Capítulo 24: Día doce

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Habían pasado nueve días desde que Jack y Lucy pescaron el pez pero lo que no se esperaban era que ese iba a ser el último pez que verían en mucho tiempo.

*

Al principio, los primeros días, estaban algo más animados y podían permitirse el lujo de perder el tiempo únicamente pescando, pero los minutos pasaban lentamente y las horas se hacían eternas al no pescar absolutamente nada. Con el paso del tiempo aquello se volvió pesado y monótono y acabaron turnándose: mientras uno pescaba, el otro buscaba por el barco y alrededores otras posibles opciones para comer aunque sin éxito.

Por las mañanas ambos se despertaban juntos y charlaban un poco mientras desayunaban de lo que harían aquel día y de lo que lograrían pescar para comer. Eso les servía para darse ánimos y afrontar la tarea con mucha más facilidad. Pero tras una jornada totalmente improductiva ambos acababan comiendo con desgana y hartos de la monotonía.

Después de pasar así unos días, ambos estaban desanimados, alicaídos, con la moral totalmente por los suelos y habían acabado aborreciendo la pesca. Al séptimo día desde que habían capturado aquel pez, no tuvieron más remedio que poner cebo a la caña y, con un pedazo de carne, cebaron el primitivo anzuelo para aumentar sus posibilidades pero aun así tampoco picaba nada.

Tres días después de empezar a cebar las cañas, Jack dio el aviso de últimas existencias. A pesar del racionamiento, el hambre y la ausencia de pesca habían logrado mermar la despensa, por lo que la carne se agotaría ese mismo día así que o pescaban algo o estarían en serios problemas.

El undécimo día desde el naufragio, los jóvenes desayunaron, sin mediar palabra, un vaso de agua con sabor a cítricos cada uno, necesitaban ahorrar fuerzas o eso es lo que querían pensar. La verdad era que la falta de comida y el paso del tiempo empezaban a hacer mella en ellos. Lucy tomó el turno de mañana para pescar mientras Jack pensaba si se le había pasado algo por alto. Las horas pasaron, en silencio, interrumpidas únicamente por los sonidos guturales que salían de los estómagos de los jóvenes. Por mera rutina, a la hora de comer ambos se acercaron a la mesa y se sentaron para intentar saciar un poco su hambre con unas cervezas aunque fue en vano.

Al día siguiente ambos se despertaron de mal humor. No intercambiaron palabra alguna hasta la comida, cuando Lucy, por pura desesperación, empezó a comerse las uñas, algo que nunca hacía y que a Jack le sacó de quicio.

—¡Para! ¡No soporto más ese sonido molesto que haces al roerte las uñas! ¿No podrías dejarlo?

—¡Eh! ¡Tranquilito! Que tú también eres molesto y yo no me he quejado.

—¿Que yo soy qué?

—¡Molesto! ¿Estás tonto o necesitas que te lo deletree? M-O... —empezó Lucy.

—A ver, y, ¿por qué se supone que soy molesto? Ilumíname con tu sabiduría.

—¡Controla esa lengua, Jack! No me gusta tu tono. Y me resultas especialmente molesto por eso —dijo Lucy señalando la cara del joven—. Tus malditos ojos, ¿no podrían dejar de mirar todo así? Estoy harta de verte mirando para todas partes como si pensases un plan, un plan que luego no compartes conmigo. ¿Es que acaso no soy lo suficientemente buena para formar parte?

—Pero, ¿tú te estás escuchando? Lo que dices no tiene sentido. No existe ningún plan y, si existiera, serías la primera y única a la que se lo contaría porque, como bien sabes, aquí no hay nadie más, a no ser que me ponga a hablar con el cuerpo de tu novio muerto.

Automáticamente, Jack, al decir la última palabra, se dio cuenta de lo que había dicho pero ya era demasiado tarde. Lucy, cabreada y ofendida, se levantó, tirando de un manotazo su vaso al suelo, haciendo que estallase en mil pequeñas esquirlas de cristal. Jack, consciente del daño causado, fue a intentar detener a Lucy pero en respuesta lo único que recibió fue un golpe con la mano abierta en mitad de la cara.

Defectos de fábricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora