Capítulo 39

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Paso la noche acurrucada contra la pared, intentando olvidar el dolor que me provoca la argolla. Con mis manos encadenadas la levanto y me toco las clavículas con las puntas de los dedos, y en cuanto rozo la maltratada piel, me quema como un hierro al rojo. Se me ha clavado tanto que me sorprende no haber sangrado. Es una de las noches más horribles de mi vida. Estoy muy incómoda, las cadenas no me permiten moverme demasiado y me molestan, el no haber comido ni bebido nada hace que esté en mis últimas fuerzas y además la alarma no ha parado de sonar, supongo que Kyle habrá cumplido sus planes y ahora será gobernador.

Por un lado agradezco morir mañana, así no tendré que soportar verlo en el cargo, pero por otro me niego a que mi vida termine porque alguien tiene que proteger a Rossie. Espero que Nathan guarde algo de nobleza dentro y no pague lo mal que lo he tratado con los pequeños, y que sea lo suficientemente inteligente como para sacarlos de aquí. No he podido parar de pensar en él desde que Kyle me reveló la verdad. Lamento muchísimo haberlo culpado, en el fondo lo único que quería él era protegerme, a mí y a las personas que me importaban. Por eso nunca daba muestras de acordarse de Tessy, por eso siempre se empeñaba en afirmar que seguía sintiendo cosas; porque realmente él no había tenido nada que ver. Suspiro, y apoyo la cabeza contra la dura piedra. Aquí no hay ventanas, y nadie en las plantas superiores se ha dignado a ver si sigo con vida, siento como si me hubieran enterrado para olvidarse de mí. Pasa por mi cabeza la idea de suicidarme, pero la descarto porque no es propio de mi rendirme sin haber presentado batalla primero.

Por fin, la alarma se detiene. Respiro hondo, permitiéndome un minuto para disfrutar del silencio. Cierro los ojos y dibujo una sonrisa cuando mis pensamientos se llenan de luz. Pienso en Tessy en su sonrisa de niña, en los bailes junto a ella. Pienso en Bill y Rossie, siempre dispuestos a ayudarme, en los momentos de alegría que compartimos a pesar de todo lo que iba mal. Pienso en Zhen y Zarpitas, mi sonrisa se acentúa al recordar que al principio sólo iba a usarlo para entrar en el Gran Consejo, nunca creí que me seguiría. Pienso en Nathan, y en sus ojos casi plateados. En cómo me salvó de los latigazos, en la amabilidad que había siempre en su mirada, en su sonrisa al galopar por la Gran Calle, en sus brazos al rodearme cuando lloraba y al vendarme el pie. El cuadro de todas estas personas se forma en mi mente, y me doy cuenta de que aun cuando siempre buscaba ser arisca y tener el menor número de conocidos posible, ha habido gente que me ha querido tal y como soy. Me ayudaron y apoyaron con todo lo que ello implicaba, a pesar de ser quien era. Nunca podré agradecérselo lo suficiente, solo sé llevar muerte a la vida de las personas. Lágrimas caen desde la comisura de mi ojo hacia detrás de mi oreja, y suspiro al pensar que últimamente me he vuelto una llorona.

No recuerdo haberme quedado dormida, pero me despierta el ruido de las llaves en la cerradura. Me sobresalto, pero cuando recuerdo las cadenas que me sujetan me mantengo inmóvil. Pestañeo mientras los ojos se me acostumbran a la hiriente luz de la antorcha, y cuando consigo abrirlos inspecciono a mis visitantes. Uno es Kyle, pero me niego a mostrar la ira que me corroe y cuento con horror los otros cuatro simpatizantes que lo acompañan. Mis esperanzas de huir se reducen casi al cero, parece que mi reputación me precede y no me dejarán sola. Todos los simpatizantes llevan las armaduras completas, excepto Kyle. Él lleva una túnica verde oscuro sujeta con un cinturón dorado, y por encima un manto de terciopelo azul claro. En su frente hay un aro de oro, supongo que ha conseguido su tan ansiado puesto como gobernador. Sus ojos grises y su pelo cobrizo, ahora limpio, contrastan con los colores de su ropa, pero ahora mismo solo tengo ganas de escupirle. Me contengo, probablemente me den una paliza si lo hago y no me conviene.

Dos de los hombres se acercan, y me obligo a mantenerme inmóvil mientras separan de la pared la cadena de la argolla de mi cuello. Sin embargo, no la dejan caer, sino que la mantienen en sus manos como si fuera la correa de un perro. Otros dos entran y me sujetan cada uno por un brazo, pero no dudo en sacudirme, y me pongo de pie sola con ademán soberbio. Creo ver una sombra de molestia en los ojos gris opaco de Kyle, y sonrío casi imperceptiblemente. No pienso dejar que me humillen de ese modo, si he de morir lo haré con la cabeza alta. La comitiva de mi ejecución se sitúa para salir, Kyle delante con la antorcha, seguido por los dos simpatizantes que sujetan la cadena de mi cuello, después voy yo y a mi espalda están los otros dos simpatizantes. Tras atravesar la puerta de barrotes de la mazmorra, empezamos a subir unas escaleras que llevan a un pasillo donde las celdas ocupan ambos lados. Todas están llenas, y al ver por encima del hombro de Kyle, descubro que el pasillo mide unos 25 metros, y que las celdas están ocupadas por personas de los barrios bajos. Casi todo son hombres, pero descubro también a mujeres y niños, seguramente encerrados por crímenes estúpidos. El poco murmullo que había se apaga cuando entramos y comenzamos a recorrer el pasillo. Bajo la cabeza, esta gente no sabe quién soy, y aunque lo supieran, están aquí porque lo que he hecho no ha sido suficiente. Aunque lo que yo buscaba era vengarme por Tessy, sé que matando simpatizantes permitía que los barrios bajos fueran un poco más seguros, porque no habría tantos para sembrar la injusticia por las calles. Pero esta gente lleva aquí quién sabe cuánto tiempo, y no pude hacer nada por ellos.

Por eso me sorprendo cuando un hombre joven, de unos 25 años, cruza su mirada con la mía mientras yo bajaba la vista y comienza a aplaudir. Levanto la cabeza, asombrada, cuando el sonido se propaga por las celdas y pronto todos los prisioneros se han situado entre los barrotes de sus celdas, y algunos sacan los brazos hacia el pasillo para demostrarme de ese modo su gratitud.

En la zona pobre el silencio era nuestra mejor arma para estar a salvo. "Shh, calla" "No te asomes a la ventana" "Que no te oigan" "Escóndete" "Agacha la cabeza" "No levantes la voz". Eran frases que nos repetíamos unos a otros, padres a hijos, para poder seguir con vida.

Y ahora, que todas estas personas desconocidas, que están probablemente esperando sentencias de muerte, se atrevan a romper el silencio en un momento como este solamente para demostrar que me apoyan, me calienta el corazón de una manera que creía imposible. Sin pensar en nada más, me desvío un poco a la derecha y tomo algunas manos que sobresalen, sin importarme si son de hombre, mujer, niño o viejo. Mientras avanzo intento tocar todas las manos que puedo, intentando transmitir mi agradecimiento en un toque rápido. Alterno ambos lados, y algunas personas me tocan el pelo, los hombros y los brazos, e intento arrodillarme para acariciar las cabezas de algunos niños que me sonríen con lágrimas en los ojos.

Demasiado bruscamente, me arrancan de los brazos de esta amable gente y me obligan a a avanzar, pero aunque me resisto y la gente no deja de aplaudir, pronto hemos terminado de recorrer el pasillo y volvemos a bajar, aunque ahora las escaleras desembocan a un patio horrible. Es todo gris, y tres de sus paredes tienen ventanucos enrejados. La otra parece la pared de una muralla, así que deduzco que desembocará al exterior de este lugar. En ella hay un enorme portón de madera, y esa es la única salida a parte de la puerta por donde hemos entrado. A pesar del hermoso momento vivido hace un instante, el miedo me invade al ver la gran horca construida en el centro del patio. El verdugo, un hombre vestido con una toga gris con una capucha que le cubre la cara, ya está subido al patíbulo.

A pesar de que intento resistirme, bajo la mirada divertida de Kyle, no puedo hacer nada contra esas cuatro moles de carne, que me levantan en el aire y tiran de la cadena conectada a la argolla para cortarme la respiración, así que cuando veo que la gruesa soga me rodea el cuello me detengo, manteniéndome sobre mis pies a duras penas. Mis botas reposan sobre la trampilla que se abrirá en unos minutos, y los cuatro simpatizantes se van por donde hemos venido. Kyle se sitúa frente a mi, poniendo cuidado en estar alejado del alcance de mis manos. De reojo observo que el verdugo agarra la palanca que abrirá la trampilla. Trago saliva.

-Pareces asustada, querida. ¿Quieres rogar por tu vida? Si lo haces, quizá no te mate y te adopte como mi concubina.- con una mano agarra un mechón de mi pelo y tira de él, obligándome a acercarme a su cara, mientras la soga se me clava en el cuello.- La verdad es que es una lástima, podría incluso venderte a algún noble, seguro que con un poco de entrenamiento en la cama serías una delicia.... Ya he probado tu boca, todo era parte de la farsa para que confiaras en mí, por supuesto, pero estoy seguro de que muchos pervertidos estarán dispuestos a pagar un buen montón de oro por un trabajito de esos labios...

Antes de que pueda decir una palabra más, escupo sobre su cara, y aprovecho su sobresalto, en el que suelta mi pelo, para morderle la mano tan fuerte que noto el sabor a sangre. Con un alarido, me golpea en la cara, y suelto mi agarre. Sin embargo, me las arreglo para manchar su costosa túnica con la sangre que tengo en la boca, mezclada con saliva, antes de que me encaje un puñetazo en el estómago que me quita el aliento. Toso mientras él baja del patíbulo, sujetándose la mano herida. Aunque casi no puedo mantenerme en pie, sonrío.

-No hay ni una sola persona que conozca que sea más enfermo, capullo, idiota y repugnante que tú. La verdad, es mejor morir que ver cómo todo se va a pique por tu pésimo trabajo como gobernador. Espero que todos te recuerden como el gobernador que llegó matando a todos los que se oponían a él, como el gobernador inútil que no supo hacer nada mejor que esconderse en su cobardía cuando las cosas fueron mal, porque estoy segura de que es lo que harás.

Cuando veo la furia en sus ojos sonrío, he conseguido cabrearle. Cuando alarga el brazo, de reojo capto que el verdugo sujeta bien la palanca, y busco en el cielo una última cosa que ver antes de que la oscuridad me lleve para siempre.

Sin embargo, antes de que Kyle pueda dar la orden que acabará con mi vida, se escucha un estrépito que irrumpe en el patio, y al bajar la vista, el alivio y la alegría se hacen presentes en mi corazón.

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