Capitulo 45

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Adam se acues­ta en la cama ple­ga­ble. Cruje. Deja de cru­jir.

Re­cuer­do cuan­do me chu­pa­ba los pe­chos. No hace tanto tiem­po se eso. Es­tá­ba­mos en esta ha­bi­ta­ción, en mi cama, y yo tenía su cuer­po acu­rru­ca­do con­tra mi brazo y me sen­tía como su madre.

Me pro­me­tió que lle­ga­ría hasta el final. Se lo hice pro­me­ter. Pero no sabía que se tum­ba­ría a mi lado todas las no­ches como el per­fec­to boy scout. No sabía que me do­le­ría que me to­ca­ra, que él es­ta­ría de­ma­sia­do asus­ta­do para co­ger­me la mano. De­be­ría salir por la noche con al­gu­na chica de bo­ni­tas cur­vas y alien­to a na­ran­ja.

Ins­truc­cio­nes para Adam

No cui­des de nadie más que de ti mismo. Ve a la uni­ver­si­dad, haz mu­chos ami­gos y em­bo­rrá­cha­te. Ol­ví­da­te las lla­ves de casa. Ríe. Come Pot-Nood­les para desa­yu­nar.

Sál­ta­te las cla­ses. Sé irres­pon­sa­ble.

—Bue­nas no­ches, Tessa.

—Bue­nas no­ches, Adam.

—He lla­ma­do a la en­fer­me­ra. Dice que de­be­ría­mos darle Ora­morph ade­más de mor­fi­na.

—¿Nadie ven­drá a ayu­dar­nos?

—Nos las apa­ña­re­mos solos.

—Ha vuel­to ha pre­gun­tar por su madre cuan­do es­ta­bas al te­lé­fono.

…no dejo de pen­sar en fue­gos en humo en fre­né­ti­cos re­pi­que­teo de cam­pa­nas y en los ros­tros sor­pren­di­dos de una mul­ti­tud como si les hu­bie­ra arre­ba­ta­do algo.

—Me que­da­ré con ella si quie­res, Adam. Baja a ver la tele o a dor­mir un poco.

—Le dije que no la de­ja­ría sola.

Es como apa­gar las luces una a una.

…la llu­via cae sua­ve­men­te sobre la arena y las pier­nas des­nu­das mien­tras papá da los úl­ti­mos to­ques al cas­ti­llo y aun­que está llo­vien­do Cal y yo co­ge­mos agua del mar con un cubo para el foso y luego cuan­do sale el sol po­ne­mos ban­de­ri­nes en las to­rres para que on­deen y com­pra­mos he­la­dos en el chi­rin­gui­to que hay en lo alto de las dunas y luego papá se sien­ta con no­so­tros mien­tras sube la marea y jun­tos tra­ta­mos de apar­tar el agua para que la gente del cas­ti­llo no se aho­gue.

—Venga, Adam. Nin­guno de no­so­tros ser­vi­rá de gran cosa si es­ta­mos ago­ta­dos.

—No, no me voy.

…cuan­do tenía cua­tro años casi me caí en el pozo de una mina de es­ta­ño y cuan­do tenía cinco el coche volcó en la au­to­pis­ta y cuan­do tenía siete fui­mos de va­ca­cio­nes y el hor­ni­llo se apagó en la ca­ra­va­na y nadie se dio cuen­ta.

…llevo toda una vida mu­rien­do…

—Ahora está más tran­qui­la.

—Hmmm.

Oigo sólo una frac­ción de las cosas. Las pa­la­bras caen como grie­tas, se pier­den dura horas, luego vuel­ven vo­lan­do y ate­rri­zan sobre mi pecho.

—Mu­chas gra­cias.

—¿Por qué?

—Por no huir, la ma­yo­ría de los chi­cos ha­brían sa­li­do co­rrien­do.

—La quie­ro.

Antes de MorirmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora