El ruido de la gente me agobia. En mi vida había visto tal cantidad de gente junta, ni siquiera los días de mercado. Nathan posa su mano sobre la mía para tirar de mí sin que me suelte a través de todos los pares de piernas que se atraviesan en el camino de mis tacones. Por un instante estoy tentada de soltarme de un tirón, pero me doy cuenta de que no es buena idea, sobre todo porque si me suelto con brusquedad probablemente no aguante el equilibrio sobre los tacones y me vaya al suelo, lo que llamaría mucho la atención aquí. Y no estoy dispuesta a haber hablado bien de los simpatizantes para nada.
Un rápido y disimulado vistazo a mi alrededor me confirma que mi vestido está hecho de la tela más ligera que veo. Las faldas que algunas mujeres llevan tienen tantas capas que no se nota el movimiento de sus piernas. Las hay de todos los colores, formas y tamaños imaginables. Con adornos, lisas, rayadas, brillantes, con perlas, con gemas...También me doy cuenta de que mis tacones son de los más bajos que hay.
Y pensar que añoro mis botas con solo diez centímetros...¿cómo pueden correr con eso? Ah, es verdad, que aquí no hay que correr.
Zigzagueamos entre la gente tan rápido como podemos, y la costumbre me hace mantener la vista baja.
-No agaches la cabeza.-me susurra Nathan.- Tienes que intentar mirarles por encima del hombro, como si no significaran nada para ti.
Intento hacerle caso, porque ahora estoy en su territorio y es él quien me puede mantener a salvo aquí. Levanto la barbilla y me centro en mirar por encima de todas las cabezas que veo, a pesar de que mucha gente es más alta que yo. Algunas personas llevan perros con correas hechas de gemas brillantes, que destellan a la luz de las miles de farolas que a hay cada pocos metros. A decir verdad, hay tanta luz que parece que es de día, a pesar de que hace mucho que se ha puesto el sol. Pienso en que esas gemas que esta gente usa para pasear a sus perros podrían dar de comer a mucha gente de donde yo provengo.
La gente pasa a nuestro alrededor sumida en conversaciones que no tienen ninguna importancia. Alcanzo a oír a dos mujeres que hablan sobre la mala idea de la hija de una de ellas de llenar su tarta de cumpleaños con cien bengalas de colores. Suspiro con impotencia, y me obligo a mantener la expresión de desdén fuera de mi cara. No debo llamar la atención.
No sé a dónde nos lleva Nathan, así que me dejo arrastrar hasta llegar al puente. No tiene nada que ver con el de los barrios bajos. Este está perfectamente construido, no hay piedras sueltas por los bordes, y está muy bien iluminado. La barandilla de metal no está oxidada, pero nadie la toca, así que decido imitarlos. Cuando pasamos por encima, necesito casi toda mi fuerza de voluntad para que la vista no se me vaya hacia el pasadizo que recorrí hace ya varios días. No quiero que nadie más se fije en él. Mis pensamientos vuelan hacia aquella noche. El dolor de mis heridas, el agua helada, los cadáveres. Pienso en que creí que iba a morir. Pienso en que si alguien me descubre ahora, estaré muerta. No volveré a ver a Bill y a Rossie.
El miedo me aplasta, y en cuanto terminamos de cruzar el puente, me detengo de golpe, soltándome del agarre de Nathan y provocando que un hombre de traje amarillo y corbata azul choque conmigo. El impacto me hace avanzar un par de pasos trastabillantes, y choco de frente con el pecho de Nathan. El broche del tacón izquierdo se suelta, y se me queda atrás. Nathan me gira con delicadeza, mientras el hombre recoge mi zapato.
-Disculpe, señorita. No la he visto detenerse.-me tiende el zapato con una reverencia, y después se marcha con el mismo ritmo, como si nunca hubiéramos chocado. Me quedo con el zapato en la mano, estupefacta. Nathan se arrodilla delante de mí, quitándome el zapato. Lo miro con asombro.
