—¿Es cierto? —pregunta Cal de camino a la parada de autobús—. ¿Te gusta estar enferma?
—A veces.
—¿Por eso te has metido en el agua?
Me detengo y lo miro directamente a los ojos. Son claros y azules, como motas grises como los míos. Tenemos fotos suyas y mías a la misma edad y nos se nos distingue.
—Me he metido en el agua porque tengo una lista de cosas para hacer. Hoy debo decir sí a todo.
Cal reflexiona al respecto, tarda unos segundos en comprender las implicaciones, y luego sonríe de oreja a oreja.
—Entonces, ¿tienes que decir sí a todo lo que te pida?
—Eres un niño muy inteligente.
Subimos al primer autobús que pasa y nos sentamos en la parte de arriba, al fondo.
—Vale —susurra Cal—. Sácale la lengua a ese hombre.
Le encanta cuando obedezco.
—Ahora hazle el signo de la victoria a esa mujer de la acera… ahora lánzales besos a esos chicos.
—Sería más divertido si tú lo hicieras conmigo.
Hacemos muecas, saludamos a todo el mundo, gritamos "mocos", "culo" y "pilila" a pleno pulmón. Cuando apretamos el botón para solicitar la parada, estamos solos en la plataforma de arriba. Todo el mundo nos detesta, pero nos da igual.
—¿Adónde vamos? —pregunta Cal.
—De compras.
—¿Has traído la tarjeta de crédito? ¿Vas a comprarme algo?
—Sí.
Primero compramos un HoverCopter teledirigido, capaz de elevarse y volar hasta diez metros de altura. Cal tira el envoltorio en la papelera que hay a la entrada de la tienda y lo prueba en la calle. Caminamos detrás del aparato, deslumbrados por sus luces multicolores, hasta llegar a la lencería.
Pido a Cal que se siente dentro de la tienda, como todos los hombres que esperan a sus mujeres. Es maravilloso quitarse la ropa no para un examen médico, sino para una mujer de voz amable que me toma las medidas para un carísimo sujetador de encaje.
—Lila —respondo cuando me pregunta el color. Y también quiero las bragas a juego.
Después de pagar, me entrega el conjunto en una elegante bolsa de asas plateadas.
A continuación le compro a Cal un robot-hucha parlante. Luego escojo unos tejanos para mí, el mismo modelo pitillo prelavado que tiene Zoey.
Cal elige un juego de PlayStation. Yo, un vestido. Es de seda esmeralda y negra, y es lo más caro que me he comprado en mi vida. Me miro en el espejo parpadeando, dejo el vestido húmedo en el probador y vuelvo con Cal.
—Guay —aprueba al verme—. ¿Queda dinero para un reloj digital?
Le compro también un despertador que proyecta la hora en tres dimensiones sobre el techo de la habitación.
Después son unas botas. De piel, con cremallera y un poco de tacón. Y una bolsa de viaje en la misma tienda para meter todas las compras.
Tras una visita en la tienda de magia, tenemos que adquirir una maleta con ruedas para meter la bolsa. Cal disfruta guiándola, pero me pasa por la cabeza la idea de que si compramos más cosas, tendré que comprar un coche para llevar la maleta. Y un camión para el coche. Y un barco para el camión. Compraremos un puerto, un océano, un continente.
El dolor de cabeza empieza en el McDonald's. Es como si de repente alguien me arrancara el cuero cabelludo y hurgara en mi cerebro. Me siento mareada y con náuseas, y el mundo se me echa encima. Tomo paracetamol, aunque sólo me aliviará un poco.
—¿Te encuentras bien? —pregunta Cal.
—Sí.
Sabe que miento. Está ahíto de comida y satisfecho como un rey, pero hay miedo en sus ojos.
—Quiero irme a casa.
Tengo que decir que sí. Los dos fingimos que no es por mí.
Me quedo en la acera esperando mientras él para un taxi, apoyada en la pared para no caer.
No voy a terminar este día con una transfusión. Hoy no van a introducirme sus obscenas agujas en el cuerpo.
En el taxi, la mano de Cal es pequeña y amistosa y se acopla perfectamente a la mía. Trato de disfrutar el momento. No se ofrece a menudo a cogerme la mano.
—¿Nos reñirá mucho papá? —pregunta.
—Bah. ¿Qué puede hacernos?
Ríe.
Entonces, ¿podemos repetirlo otro día?
—Claro.
—¿Podemos ir a patinar sobre hielo la próxima vez?
—De acuerdo.
Sigue parloteando sobre rafting en aguas bravas, dice que le gustaría montar a caballo y que no le importaría probar el banyi. Miro por la ventanilla con la cabeza a punto de estallar. La luz se refleja en los muros y las caras, y me llega, brillante y cercana, como cien fuegos ardientes.
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Antes de Morirme
Teen FictionTessa, una adolescente de 16 años, desde hacen años padece cáncer. Sabe que sus días son contados y que puede morir de un momento a otro por lo que decide hacer una lista de cosas que hacer antes de morirse. Pero en esta lista no hay nada complicado...