Capítulo 18

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-Esto ya está.

Al oír la voz de Nathan me giro, manteniendo un muy precario equilibrio sobre los tacones. Él me repasa con la mirada. Me siento desnuda al no sentir la tela del pantalón pegada a las piernas.

-¿Qué?- le increpo- Parezco de la Zona Alfa, no hay problema.

-No es eso.- contesta.-Ven, te falta algo.

Lo sigo de nuevo al interior de la casa, con el macuto que forman mis cosas bajo el brazo. Se agacha junto a la caja que contenía el vestido y recoge el estuche. Lo abre, y a la tenue luz de la lamparita, distingo el brillo dorado de unos pendientes. Doy un paso atrás.

-Ah, no. No, no y no. No pienso dejar que me perfores las orejas con esa cosa.

-Tranquila, son de clip. No hace falta agujerear nada.

Dejo que se acerque, pero cuando veo que quiere ponerme los pendientes, se los quito de un movimiento brusco y me los coloco yo sola. Hago lo mismo con el collar y las pulseras. Forman un conjunto, todas las piezas son doradas y tienen unas gemas engarzadas color azul oscuro, del mismo tono que los zapatos y el hilo que borda las filigranas de mi vestido.

-Toma.- me dice, tendiéndome el estuche.- Dentro hay un espejito y cosas para la cara. Maquíllate mientras yo guardo todo esto.- Me coge las cosas del brazo y va metiendo todo en la bolsa de lona.

¿Maquillarme?

Sostengo el estuche como si me fuera a estallar en las manos. Abro el espejito con cuidado y le quito la tapa a un lápiz de ojos negro. Cierro un ojo y hago una línea fina sobre el párpado, pegada a las pestañas. Repito la operación con el otro ojo y después abro los dos para cerciorarme de que están iguales. Satisfecha, saco una especie de brocha que va unida a una cajita de polvos rosas. Supongo que serán para las mejillas. Aplico un poco sobre mis pómulos, pero de forma que casi no se nota. Dejo los polvos y saco una barra de labios roja. Pongo un poco en el labio inferior y después lo junto con el de arriba, para que quede una capa de color tenue.

-He acabado. No voy a pintarme más.

Nathan se levanta.

-Está bien, pero te advierto que en la Zona Alfa van más maquilladas.

-He dicho que no. No quiero parecer un cuadro, y me da igual cómo vayan. No soy como ellos.- hago una pausa y miro al suelo.- No soy como tú.

Hace un ruido extraño, pero no dice nada. Se me encoge el corazón. Se acerca y yo retrocedo por inercia. Me coge el estuche de las manos, y saca un lápiz de ojos de tono marrón.

-Tranquila. No voy a hacerte daño. Te voy a poner un lunar falso. Así habrá menos similitudes entre Nightmare y Daira.

-¿Daira?

-Sí, es el nombre por el que te llamaré en la Zona Alfa. No puedes utilizar el de Nightmare, pero si quieres usar Aline...

-Ni hablar. Usaré Daira.

Dejo que se acerque con el lápiz. Me toca con él en la cara, y al mirarme en el espejo descubro una manchita redonda junto a mi nariz, en el lado derecho de mi cara. Soy muy distinta a Nihtmare, y no tengo nada en común con Aline. Daira acaba de nacer, y pienso en las tres personas en las que se divide mi ser.

Nightmare viste de negro, tiene el pelo negro y azul y un ojo amarillo y el otro morado. Nigthmare es fuerte, sabe buscarse la vida, es una asesina, no tiene piedad contra aquellos que la dañan. Aline comparte sus ojos bicolores, pero no siempre viste de negro y su pelo es solo de un color. Aline es amable, cuida de los demás, pero es pobre, y vio morir a su hermana. Daira es diferente. Es rica, lleva vestidos de hermosos colores, tiene el pelo rojo y los ojos negros. Daira no tiene los problemas que han tenido Aline y Nightmare. Posee un porte real, su presencia llamará la atención en los grandes salones.

Me pregunto cuántas personalidades acumularé. Me iré fragmentando más veces, hasta que no quede nada de mí. No, yo soy las tres a la vez. Puedo con esto. No perderé lo que me hace ser yo. Soy tan fuerte como Nightmare, tan amable como Aline y tengo tanto porte como Daira.

Miro a Nathan, con su uniforme de simpatizante. Ya tiene la bolsa de lona colgada al hombro y la lamparita en la mano. Salgo delante de él, y al llegar a la calle apaga la luz y la mete en la bolsa.

-Dame tu brazo.-digo con voz brusca.

-¿Qué?- me mira, incrédulo. Levanta la vista de la bolsa, se queda inmóvil.

-¿Eres sordo? Mira, en mi vida he llevado este tipo de zapatos, así que si quieres que te ayude con esto, vas a tener que ayudarme tú a llegar hasta allá. No podré hacerlo sin caerme.

-Está bien.

Termina de cerrar la bolsa, se coloca a mi derecha y me tiende su brazo izquierdo. Entrelazo el mío, apoyando parte de mi peso en él. A pasos cortos, nos vamos dirigiendo hacia la luz de la Gran Calle. Mis nervios se incrementan con cada paso. Siento que puedo controlarlos hasta que veo la gran mole que vigila la entrada a la Gran Calle. Casi sin querer, aprieto la mano que reposa sobre su antebrazo, arrugándole la manga del uniforme.

-Tranquila.- me susurra. La luz de la Gran Calle lo baña en dorado, sacando reflejos a su pelo ya rubio, pero al volverme hacia él lo único en lo que puedo fijarme es en sus ojos, casi plateados.- No va a pasar nada, vamos a poder entrar sin problemas. Tú deja que hable yo. Recuerda que tienes que sonreír, porque somos una pareja que ha venido de dar un tranquilo paseo al lado del río.

Respiro hondo y me obligo a avanzar, mientras dibujo un intento de sonrisa en mis labios. Mientras nos acercamos, el simpatizante se gira hacia nosotros, echando mano a la espada. Todo mi cuerpo me grita que me dé la vuelta y eche a correr, pero destierro esos pensamientos al interior de mi cabeza y coloco un pie tras otro, acercándome más a una de las personas que quieren mi muerte.

-Buenas tardes.- saluda Nathan, tras tocarse la frente con dos dedos de la mano derecha. El simpatizante corresponde, y entiendo que es un saludo entre ellos.- Venimos de dar un paseo al lado del río, no tendremos problema en pasar, ¿verdad?

El simpatizante nos inspecciona de arriba a abajo. Tiene el pelo negro, ya con canas, y uno de sus ojos es verde y otro naranja.

-¿Por qué volvéis tan tarde? Y además, no hay necesidad de ir a pasear tan lejos. El paseo del río acaba de ser remodelado, lo sabe todo el mundo. En especial vos, que sois un guardián, deberíais tener presente el peligro que conlleva el salir a los barrios bajos.

Nathan titubea, y observo de reojo como una gota de sudor resbala por su cuello. Cierro los ojos un instante, y decido que es momento de salvar la situación.

Perdóname, Tessy.

-Oh, disculpe, señor.- intervengo con mi mejor voz de niña buena.- Ha sido idea mía. No he dejado de insistir durante mucho tiempo, puesto que siempre había sido mi deseo conocer qué había más allá del seto. He supuesto que no habría problemas, precisamente por ir acompañada de un guardián. Créame, no tengo ningún deseo de retornar a ese espantoso lugar. Ahora solo deseo volver a casa y permanecer a salvo. ¿Me lo permitirá, cierto?

El simpatizante parece descolocado, pero después de unos instantes sonríe con picardía.

-De acuerdo, aunque no estoy autorizado para permitir el paso después de la puesta de sol. Por vos haré una excepción, señorita.

Sonrío y hago una pequeña reverencia, flexionando las rodillas. Nathan imita mi sonrisa y nos encaminamos hacia la Gran Calle.

-¡Oiga, señor!- Nathan se vuelve, casi asustado, y mi mente empieza a pensar que nos han pillado, que mi interpretación no ha servido- Cuide bien a tan maravillosa y bella compañía.

-Lo haré, no se preocupe.- vuelven a intercambiar el saludo y le damos la espalda.-¿Cómo has hecho eso?- me cuchichea cuando nos hemos mezclado entre la gente.

-Ha sido fácil. Sólo he pensado: tengo que hablar de la forma más exagerada y pedante que se me ocurra, luego adornarlo con todas las exhuberantes florituras que existan en la lengua hablada, y encajaré.

Nathan contiene una carcajada a duras penas.

-Eres impresionante.

Me permito esbozar una sonrisa, y tomados del brazo iniciamos el camino hacia el interior de la Gran Calle. 

SimpatizanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora