por culpa de un mal profesor una persona no tenga derecho a un buen futuro, ahora nunca tendré oportunidad de escoger la carrera que quiera, si es que puedo estudiar algo.
- No digas eso, aún nos quedan dos años de estudios, estás a tiempo de recuperar lo perdido.
- No creo que ahora tenga fuerza de voluntad para ponerme a estudiar. ¿De dónde voy a sacar la motivación?
- De mí, yo te ayudaré.- Y cuando lo dice, sé que es verdad. Todo el miedo se esfuma, de repente estoy seguro de que así será, y no puedo reprimir una sonrisa de alegría.- Voy a ayudarte a que no pierdas tu futuro por culpa de ese profesor, no se merece atribuirse el mérito.
- Eres increíble.- Es lo único que se me ocurre decir en este momento. Nunca nadie había querido ayudarme con esto, la gente me regañaba y me tomaba por un caso perdido. Ni yo creí que hubiera esperanza, Marta me ha devuelto esas ganas de intentarlo.- Eres una persona increíble.- le repito.

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