Capitulo 33

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Des­pier­to y veo flo­res. Ja­rro­nes de tu­li­pa­nes, cla­ve­les como en las bodas, gip­só­fi­las sobre el ar­ma­rio que hay junto a la cama.

Todas las cosas de la ha­bi­ta­ción son ma­ra­vi­llo­sas: el ja­rrón, la silla. El cielo se ve muy azul por la ven­ta­na.

—¿Tie­nes sed?-pre­gun­ta papá—. ¿Quie­res beber?

Quie­ro zumo de mango. Mon­to­nes de zumo. El me ahue­ca la al­moha­da para que apoye la ca­be­za y me su­je­ta el vaso para que beba. Nues­tras mi­ra­das se cru­zan. Sorbo, trago. Me da tiem­po para res­pi­rar, vuel­ve a in­cli­nar el vaso. Cuan­do ter­mino, me lim­pia la boca con un pa­ñue­lo de papel.

—Como un be­bé-le digo.

Él asien­te, y los ojos se le hu­me­de­cen con lá­gri­mas si­len­cio­sas.

Duer­mo. Des­pier­to de nuevo; esta vez, muer­ta de ham­bre.

—¿Hay al­gu­na po­si­bi­li­dad de comer he­la­do?

Papá deja el libro que está le­yen­do y son­ríe.

—Es­pe­ra.

No tarda mucho; re­gre­sa con un Mivvi de fresa. En­vuel­ve el pa­li­to con un pa­ñue­lo de papel para que no gotee y con­si­go su­je­tar­lo yo sola.

Está de­li­cio­so. Mi cuer­po se re­pa­ra. No sabía que aún podía ha­cer­lo. Sé que no voy a morir con un Mivvi de fresa en la mano.

—Creo que me ape­te­ce­rá otro des­pués de éste.

Papá me dice que puedo co­mer­me cin­cuen­ta he­la­do si quie­ro.

Debe de haber ol­vi­da­do que no me per­mi­ten comer dul­ces ni pro­duc­tos lác­teos.

—Tengo algo más para ti. —Hurga en el bol­si­llo de la cha­que­ta y saca un imán de ne­ve­ra. Tiene forma de co­ra­zón, está pin­ta­do de rojo y cu­bier­to tor­pe­men­te de bar­niz—. Lo ha hecho Cal. Te envía besos.

—¿Y mamá?

Ha ve­ni­do a verte un par de veces. No es­ta­bas nada bien, Tessa, y las vi­si­tan te­nían que re­du­cir­se al mí­ni­mo.

—¿En­ton­ces Adam no ha ve­ni­do?

—To­da­vía no.

Lamo el palo de he­la­do tra­tan­do de arran­car­le todo el sabor. La ma­de­ra me raspa la len­gua.

—¿Voy por otro?

—No. Ahora quie­ro que te vayas.

—¿Adón­de?-pre­gun­ta des­con­cer­ta­do.

—A bus­car a Cal al co­le­gio. Luego lo lle­vas al par­que y ju­gáis a fút­bol. Cóm­pra­le pa­ta­tas fri­tas. Des­pués vuel­ves y me lo cuen­tas todo.

Papá se sor­pren­de un poco, pero se echa a reír.

—¡Ya veo que has des­per­ta­do con ganas de dar gue­rra!

—Y llama por te­lé­fono a Adam. Dile que venga esta tarde a vi­si­tar­me.

—¿Algo más?

—Sí. Dile a mamá que quie­ro re­ga­los: zumos caros, mon­to­nes de re­vis­tas y ma­qui­lla­je nuevo. Si pien­sa de­jar­me ti­ra­da, al menos que me com­pre cosas.

Papá pa­re­ce con­ten­to cuan­do coge un trozo de papel y apun­ta la marca de la base de ma­qui­lla­je y el pin­ta­la­bios que quie­ro. Me anima a pedir otras cosas que me ape­tez­can, así que pido bo­llos con arán­da­nos, cho­co­la­te con leche y un pa­que­te de bom­bo­nes Creme Eggs. Al fin y al cabo, ya casi es­ta­mos en Pas­cua.

Antes de MorirmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora