Capítulo 35: Del susurro a los gritos

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Jack había estado corriendo durante horas, manteniendo el ritmo sin una dirección determinada. Únicamente se guiaba por la carretera I-96, que era la que le llevaría al norte. Había pasado cerca de un campo de golf y ahora se encontraba en las cercanías del parque estatal Island Lake, donde tuvo que parar para recobrar fuerzas.

Al haberse largado corriendo y sin pensárselo dos veces, había abandonado su preciada mochila con todos sus enseres dentro, incluyendo comida, agua y el poco dinero que le pudiera quedar, así que no le quedó otra que beber de una fuente del parque y echarse a la boca cualquier fruto, planta o animal que fuese comestible.

Tras una hora intentando cazar una ardilla, Jack se dio por vencido y se dejó caer al suelo, muerto de hambre, donde se quedó inconsciente en apenas unos minutos.

*

Varias horas después...

—Señor, despierte. Despiértese, no puede estar aquí —dijo una voz que a Jack le parecía muy lejana.

"Dejadme en paz, quiero estar solo, no quiero hacer daño a nadie más. ¿¡Por qué no podéis iros de una maldita vez?! ¡Huid! ¡Alejaos de mí idiotas!", pensaba Jack mientras una mano lo movía intentando despertarlo.

­—Señor, levántese. ¿Qué tal si me acompaña? Le puedo ofrecer algo de comida en lo que se despeja, ¿qué me dice?

"¿Comida? ¿Ha dicho comida? Dios, me muero de hambre, no se quién es pero ahora mismo me ha salvado", pensó Jack recobrando poco a poco el sentido mientras intentaba incorporarse.

—Bien, muy bien, ¿puedo preguntarle su nombre, señor? O mejor le sigo tratando de usted, lo que prefiera —dijo la voz con tono amable.

—Ja... ck —pudo decir el joven con la boca seca, haciendo que sonase el final sin fuerza y desgarrado.

—Muy bien, Jack, por aquí, acompáñame. Yo soy el agente Burk y soy el encargado de este parque estatal, mi labor se basa en vigilar que todo vaya bien. En pocas palabras que ninguna persona deambule como un loco asustando al resto, ¿ves por dónde quiero ir?

Jack simplemente asintió con la cabeza mientras pensaba que aquella buena persona le estaba tomando por un pordiosero, aunque no le extrañaba en absoluto, él también pensaría eso de un joven con barba de cuatro días tirado en un parque estatal sin ningún documento que lo identifique ni ninguna posesión consigo.

Una vez en la casa forestal, el agente Burk le ofreció a Jack agua, pan y cecina, todo lo que podía necesitar alguien como Jack en ese momento. El guarda se sentó frente a él, dando la espalda a la puerta.

"No es nada tonto, me ha traído donde él se siente más seguro, donde cree que puede interrogarme y controlarme sin llamar la atención. Y se ha colocado de tal forma que, si quiero salir, tengo que pasar por su lado. Muy bien, agente Burk, jugaré a su juego un rato, usted me ha dado de comer, qué menos", pensó Jack frívolamente.

Una vez Jack había terminado de comer, bebió un largo trago de agua y se limpió manos y boca con una servilleta, para después quedarse mirando fijamente a los ojos al guarda.

—Bueno, chaval, ahora tienes mejor cara, ¿te encuentras mejor?

—Sí, muchísimas gracias, agente Burk, le debo una —dijo Jack intentando contentar al guarda.

—Me alegro, me alegro —dijo riéndose Burk—. Entonces no te importará si te hago algunas preguntas, ¿no?

Jack asintió con la cabeza y esperó paciente a la primera pregunta. Burk había sacado una libreta, bolígrafo y había dejado el móvil sobre la mesa, por si hiciera falta.

Defectos de fábricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora