Capítulo 31: La ciudad de los siete nombres

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Tras lo que sin lugar a dudas fue el viaje en coche más incómodo y tenso en la vida del joven Jack, por fin habían llegado a Detroit, la ciudad del motor, el París del oeste, la capital mundial del automovilismo, la ciudad del rock, la ciudad del estrecho y la cuna del hockey. La gran ciudad del estado de Míchigan había perdido mucho con los años y las continuas crisis, barrios enteros abandonados, edificios en ruinas, naves devoradas por fuegos que nadie se molestaba en apagar, una gran ciudad fantasma donde vivían seiscientas setenta y dos mil personas aproximadamente.

En los pasados años, un empresario había iniciado un proyecto para la reanimación de Detroit, había estado adquiriendo propiedades a bajo coste, un dólar, para restaurarlas y trasladar allí a sus empleados, además de instar a otras compañías a hacer lo mismo. El resultado fue esperanzador y se recuperaron varios grandes rascacielos y una cantidad abrumadora de hogares. Por otro lado, los barrios más alejados de la ciudad y que estaban despoblados fueron derribados y limpiados para mejorar la imagen de la ciudad, lo que atrajo un afluente de jóvenes decididos a asentarse en la ciudad.

Jack, John y Claire se asentaron en una casa abandonada a las afueras de la ciudad. John pensaba que, si el hombre al que perseguían quería pasar desapercibido, lo más probable era que se escondiese en alguna casa como aquella, una casa olvidada en el tiempo incluso por sus antiguos dueños.

Debían prepararse, planificarlo todo al más mínimo detalle. Una persona como aquella no podía escapar y menos aún en ese momento que sabían que podía destruir las esperanzas de la ciudad por resurgir de la mugre. Durante los siguientes dos días, John, Claire y Jack trabajaron codo con codo, del amanecer a la medianoche. Consiguieron los planos de la ciudad y elaboraron una lista de posibles objetivos, preguntaron en cada barrio de las afueras, a ver si alguien lo había visto, registraron cada casa, nave o local abandonado en busca de la amenaza, mas con todo y con eso, fue en balde.

—Llevamos dos días enteros sin parar, hemos registrado casi todo el área de las afueras y nada. ¿Estáis seguros de que iba a venir aquí? —preguntó Jack agotado, dejándose caer en un mugriento y destartalado sofá.

—Sí, ya te lo dijimos, miramos en sus facturas, sus recibos, su basura, está aquí, hay que seguir buscando. Si al menos uno que yo me sé hiciese algo útil y dejase de quejarse de una maldita vez, quizá lo encontraríamos.

—Vale, vale, no hay que ponerse borde, maldito capullo. Además, mira quien está para hablar. Con la cara que tienes no sé ni cómo te tienes en pie, duerme un poco, llevas mirando el mismo mapa una hora —dijo Jack señalando con la mano al mapa de la ciudad que ojeaba John.

—Puede que por una vez tengas razón, necesito dormir. Y una ducha. Y un masaje de esos con aceite, que te relajan todo el cuerpo, a manos de Claire —dijo John marcando mucho cada palabra, ayudándose de los brazos para aumentar la atención de Jack y con movimientos muy exagerados para darle aún más importancia al sarcasmo general que le estaba dando a toda la frase.

—Muy bien, capullo, haz lo que quieras, yo me voy a ver si hago algo útil y encuentro de una maldita vez a ese desgraciado.

—Eso, vete —dijo John frotándose la cara con las manos intentando espabilarse.

Jack salió de la casa y fue hacía los pocos barrios que quedaban por explorar. Por el camino, se cruzó con Claire que volvía de su ronda justo a tiempo.

—¿Algo? —preguntó Jack sin ilusión alguna.

—No, tampoco ha habido suerte esta vez, a ver si tú tienes más que yo —dijo Claire tocando el brazo de Jack y continuando por el lateral hasta que se perdió el contacto—. Hasta luego, Jack —dijo Claire con un tono que llamó la atención de Jack, haciendo que mirase fijamente como aquella mujer se alejaba caminando, con fuerza y decisión.

Defectos de fábricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora