Capitulo 4

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—¿No te gusta la cer­ve­za? —me pre­gun­ta Jake.

Está apo­ya­do en el fre­ga­de­ro de la co­ci­na y yo estoy de pie, de­ma­sia­do cerca de él. Lo hago a pro­pó­si­to.

—Me ape­te­cía más el té.

Él se en­co­ge de hom­bros, en­tre­cho­ca su bo­te­lla de cer­ve­za con mi taza, y echa la ca­be­za atrás para beber. Ob­ser­vo su gar­gan­ta mien­tras traga, me fijo en una pe­que­ña ci­ca­triz blan­ca que tiene bajo la bar­bi­lla, una fina línea de algún ac­ci­den­te pa­sa­do. Se lim­pia la boca con la manga y se da cuen­ta de que estoy mi­rán­do­lo.

—¿Estás bien?

—Sí. ¿Y tú?

—Sí.

—Bien.

Me son­ríe. Tiene una son­ri­sa bo­ni­ta. Me ale­gro. Sería mucho más di­fí­cil si fuera feo.

Hace media hora, Jake y su amigo el fu­me­ta se son­reían el uno al otro cuan­do nos in­vi­ta­ron a Zoey y a mí a en­trar en su casa. Esas son­ri­sas sig­ni­fi­ca­ban que ha­bían li­ga­do. Zoey les ha dicho que no se hi­cie­ran ilu­sio­nes, pero de todos modos hemos pa­sa­do al salón y ella ha de­ja­do que el fu­me­ta le col­ga­ra el abri­go. Se ha reído de sus chis­tes, ha acep­ta­do los ca­nu­tos que él le liaba y ha pi­lla­do un buen co­lo­cón.

La veo a tra­vés de la puer­ta. Han pues­to mú­si­ca, una suave me­lo­día de jazz. Han apa­ga­do las luces para bai­lar, tra­zan­do len­tos círcu­los en la al­fom­bra sin mo­ver­se del sitio. Zoey su­je­ta un ca­nu­to con una mano y tiene la otra me­ti­da en el cin­tu­rón del fu­me­ta. Él la rodea con los dos bra­zos, así que pa­re­cen sos­te­ner­se el uno al otro.

De re­pen­te me sien­to muy sen­sa­ta, be­bien­do té en la co­ci­na, y caigo en que tengo que se­guir con mi plan. Al fin y al cabo, todo esto es por mí.

Apuro el té de un trago, dejo la taza en el es­cu­rre­pla­tos y me acer­co aún más a Jake. Nues­tros za­pa­tos se tocan.

—Bé­sa­me —digo, y me suena ri­dícu­lo, pero a él no pa­re­ce im­por­tar­le.

Deja la cer­ve­za a un lado y se in­cli­na hacia mí.

Nos be­sa­mos sua­ve­men­te, ro­zan­do los la­bios; ape­nas un amago de su alien­to. Siem­pre he in­tui­do que sa­bría besar muy bien. He leído todas las re­vis­tas que ha­blan de na­ri­ces que cho­can, ex­ce­so de sa­li­va y dónde poner las manos. Pero no sabía que iba a sen­tir esto, su men­tón fro­tán­do­se con­tra el mío, sus manos ex­plo­ran­do des­pa­cio mi es­pal­da, su len­gua re­co­rrién­do­me los la­bios y pe­ne­tran­do en mi boca.

Nos be­sa­mos du­ran­te mi­nu­tos en­te­ros, apre­tan­do nues­tros cuer­pos, es­tre­chán­do­nos. Es un gran ali­vio estar con al­guien que no sabe nada de mí. Mis manos son osa­das, se hun­den en la cuer­va donde ter­mi­na su co­lum­na para aca­ri­ciar­lo ahí. Qué sano se nota al tacto, qué só­li­do.

Abro los ojos para saber si dis­fru­ta con esto, pero mi mi­ra­da es atraí­da por la ven­ta­na que hay de­trás de su ca­be­za, los ár­bo­les ro­dea­dos por la noche. Unas ra­mi­tas ne­gras dan gol­pe­ci­tos en el cris­tal como dedos. Cie­rro los ojos y me aprie­to con­tra Jake. A tra­vés de mi mi­núscu­lo ves­ti­do rojo per­ci­bo lo mucho que me desea. Suel­ta un leve ge­mi­do gu­tu­ral.

—Vamos arri­ba —mu­si­ta.

In­ten­ta lle­var­me hacia la puer­ta, pero le pongo la mano en el pecho para man­te­ner­lo a raya mien­tras pien­so.

Antes de MorirmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora