44. Nacho

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Hemos estado toda la mañana discutiendo sobre qué hacer ahora, ya se nos han acabado todos los recursos para salir de aquí. Pero, aunque a Marta se le han acabado las esperanzas, yo no me rindo. Parece de broma lo que me está pasando, tener que vivir aquí. No estoy dispuesto a aceptarlo sin más, alguna forma habrá de conseguir conectar con el mundo real. Ya se me ha ocurrido llamar a mi casa desde el teléfono de la habitación pero, aunque suene surrealista, es como si no existiera el número. Este sitio está aislado del mundo real, cualquier número de teléfono que no sea de la ciudad no funciona... ¡¿Pero qué clase de lugar es este?! Empiezo a desesperarme. Por mucho que pienso sólo se me ocurre secuestrar al alcalde y torturarlo para que me muestre la salida. Sí, sé que suena un poco violento, pero teniendo en cuanta que nadie más sabe cómo salir, y que él por las buenas no me lo diría, no es tan descabellado. Después de horas pensando, uno llega a aceptar la solución que sea. Pero, cuando se lo he comentado a Marta, me ha hecho entrar en razón. Eso no serviría, ni por esas nos lo diría y, cuando nos encontrasen, nos encerrarían en una cárcel o algo así.
Así que no hay nada que hacer, al menos por ahora. Y no es que lo acepte, solo que es un hecho que ya no hay más soluciones. Me tiro en la cama y observo como Marta empieza a revisar todos los cajones, nerviosa. No sé qué piensa encontrar. Entonces oigo rugir su estómago, lo que me recuerda que yo también tengo hambre. Miramos en la nevera de la cocina, pero nada. Tan solo una jarra de agua vacía.
- Genial. - resopla Marta, irónicamente.
- Quizá si vamos a algún supermercado, o incluso a un bar, y decimos que somos los nuevos, nos den algo de comida.
- Claro que no. Ya oíste al alcalde, aquí todo funciona igual que en la vida real, con dinero. Ayer comimos porque Álvaro y Carol nos invitaron, pero a partir de ahora "tendremos que ganarnos la vida por nosotros mismos"- dice imitando la voz del alcalde.
- Podemos preguntar a la recepcionista si la noche de Hostal incluye desayuno o algo... No lo creo, pero no perdemos nada por probar.
- Vale.- suspira, y se encoge de hombros sabiendo que no funcionará.
- Tu espérame aquí, que bajo yo a hablar con ella.
- No te ofendas, pero no creo que sea buena idea. Teniendo en cuenta tu poca educación con la gente de aquí, sería mejor que vaya yo a ver si la convenzo.
- No creas, cuando quiero sé parecer amable. Además, yo soy hombre y ella mujer, si hace falta recurriré a mis dotes seductoras.- Lo digo en broma pero sin reírme y poniendo cara de orgulloso, porque sé que Marta se lo creerá y quiero ver cómo reacciona.
- ¡Já!- suelta una risa no fingida, pero llena de sarcasmo.- Vamos hombre, no me hagas reír.- niega con la cabeza, incrédula y mirándome con cara de "pero qué ingenuo". A mí me entra la risa pero me contengo.- Si dependemos de tus "dotes seductoras" para desayunar esta mañana, sinceramente, no tengo muchas esperanzas.
- ¡Oye! ¿Qué has querido decir con eso? ¿ Acaso estás insinuando que no soy tan guapo como has dicho esta noche en sueños?- me invento. Pongo cara de pillín, con media sonrisa provocadora, y ella se echa a reír.
- Anda, ¡ya te gustaría a ti!- Empieza a pegarme con el almohadón, sin parar de reír.
Yo huyo hasta que llego a la puerta. Entonces le guiñó un ojo y le digo: "Te prometo que hoy vas a desayunar". Y salgo por la puerta.
Abajo, la recepcionista parece estar revisando un álbum de fotos. Pienso en cómo caerle bien rápidamente, ya que seguramente no habrá desayuno incluido y tendré que apelar a su amabilidad.
- ¡Vaya! ¿Son de tu boda?- digo de repente, señalando las fotos en las que sale una novia vestida de blanco y muchos invitados sonrientes. Ella se gira para mirarme, sorprendida.
- ¡Ah! ¡Hola! No, son de mi hermana.- me dice sonriendo. Parece maja, eso es bueno.
- Ya me parecía a mí... Si me lo permites: aún eres demasiado joven para casarte. Pero, como desconozco las reglas de esta ciudad, pensé que a lo mejor es costumbre casarse pronto.- me encojo de hombros y me río un poco.
- No, tienes razón- responde riendo por mi sugerencia.- Aquí nos casamos igual que en todos lados. Por cierto, me llamo Luna.- Por un momento dudo sobre si su constante sonrisa y repentina amabilidad se debe a su trabajo o a su personalidad. Aunque, en realidad, eso da igual. Lo importante es que es amable y quizá nos ofrezca algún desayuno... me siento un tonto mendigando comida por ahí. Me río por dentro.
- Yo soy Nacho, encantado. Y perdona que anoche, al entrar, fuéramos tan groseros de no saludarte.- Improviso rápidamente una historia creíble para excusarnos por nuestra mala educación de ayer.- Estábamos muy cansados de la caminata que nos habíamos pegado... nos hemos perdido ya varias veces, y eso que Ariam no es muy grande.- He supuesto que le gustaría que llamase a su ciudad por su nombre, creo que eso, de alguna forma, me da puntos.- Será que somos muy torpes.- añado riendo un poco.
- No lo creo, es normal que al principio os perdáis. Suele pasar, pero verás como enseguida os haréis a las calles. Mientras tanto, para que no os vuelva a pasar.- dice entregándome un mapa que ha cogido de entre varios folletos de la mesa.
- Genial. Creo que lo esconderé delante de Marta y fingiré tener buen sentido de la orientación.- Introduzco a Marta en la conversación para ir entrando en el tema... No quiero sonar un interesado pidiéndole de sopetón el desayuno.
Ella se ríe, y me pregunta si era Marta "esa chica tan guapa que entró anoche con tan mala cara". Le respondo que sí, y que estaba cansada por culpa de mi mala orientación. Luna vuelve a reírse, entonces aprovecho para ir al grano.
- Perdona que te pregunte pero... ¿sabes algo sobre las condiciones de nuestra noche en el Hostal? Como supondrás, nos la ha pagado el alcalde, pero no nos ha dicho nada sobre si incluye desayuno o algo así... Marta estaba hambrienta y me ha preguntado si desayunaríamos aquí, he pensado que quizá lo tendrías apuntado o algo...- Intento fingir que me da corte o apuro preguntárselo.
- Pues... no estoy muy segura. Su secretaria me llamó para reservar la noche para vosotros, pero no especificó nada de desayuno o comida. Pero la verdad es que me sorprende, para los nuevos suelen ser reservas de todo incluido.- "Pues que no te sorprenda, Luna. El alcalde no nos tratan como al resto de nuevos porque le dí un puñetazo que le dejó inconsciente", me dan ganas de decirle. Obviamente, me callo.- Así que supongo que tendréis desayuno, sino donde ibais a desayunar.- se pregunta riendo, como si fuera obvio.- Cuando queráis podéis bajar al comedor, está por allí a la izquierda. Es buffet, así que espero que os guste.
- Oh, seguro que sí. Muchas gracias. Pero... no quiero comprometerte, ¿seguro que podemos desayunar aquí?- Y lo digo de verdad, tampoco quiero que el alcalde le eche luego una bronca por mi atrevimiento.
- Claro que sí, no te preocupes. Seguro que lo incluye la reserva y, si no, invita la casa. Con los nuevos siempre hay que ser muy hospitalario, es una de las principales Pautas.
Me pregunto a qué "Pautas" se referirá, ya lo averiguaré. Ahora simplemente le doy las muchísimas gracias y le digo que dé la enhorabuena a su hermana de mi parte. Ella agradece el gesto y me sonríe. Misión cumplida: le he caído bien y tenemos desayuno. Además, no he tenido que fingir como esperaba.
- Has tardado un poco... imagino que has tenido que recurrir al último recurso, tus "dotes seductoras"- me reprocha Marta al llegar, poniendo mala cara. Al notar su mal humor, me acuerdo de que cuando tiene hambre se vuelve borde.
- Te recuerdo que ese no era mi último recurso, sino el primero.- le digo con una sonrisa.
- En ese caso pobre recepcionista, la habrás espantado a la primera. Y, si no has conseguido nada, ¿entonces por qué has estado tanto tiempo abajo?
- Ey, ¿quién te dice que no haya conseguido nada? Tenemos desayuno, y además buffet libre.- Al oírlo, a Marta se le ilumina la cara. Aunque enseguida muestra cierta desconfianza.
- ¡¿De verdad?! ¿No me estarás engañando?
- Claro que no, yo con esto no bromeo.
- ¡Genial!- me da un fuerte abrazo y me coge de la mano tirándo de mi hacia la puerta.- ¡Vamos!, que no aguanto el hambre.
Yo me río, y le cuento mi conversación con Luna mientras andamos por el pasillo. Llegamos al comedor y nos atiborramos a ricos huevos, jamón, migas, y todo tipo de bollerías. Fingimos que es una mañana tranquila en un bonito hotel. Marta no para de sonreír, me identifico con ella en lo mucho que nos gusta comer bien.
Cuando tenía seis años, en el colegio, una niña un año mayor me encerró en el baño. Yo aporreé la puerta, gritando que me abriera. Pero ella, desde fuera, se reía y traía a sus amigas para que hicieran lo mismo. Yo lo veía todo desde el otro lado de la puerta de cristal, me tuvo así durante diez eternos minutos. Cuando salí, agarré a la niña por el brazo y le di un puntapiés en la espinilla. Ella me empujó como respuesta, así que yo la empujé más fuerte, tirándola al suelo. Sus amigas estaban mirando, así que me tiré encima suyo y emepecé a pegarla. Soy consciente de que si cuento esto, la gente piensa que soy un animal. Pero, en realidad, todos nos peleamos con niñas y niños cuando somos pequeños, no es nada nuevo. Sin embargo, al día siguiente estaba en el despacho del Director, que me decía que me expulsaban unos días por pegar a la alumna. Yo no lo entendía muy bien, no era la primera vez que me pegaba con niños estúpidos, y nunca me pillaban o, si lo hacían, nos llamaban la atención a los dos. Pero nada de expulsiones, esto era nuevo. Más tarde, me contaron que la niña se lo había dicho a sus padres y ellos, al ver una pequeña raja con sangre en su ceja, fueron al Director y le exigieron que tomara medidas. Cuando mi padre se enteró se enfandó demasiado, e incluso me puso unos deberes para los días que iba a pasar en casa. "¿Pero tú estás loco? ¿Cómo se te ha ocurrido pegar así a una niña?", me dijo rojo de rabia. "¡Pero ella me encerró en el baño primero!", intenté explicarle con mi vocecita. Él me dijo que no me excusase, y entonces yo le recordé cuando varios niños me pegaban y ningún profesor me creía, y mi padre me recomendó defenderme solo hasta que parasen. "No es lo mismo Nacho, a las niñas no se les pega." Y ahí se acabó la conversación, pero yo seguía sin entender que todos se hubieran tomado tán mal mi pequeña pelea, una de entre tantas que se tienen a esas edades. ¿Cómo que a las chicas no se les pega? según me habían contado mis padres, no se debía pegar a nadie y, cuando era justificado, te regañaban un poco y ya está. Pero que a las chicas no se les pudiera pegar era una regla nueva. Recuerdo que, durante ese curso, no me acerqué ni toqué a una sola chica por miedo a que me regañaran. Sin embargo, recibía reproches de los profesores cuando no quería dar la mano en la fila o jugar con mi compañera. La verdad, estaba bastaste confundido. Entonces, ¿se podía jugar con ellas pero no pelearse? Para mí jugar y pelearse era casi lo mismo, por lo que no tenía mucho sentido la nueva norma. Ahora, cuando lo recuerdo, me río y, no solo por dentro, y la gente me mira como: "Este está loco, se ríe solo".
Eso es exactamente lo que está pasando ahora, no sé por qué he recordado esa anécdota de la infancia de repente. Marta me mira enarcando una ceja y me pide que le cuente qué es eso tan gracioso. Y yo, pues se lo cuento, aunque no suelo hacerlo.

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