Capítulo 29

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Salimos del telar a paso rápido. Me he acostumbrado a estos tacones, pero todavía tengo que sujetarme al brazo de Nathan para poder levantar el vestido con la otra mano. Es muy bonito, lo reconozco, pero sigo echando de menos mis pantalones y mis suaves botas. Si pudiera me lo arrancaría de cuajo. A medida que nos vamos acercando a la gran casa, la música suena cada vez más alta. No soy capaz de decir nada, tengo un nudo de nervios en la boca del estómago que oprime cualquier intento de dejar salir las palabras. Nunca he estado en una fiesta, y temo que si hago algo inapropiado me descubran. Si eso llegara a pasar, estaría muerta antes de poder siquiera salir al jardín. Ya me he ganado el odio de la madre de Nathan, pero eso no significa que no pueda disimular un poco más.

Subimos las grandes escalinatas de mármol. Nathan está tan nervioso como yo, o eso parece, porque no deja de tragar saliva constantemente y no para de mirarme de reojo, como si quisiera asegurarse de que sigo aquí, y me está poniendo aún más de los nervios.

-Para ya, ¿quieres?- le increpo, cuando ya estamos a punto de abrir las puertas. Él mira al suelo y pone una mano tras la cabeza, alborotándose el pelo.

-Lo siento...es solo que no sé lo que nos espera ahí dentro. Mis padres no te tienen mucho aprecio, y podrían intentar dejarte en ridículo.

Miro las grandes puertas. Es gracioso que crea que me importa lo que sus padres piensen de mí.

-Sólo esperemos a que pase el tiempo.

Me mira, sus ojos casi plateados me taladran. Le devuelvo la mirada, y antes de empujar la puerta, me sonríe casi imperceptiblemente. Cuando entramos en la gran sala de baile, entiendo por qué Abbeline dijo que Nathan iba a meterse en un lío.

Toda la sala está iluminada por ristras de farolillos que parten desde una gran lámpara de araña hacia diferentes puntos en el techo. A la izquierda, bajando las grandes escaleras que tenemos enfrente, hay un camarero (con antifaz también) tras una mesa en la que hay varias copas y botellas de colores diferentes. A la derecha hay un pequeño palco donde hay un cuarteto de cuerda y un pianista. En frente hay una hilera de mullidos bancos, forrados con tela plateada. Sin embargo, parece que la escena se paraliza de repente: las parejas dejan de bailar, los músicos se detienen y el camarero deja de servir en las copas. Y entiendo perfectamente por qué.

Todas las mujeres llevas vestidos largos, de manga larga, tan abombados que no se les nota el movimento de las piernas (y los hombres se hunden en ellos cuando bailan en parejas), de colores pastel: azul claro, verde pistacho, rosa palo, violeta claro, amarillo pollo...Casi todas llevan el cabello recogido con redecillas plateadas, y todas llevan adornos plateados en el vestido (flores gigantes en la falda, cinturones anchos, gemas esparcidas sin ton ni son por la tela), y eso sin contar la gran cantidad de joyas plateadas que les adornan los cuellos, muñecas y dedos. Los hombres, por el contrario, van todos vestidos igual: trajes granates, camisa plateada y corbata y zapatos negros. Todos los antifaces de los presentes son iguales: lisos y plateados.

Nosotros, yo con mi vestido negro sencillo, sin mangas, sin joyas y sin adornos plateados; Nathan con su traje azul claro, camisa blanca y corbata plateada y con nuestros antifaces blancos, llamamos la atención de un modo aterrador. Sin embargo, detecto horror mezclado con envidia en los ojos de las mujeres, y los hombres me miran como si me quisieran desnudar, sin hacer caso de las parejas que tienen cogidas de la cintura.

Qué asco.

Nathan tira de mí, y procuro mantener la cabeza bien alta mientras bajamos las escaleras. Cuando llegamos a la pista la gente se aparta, abriéndonos un camino de modo casi respetuoso. Avanzamos entre la gente, a paso lento, hasta que dos figuras salen de la muchedumbre y nos fulminan con los ojos. La señora Fyscrill dan dos palmadas.

-Por favor, continuemos con la maravillosa fiesta. No hay razón para alarmarse, por favor, continúen.

Cuando todo el mundo ha conseguido apartar la vista de nosotros, los padres de Nathan se acercan. La madre porta un antifaz plateado, una redecilla de gemas plateadas en el pelo y un vestido violeta claro con un diseño plateado en terciopelo. Un collar doble en su cuello, tres anillos y dos pulseras en su muñeca derecha son las joyas que la adornan. Podría incluso admitir que está preciosa si no fuera por la mirada de odio que me dirige. Su padre, vestido al igual que todos los hombres de la sala (excepto Nathan), ni siquiera me mira, sino que su atención está puesta en su hijo.

-¿¡Cómo te atreves!?-sisea la madre, para que nadie la escuche, dirigiéndose a su hijo.- Te presentas con una vestimenta inadecuada totalmente, ¡y tu acompañante ni siquiera ha hecho una reverencia de cortesía! Por no hablar de su vestido, ¡ese color está prohibido desde hace años! ¡Nunca en la vida había pasado una vergüenza semejante! ¿Qué dirán todos ahora? No podré volver a mostrar mi rostro en público, ¡esto mancillará el honor de la familia!-mira a su marido.- Este hijo nuestro ha perdido la cabeza. Ya te había advertido que no habría manera de educarlo bien, mira con quién se ha juntado. En vez de quedárnoslo habríamos tenido que...

La interrumpo de golpe, he oído bastante.

-Oiga señora, me importa poco lo que piense de mí, porque me ha juzgado sin conocerme de nada y sé que soy más real de lo que usted podría llegar a soñar, pero voy a decirle algo. No tiene la más mínima idea de lo que realmente vale en la vida, porque está obsesionada con ser la reina de las falsedades. ¿No se da cuenta de que todas las sonrisas que hay aquí son fingidas? Toda la gente que está en esta fiesta solo quiere ascender en la escala del poder, no les importa nada el decorado o la música, ni siquiera les importa quién está dando la fiesta y por qué. Solo vienen para alardear y demostrarle a todo el que quiera escuchar que han sido invitados a una celebración exclusiva. Y lo que es peor, está tratando muy mal a la única persona que realmente podría darle algo de luz a su patética existencia. Y ahora, con su permiso y sin él también, porque me da igual lo que haga o diga sobre mí, me voy con mi pareja a otra parte donde por lo menos no tenga delante a gente que está podrida por dentro.- me giro hacia Nathan, que me mira con la diversión oculta en sus ojos grises y en su media sonrisa.- ¿Me concedes este baile?

Nathan toma mi mano, gustoso, y nos alejamos de la bruja de su madre, cuya ira ha hecho que sus mejillas enrojezcan. Su marido le pone la mano en el hombro y le susurra algo que la hace sonreír. Un escalofrío me recorre, pero ya me preocuparé por eso luego. Nathan me conduce por el centro de la pista, medio bailando y medio caminando, hacia un lado de la misma, detrás de una columna donde no nos ve mucha gente, y me suelta la mano.

-No sé cómo has sido capaz de hacer eso. Mi madre va a odiarte, pero la verdad es que se lo merecía. Gracias por defenderme.

Me encojo de hombros, restándole importancia. No lo he hecho por él, simplemente me apetecía cerrarle la boca a esa arpía. Mis oídos registran un sonido extraño, y Nathan me mira, demostrando que lo ha oído también. Ambos damos la vuelta a la columna, con cautela, y suelto un suspiro al reconocer a la persona que está acurrucada en el suelo, intentando aguantar un sollozo. Lleva un traje como el de los demás hombres, pero se ha quitado la corbata. A pesar de que no viste igual que la primera vez que nos vimos, reconocería el bastón, las gafas y su pelo en cualquier parte.

-Hola, Zhen. 

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