Capítulo 2: Oculto entre los árboles

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Había pasado aproximadamente una hora desde que Jack dejó el pueblo y echó a andar por la carretera. No tenía ningún destino en mente y con este ya había agotado como opciones todos los pueblos cercanos. Esta vez o se internaba en las montañas o buscaba pueblos cercanos donde no hubiera estado y que estuviesen a más de treinta y cinco millas de los que él ya había visitado.

Así que, para no irse demasiado lejos de todo lo que alguna vez había conocido, decidió internarse en las montañas al noroeste de su pueblo natal. Estas montañas quedaban lo suficientemente lejos de los pueblos como para que ningún grupo de adolescentes se atreviese a ir allí, además de que era un terreno muy vasto, perfecto para él, ya que así, aunque fuesen campistas o guardas forestales, podría despistarlos fácilmente.

Tras unos cuantos días haciendo autoestop y recorriendo lo que le quedaba de camino por su propio pie, por fin llegó al comienzo del bosque y de las montañas, a las afueras de su pueblo natal y se internó en ellas.

Sin saber cómo, y bendiciendo su suerte, logró encontrar una pequeña choza abandonada que debía de ser usada antiguamente por cazadores furtivos o algo parecido. Allí era donde despellejaban a sus presas y donde pasaban la noche de ser necesario, así que contaba con, al menos, un catre y un retrete primitivo y asqueroso. Nada más entrar en la choza, un olor fuerte, que se había impregnado en las paredes, le golpeó de lleno. Era el olor a sangre y muerte junto con un olor aún más desagradable, por el que infirió que el uso del retrete quedaba más que descartado.

Poco después de recuperarse, echó un vistazo a la choza. En el medio de la sala había una gran mesa, en esa misma habitación a la derecha había dos catres mugrientos de sábanas color verde claro. Un poco más allá había una pequeña habitación apartada e improvisada con chapas de latón, ese tenía que ser el retrete sin lugar a dudas ya que de allí manaba aquel hedor.

No era nada comparado con lo que había tenido hasta ahora, pero a Jack no le quedaba ninguna otra alternativa de momento y no conocía tan bien las montañas como para internarse mucho más; bastante con que aún se acordara de aquella zona de la vez en que su tío le llevó de caza menor con unos amigos, aunque verdaderamente iban más a beber y blasfemar sobre sus mujeres que a la caza en sí.

Dejó sus cosas en la esquina menos mugrienta que encontró, sacó una lata de judías rojas y una cuchara y empezó a comérselas. Aún no era la hora habitual a la que cenaba pero realmente se moría de hambre, todo aquel susto le había agotado. Nada más terminarse la lata sacó uno de los libros que llevaba en la mochila. El titulo decía: "Elementos metálicos: estructura y propiedades". Era un libro pesado si no sabías lo básico o, incluso sabiéndolo, si no te interesaba demasiado el tema, además de que se centraba por completo en unos pocos elementos.

Paso una hora entera hasta que Jack cayó dormido con el libro en el pecho. Durante ese tiempo, Jack había leído gran parte del libro y había pasado por varios elementos como el hierro, el zinc y el cobre, resultando bastante interesantes las aplicaciones que se le habían dado al hierro.

Al despertar al día siguiente, Jack se encontró con que se había quedado dormido leyendo. El libro, durante la noche, se había caído al suelo y una hoja concreta se había doblado. Esa hoja contenía una pequeña parte que trataba sobre el oro, uno de los elementos metálicos más conocidos, así que se irguió en la cama y se leyó todo el capítulo dedicado a aquel metal. Al terminar el capítulo guardó el libro en la mochila y sacó unas galletas que había comprado el día anterior y un termo de té.

Nada más acabar de desayunar, Jack miró la hora y abrió los ojos con sorpresa, había dormido más de lo esperado. Apenas eran las doce del mediodía y aún le quedaba mucho por hacer antes de que llegase la hora de comer así que Jack sacó un lápiz y un folio grande e hizo, en base a lo que recordaba, un pequeño boceto de la cabaña y de la zona circundante lo más detallado que pudo, poniendo mayor énfasis en ríos, cuevas y zonas de caza. Una vez realizado aquel pequeño mapa, cogió una brújula y el GPS, luego marcó el punto donde se encontraba, cogió tanto el mapa como el lápiz y se dispuso a salir de la cabaña a explorar mediante un movimiento sistemático en abanico.

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