-Vamos.
Es lo único que puedo decirle a Nathan, es lo único que mi cerebro puede procesar ahora mismo. Tengo que poner a salvo a Rossie, y si para ello tengo que abrir la puerta de mi hogar, de mi escondite, a un desconocido, que así sea. Salgo delante de Nathan, que carga a Zhen, a Zarpitas y al saco con nuestras cosas. Yo llevo a Rossie en brazos, envuelta con mi capa de forma que sólo asoma la parte superior de su cabeza. Noto sus bracitos alrededor de mi cuello y sus piernas en mi cintura. No pesa nada, pero apresuro el paso porque no quiero que nada más me sorprenda hoy. He tenido suficiente.
Nathan no dice nada, creo que entiende que no es buena idea hablar conmigo ahora. Se limita a seguir mis pasos. Doblo las calles sin dudar, pero en el fondo no estoy prestando atención a qué giros estoy cogiendo. Solo puedo imaginar lo que le harán a Bill, porque no hay ninguna razón por la que lo hayan apresado a menos que hayan averiguado que me estaba ayudando. No puedo apartar la mente de las formas más sangrientas de morir que existen, y le pido a quien sea que me esté escuchando allá arriba, aunque no he creído en Dios nunca, que me permita salvarle; que lo mantenga con vida hasta que pueda sacarlo de ahí.
Cuando veo el pequeño balcón, empiezo a acelerar sin que Rossie se inmute, creo que aún está en estado de shock. Oigo los pasos de mi acompañante a mi espalda, ha empezado a correr también. Quiero llegar ya. Observo la puerta de la casa, que antes nunca usaba para evitar que alguien pensara que no estaba abandonada, pero ahora tengo tanta tensión en el cuerpo que, sin soltar a Rossie, freno ante la puerta, giro sobre un pie y con toda la rabia, el dolor, el miedo y la ira que me envuelven asesto una patada sobre la puerta que la arranca de sus goznes. Estoy tan enfadada que casi no noto el dolor que me recorre el pie lastimado. Sin pararme a nada más, entro en la casa y subo las escaleras. Al entrar en mi habitación, lo primero que hago es dejar a Rossie en la cama. Después enciendo la vela que está sobre la mesa, me quito la capa, la cuelgo en la estaca de detrás de la puerta y cuando Nathan entra la cierro.
Rossie se ha movido hasta la silla, así que separo las sábanas después de dejar el arco y el carcaj apoyados en la pared y permito que Nathan deje a Zhen en el colchón, en el lado que está más pegado a la pared. Lo arropo casi sin ser consciente de lo que hago, y el pequeño simplemente se gira y continúa durmiendo. Zarpitas, por su parte, salta a la cama y se acurruca a los pies de su dueño, sin ser consciente de lo que ocurre a su alrededor. En este momento daría lo que fuera por poder convertirme en él. Nathan ha dejado el saco sobre la mesa, pero parece incómodo porque no deja de pasarse la mano por el pelo en un gesto que creo que es involuntario. Abro el saco y pongo las gafas y el bastón de Zhen sobre la mesa. Todo lo que me hace ser Daira acaba en uno de los cajones de la cómoda, que abro y cierro sin mirarme en el espejo.
Cuando al fin alcanzo la servilleta con el pan, siento que voy a partirme en dos. Ese pan iba a ser para compartirlo con Bill. Sin embargo, no dejo que ninguna de esas emociones salga a la superficie, y con una sombra de sonrisa le tiendo una de las hogazas a Rossie, que abre mucho los ojos y coge el pan casi con miedo.
-Come, Rossie- le digo, mientras agarro el saco y lo lanzo debajo de la cama.- Es todo para ti- añado, cuando lo levanta hacia mí- yo tengo otro.
Ella sonríe y se lo lleva a la boca lentamente, partiendo los pedacitos con los dedos. Espero pacientemente a que se lo termine, parece que comer le sienta bien. Cuando termina, bosteza delicadamente. Yo voy a la cómoda y cojo el palillo de pelo. Me agacho a su lado y se lo doy.
-Esto es para ti, pequeña. No hace falta que te lo pongas ahora, pero puedes usarlo para defenderte de todos los que te quieran lastimar.
La niña lo coge como si fuera una espada diminuta, y sonrío sin alegría cuando intenta poner una mueca fiera. Ella no debería tener que enfrentarse a esto, debería ser una niña sin preocupaciones que riera feliz. La tomo de la mano y la llevo hasta la cama, y me quedo velándola hasta que el sueño la vence. Contemplo a los dos niños que hay durmiendo en mi colchón, uno con un gato y la otra con un palillo de pelo plateado, y mi corazón se aligera un poco cuando interiorizo que realmente he podido mantenerlos a salvo. Me giro y me encuentro que Nathan no está.
Asustada, saco el puñal de su funda y bajo las escaleras a la carrera, rogando porque no haya ido a contarles a todos los simpatizantes dónde me escondo. Lo encuentro arreglando la puerta de la entrada, la ha apoyado en su marco para que no parezca que está rota. Cuando me ve llegar, armada, deja lo que está haciendo y levanta las manos.
-Tranquila, solo estaba intentando esconder la entrada.
Las manos me tiemblan incontrolablemente, y aunque me repito que no me ha delatado, suelto el puñal mientras avanzo hacia él y cierro el puño, dispuesta a encajárselo en la mandíbula. Sin embargo, él me ve venir, y se limita a poner la mano frente a su cara. Me giro rápidamente para golpearle en las costillas con el pie, pero él me lo aparta con un empujón. Mi otro puño va al encuentro de su nariz, pero se aparta y no llego a rozarle.
Seguimos así durante un buen rato, yo intentando pegarle y él desviando mis golpes sin devolverme ninguno, hasta que noto que las lágrimas llevan bastante tiempo recorriendo mis mejillas. No puedo evitar desquitarme con él, al fin y al cabo, forma parte del grupo que nunca ha dejado de perseguirme y dañarme. Cuando ya no tengo fuerzas para levantar los brazos, me cuesta respirar y el dolor del pie es tan intenso que siento que ya no podré andar, me detengo.
Nathan está a dos metros de distancia, pero sin hacerle más caso me doy la vuelta, bajo la cabeza y me llevo las manos a la cara, dejando salir un sollozo. No puedo más. Me duele que me hayan quitado a mi hermana, me duele que me hayan quitado a Bill, me duele que no me dejen vivir como alguien normal. Me duele que nunca dejen de buscar mis puntos débiles para destrozarme.
Oigo los pasos de Nathan. Me coge de un hombro y me gira, pero no tengo fuerza para apartarme. Se agacha para mirarme a los ojos, morado y amarillo contra gris. Sin decir palabra, se pone de pie, tira de mí y me envuelve con los brazos.
Durante un instante, quiero que me suelte, pero a medida que pasan los segundos me doy cuenta de que es un abrazo sincero. No lo hace para que llore en su hombro y demuestre que estoy destrozada, sino para ayudarme a juntar de nuevo los fragmentos de mi ser. Y es precisamente el darme cuenta de eso lo que me hace apoyar la cabeza en el hueco de su cuello y rodear muy despacio su cintura con los brazos. Más lágrimas caen, pero no duelen tanto como las anteriores. Por un momento olvido el dolor, la rabia y el miedo, y dejo que su calor me envuelva, mientras escucho el latido acelerado de su corazón. Olvido las consecuencias que pueda tener para mí, y dejo que el tiempo se detenga un instante, este instante, en el que estoy entre sus brazos.
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Simpatizante
Teen FictionNightmare es la asesina más buscada de la ciudad. Lleva dos años buscando a un simpatizante, aquel que mató a Tessy. Se supone que los simpatizantes son la policía, pero hace mucho que Nightmare ha dejado de creer eso. Sabe que no descansará hasta q...