Papá está tardando demasiado en descubrir que no estoy. Ojalá se dé prisa, porque se me está durmiendo la pierna izquierda y necesito moverme antes de que se me gangrene o algo así. Cojo un jersey del estante de arriba y lo coloco entre los zapatos para sentarme mejor. La puerta del armario se entreabre cuando me acomodo. El crujido suena muy fuerte paro al punto se detiene.
—¿Tess? —la puerta de la habitación se abre y papá entra de puntillas—. Ha venido mamá. ¿No me has oído llamarte?
Por la rendija del armario veo la confusión en su cara cuando se da cuenta de que el bulto de la cama sólo es el edredón. Lo levanta para mirar debajo, como si creyera que me he convertido en una liliputiense desde que me vio en el desayuno.
—¡Mierda! —exclama, y se frota la cara con una mano como si no comprendiera, se acerca a la ventana y se asoma al jardín.
Junto a él, en el alféizar, hay una manzana de cristal verde. Me la dieron en la boda de mi prima por ser dama de honor. Tenía doce años y hacia poco que me habían diagnosticado la enfermedad. Recuerdo que la gente me decía que estaba preciosa con la cabeza calva envuelta en un pañuelo floreado, mientras que todas las demás niñas llevaban flores de verdad en un pelo de verdad.
Coge la manzana y la mira a la luz de la mañana. En su interior hay espirales beis y marrones que semejan el corazón de una manzana auténtica; una impresión de pepitas que introdujo el que soplaba el vidrio. Papá le da vueltas lentamente con la mano. Yo he observado el mundo a través de esa manzana verde muchas veces: parece pequeño y tranquilo.
Pero no me gusta que papá toque mis cosas. Creo que debería ocuparse de Cal, que está abajo gritando algo sobre la antena del televisor. También creo que debería bajar y confesarle a mamá que la única razón por la que le ha pedido que viniera es que desea que vuelva con él. Involucrarse en cuestiones de disciplina va contra los principios de mamá, así que no creo que papá quiera pedirle consejo sobre ese tema.
Deja la manzana y se acerca a la estantería, recorre los lomos de mis libros con un dedo como si fuera las teclas de un piano y creyera que va a sonar una melodía. Gira la cabeza para mirar el estante de los CD, coge uno, lee la cubierta, lo devuelve a su sitio.
—¡Papá! —llama Cal—. ¡La imagen se ve borrosa y mamá no sabe arreglarlo!
Mi padre suspira y a lisa el edredón pasándole la mano. Lee lo que tengo escrito en la pared: todas las cosas que voy a echar de menos, todas las cosas que quiero. Sacude la cabeza, luego se agacha y recoge una camiseta del suelo, la dobla y la deja sobre mi almohada. Y entonces se da cuenta de que el cajón de la mesita está un poco abierto.
Cal se acerca por la escalera.
—¡Me estoy perdiendo mis programas!
—¡Vuelve abajo, Cal! Ya voy.
Pero no va. Se sienta en el borde de mi cama y abre el cajón con un dedo. Dentro hay hojas y más hojas que he escrito sobre mi lista de objetivos. Mis pensamientos sobre las cosas que ya he hecho —sexo, drogas, infringir la ley— y mis planes para el resto. Se va a llevar un susto de muerte si lee lo que pienso hacer hoy: el número cinco. Se oye el susurro del papel, el deslizamiento de la goma elástica. Intento incorporarme para salir del armario, abalanzarme sobre él y derribarlo, pero Cal me salva al abrir la puerta de la habitación. Papá vuelve a meter los papeles en el cajón torpemente y lo cierra de golpe.
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Antes de Morirme
Teen FictionTessa, una adolescente de 16 años, desde hacen años padece cáncer. Sabe que sus días son contados y que puede morir de un momento a otro por lo que decide hacer una lista de cosas que hacer antes de morirse. Pero en esta lista no hay nada complicado...