Capítulo 23

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Me encamino hacia las escaleras en cuanto cierro la puerta de la habitación de Nathan. Fijo en mi mente el piso y la puerta, todo es de un blanco impoluto y resulta fácil perderse.

Tercer piso, séptima puerta a la derecha. Tengo que girar a la izquierda desde las escaleras.

Bajo la escalinata de mármol. Las botas militares que llevo ahora casi no hacen ruido, a diferencia de el sonido afilado que provocaban los tacones con los que la subí ayer. Afortunadamente, no me cruzo con ningún simpatizante, así que aprovecho para remeterme bien el pelo bajo la gorra. Al llegar abajo, me basta con sentir la luz del sol que se cuela a través de los cristales de la galería para saber hacia dónde ir. Pongo cuidado en llevar la espalda derecha y aparentar confianza, tengo que lograr salir de aquí sin llamar la atención.

En cuanto bajo los escalones de mármol de la entrada y siento el camino de tierra bajo la suela de las botas, sé que va a ser duro. El sol calienta con fuerza, y llevo varias capas de ropa, que para mayor sufrimiento son negras. Además, la gorra provoca que el sudor se me pegue a la frente, lo que da lugar a una sensación asquerosa. Mi capa, la que uso cuando soy Nightmare, también es negra, pero al ser abierta permite que el viento pase a través de ella, y la capucha nunca me tocaba la cara.

Todo va bien hasta que me doy cuenta de que he olvidado al simpatizante que vigila la cerca blanca que rodea el edificio. No es el mismo de ayer, lo que me alivia porque se supone que hay menos probabilidades de que le suene mi cara, pero al acercarme lo suficiente como para verle los ojos, estoy a punto de darme la vuelta y correr. Sus ojos, uno verde y uno naranja, me informan de que este simpatizante es el que ayer estaba en la entrada del seto, es ante el que tuve que realizar mi horrorosa interpretación.

Mierda.

Desgraciadamente, estoy tan cerca de la entrada que darme la vuelta sería demasiado sospechoso, así que junto toda mi sangre fría y me obligo a no pensar en que si me descubre, estoy muerta. Mantengo la cabeza baja, pero observo al frente. Recuerdo la señal que realizó Nathan, así que me aferro a ella. Me llevo dos dedos de la mano derecha a la frente, y tengo ganas de dar un salto de alegría cuando corresponde a mi saludo y me deja pasar sin detenerme. Sin apurar el paso, para que no crea que huyo de algo, me interno en el río de gente que conforma la Gran Calle.

El sol es abrasador. Por una vez en mi vida envidio la ropa de las mujeres ricas, ya que llevan una especie de paraguas de encaje que las protege del sol. Después me doy cuenta de que vale la pena pasar calor, porque así puedo escurrirme entre la gente de forma muy rápida, y estoy segura de que con esas faldas también lo estarán pasando mal. Avanzo pegada a los edificios siempre que puedo, porque es donde puedo hallar pequeños pasajes a la sombra, y aunque querría meterme en los diminutos callejones que hay entre edificio y edificio, llamaría demasiado la atención.

Todo el mundo me observa con respeto, incluso hay gente que inclina la cabeza a mi paso. Sobre todo los niños, que van de la mano de sus padres, sonríen y me señalan, con la mirada llena de ilusión. Supongo que aquí los simpatizantes no son algo a lo que se deba temer. Pienso en Tessy, en el miedo que teñía su voz, en el temblor de sus manos al agarrarse a mi camiseta tras confesarme que había robado aquella manzana. No devuelvo ninguna mirada, ninguna sonrisa y ningún saludo. Me limito a mirar al frente y avanzar, hasta que me doy cuenta de que no sé a dónde voy.

Me detengo a la sombra que provoca una casa del tamaño de un palacio para pensar. No puedo preguntar a nadie, se supone que los simpatizantes se conocen al dedillo toda la Zona Alfa, necesito encontrar algo que me lleve hacia alguna pista de los ministros.

A ver...si yo fuera un ministro, ¿dónde estaría? En el palacio o en alguna reunión importante.

Levanto la cabeza y miro a ambos lados. No hay ninguna persona que lleve alguna carpeta llena de folios, o un maletín, o algo así. Al menos es como me imagino a los ministros, porque nunca los he visto. Supongo que vestirán elegante, pero como todo el mundo en esta maldita calle viste como si fueran a una fiesta en cualquier momento, no puedo guiarme por la ropa. Me sobresalto cuando un perro con el pelo teñido de azul me ladra, pero me sirve para espabilarme. Tengo que moverme ya, cuanto más tiempo pase quieta, mayores posibilidades habrá de que se den cuenta de que no soy un simpatizante verdadero.

SimpatizanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora