Capítulo 11: De regreso a Thunder Bay

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Habían pasado siete días desde que Jack abandonó a toda prisa Jamestown por segunda vez. Aunque esta vez Jack estaba realmente aterrado. La primera vez, sólo era un crío indefenso e imprudente pero ahora ya sabía controlarse, sabía lo que era y cómo funcionaba. Y, a pesar de todo, se le había ido de las manos. Algunos recuerdos todavía lograban sacarlo de sí mismo, todavía lograban destruirlo y hacer que se perdiese en la tristeza y en la rabia. Tendría que intentar revivirlos más a menudo y en ambientes controlados para, quizá, así poder hacerse a ellos y que no lo atormentasen cuando él no lo deseara.

En ese momento, Jack caminaba por la carretera que rodeaba Dulluth, una ciudad costera con fácil acceso a los bosques de las afueras, donde Jack podría ir para evadirse, practicar o hacer cualquier cosa que le hiciera falta. Además, tenía algo que hacer en aquella ciudad, no era la primera vez que estaba allí.

*

Flashback...

―Tienes unos ojos muy bonitos, ¿lo sabías, Jack? Son de un verde oscuro, como el de un árbol viejo, fuerte y orgulloso, podrían tragarme aquí mismo y no podría hacer nada para remediarlo―dijo Sarah con voz soñadora, denotando que sentía algo por el muchacho.

―Tu sí que eres preciosa―dijo Jack sin vacilar―. Tu cabello rubio rizado, rozando tus hombros, hace que me quiera perder en él y dejarme llevar a ver dónde acabo. Tus labios rosas que me atraen y me susurran al oído y tus ojos, verdes como los árboles que rodean esta cabaña. Eres preciosa, y lo sabes, por eso has venido a por mí, sabías que lo tendrías fácil, el chico nuevo, ¿cómo me iba a poder resistir?―Le dijo Jack mientras le acariciaba suavemente el cuello.

Jack sabía que, en verdad, él era el que la había incitado, sabía perfectamente lo que se hacía y cómo lo hacía. Simplemente lo vio demasiado fácil. Una chica con problemas de autoestima, guapa, pero rodeada de palurdos que sólo sabían decirle barbaridades, y con un buen colchón de seguridad gracias a sus padres. Una casa en el bosque, otra a pocos metros del centro y padres dentistas, que se pasaban el día trabajando. Demasiado fácil como para que Jack la dejara escapar. Lo tenía todo y a la vez nada, Jack sentía envidia y pena, por eso la sedujo hasta el nivel de que lo invitara un fin de semana a la casa del bosque de sus padres, los dos solos.

No le fue difícil acabar acostándose con ella. Sarah lo deseaba y él no se hizo de rogar pero ella empezó a hacer preguntas, preguntas que Jack no quería responder y que lo pusieron muy tenso. Al primer comentario fuera de lugar por parte de Sarah, Jack saltó.

―¡Estoy harto de las niñatas como tú! Lo tenéis todo y no lo soportáis. Yo no tengo nada, ¿lo entiendes? ¡Nada!―gritaba Jack enfurecido, culpando a Sarah de todos sus problemas.

―Pero, Jack... yo no quería decir... ― intentaba decir Sarah mientras lloraba.

―Se acabó, estoy harto, os podéis olvidar todas de mí. Queréis tener todo, pues, ¿sabes qué? Yo no seré parte de vuestra colección.

Entonces, y sin que Sarah se diera cuenta debido a las lágrimas, los ojos de Jack eran distintos, ya no eran de aquel verde oscuro, profundos y cálidos. Todo empezó a estremecerse: la cama, la casa, el bosque y las montañas. Sarah no sabía qué hacer, estaban sufriendo un terremoto, así que salió corriendo de la cabaña abandonando allí a Jack a su suerte.

Cuando Sarah ya se había alejado lo suficiente, hasta una zona segura, pudo oír lo que parecía un desprendimiento. Cuando volvió, la casa estaba enterrada, sólo se veía la chimenea asomar por encima de las rocas. Sarah pensó que Jack había muerto aplastado.

*

De nuevo en la actualidad...

Lo primero que hizo Jack al volver a la ciudad fue visitar la biblioteca, ya que quería dejarles los libros que se había terminado en el viaje y buscar algunos nuevos. Por suerte para él, hacía algunos años alguien había pedido que les mandaran libros sobre geología y aún seguían allí. Los libros trataban temas como la mineralogía, la geofísica y la geoquímica. Jack no lo dudó mucho y acabó llevándose los tres aunque no sin pegas ni exigencias. La bibliotecaria vio los libros que Jack le había dejado, estaban en buen estado, Jack no era tonto, pero aun así llevaban un tiempo esperando que se los devolvieran, así que Jack tuvo que prometer que los devolvería antes de una semana. La bibliotecaria tenía una sonrisa marcada pensando que Jack no podría leerlos en tan poco tiempo pero lo que ella no sabía era que Jack no tenía nada, absolutamente nada que hacer, tampoco sabía lo tremendamente inteligente que era ni que, con seguridad, se podría leer los tres libros en menos de una semana. Así que, sin que le vieran, fue Jack quien marchó de allí con una sonrisa y planeando lo que, sin duda, sería una devolución apenada por no haber podido leérselos todos, haciendo, así, que todo el mundo estuviese contento.

Defectos de fábricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora