Capítulo 5: Sorpresa

59 7 9
                                    

Varias horas después....

Jack volvió a despertarse una vez más en aquella cabaña, a oscuras, pero esta vez no estaba atado y podía moverse libremente. Lo primero que hizo fue buscar a la anciana pero no estaba allí. Luego escudriño las sombras de la habitación en busca de aquel fantasma que lo había noqueado pero allí no había nadie o, al menos, Jack no podía verlo. Aunque esta vez había una clara diferencia, la tela que cubría la entrada a la habitación estaba levantada y un pequeño haz de luz entraba e iluminaba toda la habitación, quizá con demasiada intensidad para los ojos recién abiertos de Jack.

Al no ver otra salida, se levantó de la cama. Ahora veía con algo más de claridad después de que sus ojos se adaptaran a la poca luz que entraba e inspeccionó la habitación.

Estaba en un cuarto no demasiado grande pero tampoco pequeño. Con suelo, paredes y techo de madera. La cama estaba en una esquina de la habitación junto con una pequeña mesa al lado del cabecero. Había un espejo en una de las paredes justo encima de una cómoda de gran tamaño y una alfombra vieja cubría casi todo el suelo haciendo que este no perdiera fácilmente calor.

Al salir se encontró en un pasillo de madera, donde había cuadros de una familia durante diferentes años o eso parecía al ver el cambio físico en los más jóvenes. Al final del pasillo Jack encontró una puerta a medio abrir así que, sin pensárselo dos veces, la empujó un poco y entró en una cocina rudimentaria muy bien iluminada. Allí, de pie, se encontraba la anciana hablando tranquilamente con la mujer del arco a la que Jack había derribado antes. Según recordaba, su nombre era Yumeya o algo así le entendió a la anciana.

Como las dos mujeres no habían reparado en su presencia o no le estaban haciendo ni caso, Jack decidió llamar suavemente al marco de la puerta con los nudillos hasta que la conversación que mantenían se apagó y se instauró el silencio.

―Así que ya te has despertado, salvaje, duermes más que nuestros niños más pequeños, eres débil.

Su tono marcado de voz dejaba ver claramente su desprecio por Jack, además de rabia acumulada.

―Yumeya, ya basta. ¿Qué te dije antes? Es un salvaje pero no un bárbaro, compórtate o tendré que hacerlo yo por ti―. Entonces la mujer, que debía de ser poco mayor que Jack, apenas cinco años según le pareció a él, agachó un poco la cabeza e hizo un gesto de disculpa con la mano.

―Perdóname, abuela, no volverá a pasar― levantó la mirada con odio y la clavó en los ojos azules de Jack.

―Muy bien, así está mucho mejor. Ahora que podemos hablar tranquilamente, ¿cómo te encuentras, muchacho? Puede que mi nieta te golpeara más fuerte de lo normal, no le gusta contenerse, aún es joven, ¿puedes hablar? ¿Cómo te podemos llamar? Eso nos haría más fácil todo esto.

Jack tardó un rato en reaccionar. Primero estaba asimilando que Yumeya había sido quien le había golpeado nuevamente en la tienda, ya era la segunda vez que le dejaba sin sentido, empezaba a convertirse en una costumbre. Y después se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo callado para una pregunta tan sencilla como aquella.

―Me llamo Jack, podéis llamarme así o bárbaro, si ella lo prefiere. ¿A qué viene este cambio de actitud? Ya no estoy atado ni recluido ¿Qué ha pasado?

―Eso es porque tienes mucha suerte, bárbaro― la última palabra la dijo con un desdén tan intenso que Jack temió a esa mujer durante unos instantes, aunque fue culpa suya, él la había incitado así que ahora no podía reprocharle nada―. Mi abuela es demasiado buena y ha decidido dejarte vivir y además, no sólo eso... Te vas a quedar con nosotros hasta que ella lo crea conveniente, nos guste o no.

Defectos de fábricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora