Capitulo 31

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La pri­ma­ve­ra es un po­de­ro­so He­chi­zo.

El azul. Las nubes altas y es­pon­jo­sas. El aire más ca­li­do des­pués de se­ma­nas de frío.

—La luz es dis­tin­ta esta ma­ña­na —le digo a Zoey—. Me ha des­per­ta­do.

Ella cam­bia de pos­tu­ra en la ha­ma­ca.

—Que suer­te. A mi me ha des­per­ta­do un ca­lam­bre en la pier­na.

Es­ta­mos sen­ta­das bajo el man­zano. Zoey se ha traí­do una manta del sofá para en­vol­ver­se, pero yo no tengo frío. Es uno de esos sua­ves días de marzo en que la tie­rra pa­re­ce in­cli­nar­se hacia de­lan­te. La hier­ba se ha cu­bier­to de mar­ga­ri­tas. Cre­cen los tu­li­pa­nes. En los bor­des de la valla. El jar­dín in­clu­so huele di­fe­ren­te, a algo hú­me­do y se­cre­to.

—¿Estás bien, Tess? Te veo un poco rara.

—Estoy con­cen­tra­da.

—¿En qué?

—En se­ña­les.

Suel­ta un leve ge­mi­do, coge el fo­lle­to de va­ca­cio­nes de mi re­ga­zo y lo hojea.

—En­ton­ces me tor­tu­ra­ré con esto. Aví­sa­me cuan­do aca­bes.

—Nunca aca­ba­ré.

Esa bre­cha en las nubes por la que pasa la luz.

Ese pá­ja­ro osado que surca el cielo vo­lan­do en línea recta.

Hay se­ña­les por todas par­tes. Pro­te­gién­do­me.

Cal tam­bién las busca ahora, aun­que de un modo más prác­ti­co. Las llama "He­chi­zos para ale­jar la muer­te".

Ha pues­to ajo en­ci­ma de todas las puer­tas y en las cua­tro es­qui­nas de mi cama. Ha hecho le­tre­ros de "No Pasar" para la puer­ta de ade­lan­te y la de atrás.

Ano­che, mien­tras veía­mos la tele, ató nues­tras pier­nas jun­tas con una comba. Pa­re­cía que fué­ra­mos a par­ti­ci­par en una ca­rre­ra a tres pier­nas.

—Nadie podrá lle­var­te si estás atada a mí.

—¡Po­drían lle­var­te a ti tam­bién!

Se en­co­gió de hom­bros, como si eso le tu­vie­se sin cui­da­do.

—Tam­po­co po­drán lle­var­te en Si­ci­lia; no sa­brán donde estás.

—Ma­ña­na sale el avión. Una se­ma­na en­te­ra al sol.

Le doy en­vi­dia a Zoey con el fo­lle­to, pa­san­do el dedo por la playa vol­cá­ni­ca de arena negra, el mar bor­dea­do de mon­ta­ñas, las ca­fe­te­rías y las piaz­zas. En al­gu­nas fotos apa­re­ce el Etna con su enor­me mole cua­dra­da en el ho­ri­zon­te, re­mo­to y feroz.

—El vol­cán está ac­ti­vo. Suel­ta chis­pas por la noche, y cuan­do llue­ve todo se cubre de ce­ni­za.

—Pero no va a llo­ver, ¿ver­dad? Deben de estar a unos trein­ta gra­dos.— Cie­rra el fo­lle­to —. Aún no acabo de creer­me que tu madre le haya dado su bi­lle­te a Adam.

—Mi padre tam­po­co.

Zoey pien­sa en ello un mo­men­to.

—¿No es­ta­ba en tu lista con­se­guir que vol­vie­ran a jun­tar­se?

—El nú­me­ro siete.

—Qué ho­rri­ble. —Lanza el fo­lle­to a la hier­ba—. Me he pues­to tris­te.

Antes de MorirmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora