Capitulo 7

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—¡Le­ván­ta­te! ¡Le­ván­ta­te! —grita Cal. Me tapo la ca­be­za con el edre­dón, pero él lo apar­ta de un tirón—. ¡Papá dice que si no te le­van­tas ahora mismo subirá con una toa­lla mo­ja­da!

Me giro para poner dis­tan­cia, pero él rodea la cama y se plan­ta de­lan­te de mí son­rien­do.

—Papá dice que de­be­rías le­van­tar­te todas las ma­ña­nas y hacer algo con­ti­go misma.

Le doy una buena pa­ta­da y vuel­vo a ta­par­me la ca­be­za con el edre­dón.

—¡Me im­por­ta una mier­da, Cal! Ahora sal de mi ha­bi­ta­ción.

Me sor­pren­de lo poco que me im­por­ta cuan­do se va.

Me in­va­de el ruido: el es­truen­do de sus pies en la es­ca­le­ra, el es­tré­pi­to de los pla­tos en la co­ci­na cuan­do él entra y deja la puer­ta abier­ta. Me lle­gan in­clu­so los so­ni­dos más dé­bi­les: la leche al sal­pi­car los ce­rea­les, una cu­cha­ra ro­zan­do cris­tal, papá chas­quean­do la len­gua mien­tras lim­pia con un trapo la ca­mi­sa del co­le­gio de Cal, la gata la­mien­do el suelo.

Se abre el ar­ma­rio del re­ci­bi­dor y papá saca el abri­go de Cal. Oigo la cre­ma­lle­ra y el cor­che­te del cue­llo, que mi padre le abro­cha para que no se le en­fríe la gar­gan­ta. Oigo el beso, luego el sus­pi­ro, la gran olea­da de de­ses­pe­ra­ción que inun­da la casa.

—Ve a de­cir­le adiós —su­su­rra papá.

Cal sube las es­ca­le­ras a sal­tos, se de­tie­ne un mo­men­to fren­te a mi puer­ta, luego entra y se acer­ca a la cama.

—¡Es­pe­ro que te mue­ras mien­tras estoy en el co­le­gio! —sisea—. ¡Y es­pe­ro que te duela un mon­tón! ¡Y es­pe­ro que te en­tie­rren en algún sitio ho­rri­ble, como la pes­ca­de­ría o la con­sul­ta del den­tis­ta!

"Adiós, her­ma­ni­to —pien­so—. Adiós, adiós."

Papá se que­da­rá en bata y za­pa­ti­llas en medio de la sucia co­ci­na, pi­dien­do a gri­tos un afei­ta­do y fro­tán­do­se los ojos como si le sor­pren­die­ra en­con­trar­se solo. Du­ran­te las úl­ti­mas se­ma­nas ha es­ta­ble­ci­do una pe­que­ña ru­ti­na ma­ti­nal. Cuan­do Cal se va, se pre­pa­ra un café, luego lim­pia la mesa de la co­ci­na, frie­ga los pla­tos y pone la la­va­do­ra. EN eso tarda apro­xi­ma­da­men­te vein­te mi­nu­tos. Des­pués viene y me pre­gun­ta si he dor­mi­do bien, si tengo ham­bre y a qué hora voy a le­van­tar­me. Por ese orden.

Cuan­do le con­tes­to: "No, no y nunca", se viste y luego baja para sen­tar­se de­lan­te de su or­de­na­dor, donde se pasa horas te­clean­do, na­ve­gan­do por la red en busca de in­for­ma­ción para man­te­ner­me con vida. Me han dicho que hay cinco eta­pas de la en­fer­me­dad, y si eso es cier­to, en­ton­ces él se ha que­da­do en la pri­me­ra: la ne­ga­ción.

Ex­tra­ña­men­te, hoy llama a mi puer­ta más tem­prano. No se ha to­ma­do el café ni se ha arre­gla­do. ¿Qué pasa? Me quedo muy quie­ta mien­tras él entra, cie­rra la puer­ta si­gi­lo­sa­men­te y se quita las za­pa­ti­llas.

—Hazme sitio —dice, y le­van­ta una es­qui­na del edre­dón.

—¡Papá! ¿Qué haces?

—Me meto en la cama con­ti­go.

—¡No quie­ro!

Me rodea con el brazo y me su­je­ta. Es fuer­te. Noto sus cal­ce­ti­nes en los pies des­nu­dos.

—¡Papá! ¡Sal de mi cama!

—No.

Le apar­to el brazo y me in­cor­po­ro para mi­rar­lo. Huele a humo ran­cio y cer­ve­za, y pa­re­ce más viejo de lo que re­cuer­do. Tam­bién oigo su co­ra­zón, cosa que no se su­po­ne que debo oír.

—¿Qué de­mo­nios haces?

—Nunca ha­blas con­mi­go, Tess.

—¿Y crees que así vas a con­se­guir­lo?

Se en­co­ge de hom­bros.

—Quizá.

—¿A ti te gus­ta­ría que me me­tie­ra en tu cama mien­tras duer­mes?

—Lo ha­cías cuan­do eras pe­que­ña. De­cías que era in­jus­to que tu­vie­ses que dor­mir sola, y todas las no­ches mamá y yo te de­já­ba­mos me­ter­te en nues­tra cama.

Se­gu­ro que eso no es cier­to; yo no lo re­cuer­do. Puede que se haya vuel­to loco.

—Bueno, pues si no sales de mi cama, sal­dré yo.

—Bien. Eso es pre­ci­sa­men­te lo que quie­ro.

—¿Y tú vas a que­dar­te aquí?

Son­ríe y se acu­rru­ca bajo el edre­dón.

—Se está es­tu­pen­da­men­te y ca­len­ti­to.

Las pier­nas no me res­pon­den. Ayer no comí mucho y sien­to como si me hu­bie­ra vuel­to trans­pa­ren­te. Me afe­rro al poste de la cama y me acer­co ren­quean­do a la ven­ta­na para mirar fuera. Aún es tem­prano: la luna se des­va­ne­ce en un pá­li­do cielo gris.

—Hace tiem­po que no ves a Zoey —dice papá.

—Ya.

—¿Qué ocu­rrió la noche que sa­lis­teis? ¿Os pe­leas­teis?

Abajo, en el jar­dín, la pe­lo­ta na­ran­ja de fút­bol de Cal pa­re­ce un pla­ne­ta des­in­fla­do den la hier­ba, ye en el jar­dín de al lado está el ve­cino otra vez. Aprie­to las pal­mas con­tra el cris­tal. Todas las ma­ña­nas está ese chico ahí ha­cien­do algo: pa­san­do el res­tri­llo, ca­van­do o tra­ji­nan­do en una cosa u otra. Ahora mismo está cor­tan­do zar­zas junto a la valla y amon­to­nán­do­las para que­mar­las.

—¿Me has oído, Tess?

—Sí, pero paso de ti.

—Tal vez de­be­ría pen­sar en vol­ver a clase. Así ve­rías a tus ami­gos.

Me giro para mi­rar­lo.

—No tengo ami­gos. Y antes de que los su­gie­ras, no quie­ro tener nin­guno. No me in­tere­san los en­tro­me­ti­dos que quie­ren co­no­cer­me para luego atraer sim­pa­tías en mi fu­ne­ral.

Papá sus­pi­ra, se mete el em­bo­zo bajo la bar­bi­lla y sa­cu­de la ca­be­za.

—No de­be­rías ha­blar así. El ci­nis­mo es malo para ti.

—¿Lo has leído en al­gu­na parte?

—La ac­ti­tud po­si­ti­va for­ta­le­ce el sis­te­ma in­mu­no­ló­gi­co.

—Así que es culpa mía estar en­fer­ma, ¿no?

—Ya sabes que no pien­so eso.

—Pues te com­por­tas como si todo lo que hago es­tu­vie­ra mal.

Se in­cor­po­ra con es­fuer­zo.

—¡No es ver­dad!

—Sí, sí lo es. Es como si no es­tu­vie­ra mu­rién­do­me co­rrec­ta­men­te. Siem­pre vie­nes aquí para de­cir­me que me le­van­te o que me anime. Y ahora me su­gie­res que vuel­va a clase. ¡Qué ri­di­cu­lez!

Cruzo la ha­bi­ta­ción pi­san­do fuer­te, cojo sus za­pa­ti­llas y me las pongo. Son de­ma­sia­do gran­des, pero me da igual. Papá se apoya en los codos para mi­rar­me. Pa­re­ce do­li­do.

—Es­pe­ra. ¿Adón­de vas?

—Lejos de ti.

Dis­fru­to dando un por­ta­zo. Que se quede con mi cama. Que se quede ahí tum­ba­do y se pudra.

Antes de MorirmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora