Capítulo 37: El aullar de una luna confinada

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Jack se despertó en medio del bosque debido a la luz que se colaba entre las copas de los árboles, cegándolo brevemente. La noche anterior había caminado hasta la fatiga, pero no cedió hasta encontrar lo que estaba buscando, una cabaña. Aun así, no entró, ni intentó forzar la cerradura, ya que sin luz entrañaba cierto riesgo. A simple vista, a través de ventanas que no tuvieran las cortinas echadas, no podía saber si había gente durmiendo en la cabaña o no, así que decidió esperar hasta el alba y pasar lo que quedaba de noche en el bosque.

En las últimas veinticuatro horas Jack había dormido aproximadamente alrededor de doce horas, entre el autobús y aquella noche en el bosque, así que se encontraba de bastante mejor humor y totalmente descansado, aunque un poco adormilado por el exceso de sueño. Lo primero que hizo nada más levantarse fue sacar su cantimplora y lavarse, tanto las manos como la cara, para despertarse rápidamente. Acto seguido, sacó algo de carne de la mochila, a la que acompañó con un poco de queso que había comprado, más por darse el gusto que por necesidad, y desayunó con un trozo de pan.

Una vez despierto y con el estómago lleno, se acercó hasta la cabaña para comprobar si esta en verdad se encontraba vacía.

Tras un vistazo preliminar, no parecía haber nadie dentro, ni en el salón, ni en las habitaciones que tenían las cortinas corridas, por lo que Jack esperó diez minutos para ver si había algo de movimiento y, una vez transcurrió ese tiempo, forzó la cerradura y entró, aunque con un poco de dificultad ya que hacía mucho que no utilizaba las ganzúas. Una vez en el interior de la cabaña lo primordial era comprobar si había maletas, mochilas o bolsas, mirar a ver si la nevera estaba llena y si los baños habían sido utilizados hacía poco. Tras un análisis exhaustivo, que no le llevó mucho más de media hora, Jack pudo respirar tranquilo y confirmar sus sospechas de que la cabaña no estaba siendo utilizada en esos momentos, así que dejó sus cosas en el suelo y fue directo al cuarto de baño. Tras unos minutos y ya totalmente a gusto, Jack decidió irse al exterior a proseguir con su entrenamiento.

*

Tras indagar por los alrededores algo más de una hora, el joven encontró el lugar perfecto para entrenar. Aquel lugar parecía sacado de uno de eso viejos cuentos de hadas: el agua del lago casi cristalina, que, mecida suavemente por el viento, perdía fuerza contra la orilla de una playa de cantos rodados, el bosque vasto y puro a sus espaldas y un lago en calma pero imponente de frente, dejando a ambos lados una línea de visión directa de la playa por si aparecía algún invitado inesperado, aunque en esa época del año no era habitual que hubiese más que un par de excursionistas. Una vez asegurada la zona, Jack se sentó en una roca lo suficientemente grande como para alojar a dos personas y cerró los ojos.

Estuvo varios minutos con los ojos cerrados, minutos que se convirtieron en horas, horas en las que todo estaba en calma, nada se movía salvo lo que mecía la suave brisa y, aun así, la mente de Jack no había parado ni un segundo. Había decidido empezar por la visión, por lo que pudo ver cada pequeño ser vivo que se ocultaba bajo las piedras, cada insecto, cada pájaro que surcaba el cielo y cada animal acuático que vivía bajo la tranquila superficie del lago. Podía sentir a los árboles respirando, incluso era capaz de discernir la energía proveniente del sol, en forma de luz y calor, insuflando vida a todos y cada uno de aquellos organismos.

Luego miró hacía sí mismo, aquello era una parte muy avanzada de su entrenamiento, controlar su propio cuerpo era algo muy peligroso y entrañaba muchos riesgos, ya que una sola acción mal gestionada o una decisión incorrecta y podría llevarle a un fallo importante en el funcionamiento de su organismo.

Primero vio cómo su vello se insertaba en su piel y cómo esta reaccionaba a los estímulos, como el frío, el viento o las partículas de agua que se le adherían a ella. Luego se internó un poco más y vio distintas capas de células, todas ellas trabajando al unísono para mantener una red compleja y casi perfecta. Había pequeñas venas y arterias, capilares, unas pocas células grasas y, más en profundidad, las fibras musculares. Jack era capaz de ver todo eso, y, cuanto más veía, más lo entendía, ya no le hacían falta los libros de texto, en ese momento simplemente con mirar podía ver el funcionamiento del cuerpo humano, aunque aún no era capaz de entenderlo del todo, ¿por qué algunas células operaban antes que otras? ¿Por qué unas eran estimuladas de una forma y otras de otra completamente distinta? Y eso sin llegar a internarse lo suficiente como para ver a nivel molecular, donde aún ni siquiera empezaba a comprender el intercambio de moléculas, pero lo que sí que entendía era como dar órdenes a su propio cuerpo. Si Jack le decía a su brazo que se moviese, podía ver el impulso nervioso transmitirse desde el cerebro hasta las células musculares y estas acabar moviendo el brazo, tras un sin fin de pequeñas operaciones. De esa forma fue capaz de curar parcialmente a John hacía ya varios días, lo que a Jack se le antojaba muy lejano. En aquel entonces, Jack simplemente le dio una orden al cuerpo de John a través de su cerebro: regenerar. Una orden simple, eso es todo lo que Jack podía hacer entonces, pero eso era más que suficiente para que el cuerpo de John realizase el resto, regenerando lo primordial, aunque consumiendo una gran cantidad de energía en el proceso.

Defectos de fábricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora