Capítulo 26: El tercer jinete

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Pasaron los días y con ellos se fueron también el ánimo y la esperanza. Tras dos largos y pesados días sin poder echarse a la boca nada más que agua, Jack y Lucy estaban rozando la desesperación, se morían de hambre y el aburrimiento no ayudaba.

Al principio, decidieron reservar sus fuerzas y solamente derrochar la poca energía que les quedaba en labores de vital interés. El decimocuarto día lo cumplieron al pie de la letra y se pasaron horas tumbados en la cama, abrazados, dándose calor mutuamente. Las conversaciones eran rápidas y breves, hablaban lo justo para recordar sus propias voces y para mantenerse entretenidos.

Al día siguiente, la labor fue algo más ardua. El aburrimiento y el aletargamiento habían hecho mella en los jóvenes y al final pudieron con su plan. Tras varias horas de impasividad y silencio, Lucy no aguantó más y se giró hacia Jack, buscando sus labios. El muchacho, que se encontraba de igual manera que Lucy, no opuso mucha resistencia. Tras lo que serían horas, ambos retozaron en la cama, besándose; tocándose; mordiéndose y, en resumen, amándose. Para su desgracia, a los dos se les hizo demasiado corto, para cuando terminaron y se dieron cuenta de que nuevamente volvían a no tener absolutamente nada que hacer cayeron en una ligera depresión, mas las puertas del sueño se abrieron, de par en par, sumiendo en su letargo a los jóvenes y brindándoles la posibilidad de escapar de su realidad durante algunas horas.

Al decimosexto día, Lucy y Jack estaban con el ánimo totalmente por los suelos. Lo del día anterior había servido para distraerlos pero, al despertarse, sintieron un hambre atroz y se arrepintieron de haber desperdiciado tanta carne en aquel intento vano de pesca. Ese día lo pasaron en completo silencio, sin moverse, sin pensar, únicamente se miraban de vez en cuando para asegurarse de que el otro seguía allí. Ni siquiera intentaron matar parte del tiempo acostándose, de hecho, cuando Jack lo propuso, Lucy le recordó con cierta brusquedad lo mala idea que era. Así que se quedaron ahí tumbados, como estatuas de carne y hueso, brindándose calor el uno al otro debido a la bajada de temperaturas que se empezaba a notar a partir del mediodía.

Tras pasar otro día más sin hacer nada, para no agotarse, la mente de Jack empezaba a divagar. No paraba de pensar en que si hiciesen lo que él propuso no estarían en unas condiciones tan pésimas; que si no hubiese vuelto a Sault Ste. Marie nada de aquello hubiese pasado; que si no hubiese dejado a Yumeya no se habría traicionado a sí mismo y a sus ideales y jamás hubiese besado a Lucy; entre otras tantas ideas negativas, llevándole a un bucle del cual le sería difícil salir.

Entonces Lucy, harta también de la inactividad y del silencio, se puso encima de Jack, sacándole de un ciclo depresivo, y empezó a besarle y a morderle el cuello. El joven. al principio reacio debido a los pensamientos de su fuero interno, acabó por dejarse llevar y disfrutar de la distracción.

Tras algo menos de dos horas, terminaron y, ante la idea de una nueva tarde vacía, Lucy miró a Jack, buscando una respuesta en sus ojos y, al ver cómo el joven le seguía el juego, empezaron una vez más a distraerse de la mejor forma que conocían. Con cada nuevo deseo sexual, acompañado por una actividad física extrema, las acciones de los jóvenes eran cada vez más excesivas. Probaban posturas cada vez más atrevidas, nuevas ideas de estimulación, nuevos lugares que explorar. Al final terminaron perdiendo la cuenta de cuantas veces se habían acostado, al final no sabían si todo aquello era una acumulación de ocasiones o una sola muy larga y discontinua. En cierto momento, Lucy arañó con fuerza la espalda de Jack, haciéndole sangrar, mientras que el joven, por su parte, se afanó en los pezones de Lucy dejándolos casi en carne viva. Por parte de Lucy, un mordisco en el labio que nuevamente abrió herida, y la sangre de un rojo vivo bañó sus labios. Lucy empezó a sorber la sangre, al principio de broma, pero luego un primitivo impulso se apoderó de ella y el hambre la obligó a beber cada gota que emanaba de la herida. Jack empujó a Lucy contra la cama y le mordió con fuerza el cuello, dejando la marca de los dientes y una ligera herida. Lucy le devolvió el mordisco en el cuello a Jack, pero esa vez mordiendo con fuerza, con demasiada fuerza, de no ser porque Jack la detuvo podría haberle arrancado un poco de piel.

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