Capítulo 28

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Para ti, porque sabrás (si te digo que espero volver a ese banco), que eres tú a quien le dedico esto. 

Abbeline me mira, con una mezcla de desaprobación y travesura.

-Si le hacemos un vestido con esto, podría meterse en problemas, querida.

La miro.

-No me importa. No suelo hacer lo que me dicen y ya me han juzgado mal. ¿Qué más pueden hacerme?

Ella sonríe, parece conforme con mi respuesta.

-De acuerdo, pero en ese caso ha de saber que los señores tienen autoridad para expulsarla del refrigerio.

Me quedo pensando en su frase, pero recuerdo algo que dijo el padre de Nathan.

-Señora Abbeline...

Ella me interrumpe.

-Llámeme Abbie, por favor.

-De acuerdo. Abbie, el refrigerio ya está por terminar, este vestido será para el baile de máscaras que hay luego.

Ella abre los ojos, casi horrorizada.

-Es tradición que en los bailes de máscaras la gente se vista de tonos pastel, adornados con elementos brillantes o encaje, con accesorios de plata. ¿Está segura de que quiere llamar la atención de ese modo, señorita?

-Por favor, Abbie, llámame Daira. Y sí, lo estoy. Es un baile de máscaras, ¿no? Si quieren echarme, primero tendrán que encontrarme.

Ella se lo piensa, pero luego asiente con una sonrisa.

-Te haré ese vestido negro, Daira, pero con la condición de que me dejes adornarlo un poco. No te preocupes- dice, al ver mi cara de horror.- No será nada exagerado y podrás llevar esos tacones- añade, al fijarse en mis pies.- Normalmente se llevan más altos, pero deduzco que no quieres.

Niego, con una sonrisa, agradecida de poder encontrar a gente así de amable en un lugar como este.

-Lo dejo en tus manos, Abbie.

Me acompaña hasta la salida después de tomar mis medidas, con la promesa de que se pondrá inmediatamente con el vestido,y cuando salgo fuera me sorprendo al ver que ya no hay nadie en el jardín. El sol se está poniendo, hay un hermoso resplandor naranja en el cielo. Aprovecho para acercarme a las fuentes, y a medida que avanzo me percato de que las luces de la casa están encendidas. Todos deben estar dentro ya, se filtra el sonido de música de cuerda. Una vez al lado de la fuente, me detengo al ver que hay pequeños peces de colores. Meto la mano en el agua tras arrodillarme en la hierba, y uno de ellos, verde, pasa rozándome con la aleta. Ese pequeño contacto me hace sonreír, y me entristezco un poco al pensar que ellos, como yo, tampoco están donde les corresponde. Echo de menos mi hogar. No es cómodo, y la vida no es fácil, pero allí siento que realmente soy alguien, y no solamente una máscara vacía. Se me llenan los ojos de lágrimas cuando inevitablemente pienso en mi hermana. Siento que la estoy traicionando al trabajar con su asesino para proteger a aquellos que no la protegieron a ella. Mis mejillas se mojan, y solo se me ocurre una cosa para dejar de sentirme así.

Antes de nada me aseguro de que no hay nadie en los alrededores que pueda verme. Me siento en el borde de la fuente y me descalzo. Estoy harta de los malditos tacones. Camino por la suave hierba, agradecida de que mis pies se tomen un respiro. Vuelvo a asegurarme de que no haya nadie mirándome, y cuando estoy segura de que estoy sola, aprovechando la tenue música que se escucha, levanto los brazos, me pongo de puntillas y empiezo a bailar.

Hace años que no lo hago, pero mi cuerpo lo recuerda. Sólo me permitía bailar con Tessy, nuestra madre nos enseñó cuando su marido no estaba en casa. Eran unos pasos muy sencillos, por lo que se ajustaban a todas las melodías posibles, y podíamos bailar durante horas la una frente a la otra, con los brazos levantados y los pies descalzos. Solo lo hacíamos en días de mercado, cuando era posible escuchar música en los barrios bajos. Ahora, estoy lejos de casa, la música es distinta, tengo los ojos cerrados y no hay piedra bajo mis pies, pero siento como si estuviera junto a mi hermana, bailando juntas una vez más. Mi tristeza se evapora poco a poco, es como si mi hermana entendiera que hago esto para proteger a aquellos que me importan y aún viven. Cuando estoy dando vueltas, oigo como una rama se parte bajo una pisada.

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