-Vamos, hay mucha gente.- me sonríe amablemente.-No querrás que nos pillen, ¿verdad?
Disimulo un bufido y levanto el pie izquierdo, apoyando la parte baja de la espalda contra el borde del puente para no caer. Nathan retira despacio la falda y deja al descubierto mi pie descalzo. Desliza el zapato con delicadeza y lo abrocha. Bajo el pie rápido mientras él se pone de pie.
-Gracias.-murmuro, con la vista baja.
-¿Por qué te has parado?- me pregunta, volviendo a entrelazar su brazo con el mío.
-Tengo miedo, Nathan.- me permito confiar en él como confié hace tres años, como confié cuando aún nada nos separaba.- No quiero morir.
-Ey, escúchame.- tira de mi hacia un camino que lleva a unos jardines. Cuando llegamos a un recodo donde no hay nadie, se para.- Mírame.- pasa dos dedos bajo mi barbilla. Mis ojos, ahora negros como la noche, se encuentran con los suyos, grises como el alba.- No vas a morir. No voy a dejar que te pase nada, ¿de acuerdo? Estarás bien. Eres fuerte, puedes con esto.
Me trago sus palabras como si fueran un vaso de agua en medio del desierto. Nunca nadie me lo había asegurado. Siempre salgo de caza sin saber si esa será la última vez. Me acaba de prometer que voy a vivir. Se me dibuja una sonrisa en la cara, pero luego recuerdo a Tessy. Mi expresión alegre se disuelve, pero no hay tanta brusquedad en mis palabras cuando le pido que continuemos. Volvemos a la muchedumbre de la Gran Calle, y cuando diviso la residencia de los simpatizantes sé a dónde me llevaba.
Es lógico que te lleve ahí, tonta. Al fin y al cabo es donde vive.
La verdad es que es un edificio impresionante. Una gran verja blanca coronada por alambre de espino cerca unos enormes jardines, recorridos por caminos de tierra clara. Se escucha el sonido de algunas fuentes, pero deben estar en la parte de atrás.El edificio tiene cuatro plantas, y su parte derecha es la que da al río, fue la única pared que vi. Nunca lo había visto de frente, y es muy bonito. Es totalmente blanco, parece de mármol, con partes de cristal. Hay cuatro columnas en la parte frontal, a la izquierda hay una galería acristalada y para llegar a la puerta hay que subir unos peldaños.
Vamos rodeando la verja blanca despacio, Nathan me da tiempo para que lo observe todo. Sin embargo, lo que me preocupa no es el edificio, sino las personas que lo habitan. Al ver que nos acercamos al hueco que nos permitirá pasar, me pongo más y más nerviosa. No muestro ningún tipo de emoción en la sonrisa que esbozo en mis labios. Un simpatizante franquea la entrada, pero con este no es necesario cruzar palabras. Nathan repite el saludo que hizo en la entrada, tocándose la frente con dos dedos de la mano derecha, y simplemente se hace a un lado. Atravesamos el camino principal a paso lento, no quiero que piensen que huimos de algo. Subimos los peldaños de mármol, pasamos entre las cuatro columnas y entramos al edificio a través de las dos grandes puertas dobles de madera blanca. Doblamos a la izquierda nada más entrar, y avanzamos por la galería acristalada que se ve desde fuera.
-¿A dónde vamos?- pregunto, después de cerciorarme de que no hay nadie que pueda escuchar.
-A mi habitación. Estarás cansada, ya es tarde.
Algo no me cuadra. Llegué a la habitación de Nathan por el río, y el río está a la derecha. ¿Por qué vamos hacia la izquierda?

ESTÁS LEYENDO
Simpatizante
Genç KurguNightmare es la asesina más buscada de la ciudad. Lleva dos años buscando a un simpatizante, aquel que mató a Tessy. Se supone que los simpatizantes son la policía, pero hace mucho que Nightmare ha dejado de creer eso. Sabe que no descansará hasta q...