—Voy a ser el único del colegio con una hermana muerta.
—Será guay. Te librarás de hacer los deberes durante mucho tiempo y le gustarás a todas las chicas.
Cal reflexiona.
—¿Seguiré siendo hermano?
—Por supuesto.
—Pero tú no lo sabrás.
—Ya lo creo que sí.
—¿Me visitará tu fantasma?
—¿Tú quieres?
Sonríe con nerviosismo.
—Podría asustarme.
—Entonces no.
No puede estar quieto, no hace más que pasear por la alfombra entre mi cama y el armario. Algo ha cambiado entre nosotros desde el hospital. Ya no intercambiamos bromas de la misma soltura.
—Tira la tele por la ventana si quieres, Cal. A mí me ayudó a sentirme mejor.
—No quiero.
Entonces enséñame un truco de magia.
—Sale corriendo en busca de su material y vuelve con su chaqueta especial, la negra con bolsillos ocultos.
—Observa muy atentamente.
Ata dos pañuelos de seda por una esquina y se los mete en el puño. Abre la mano dedo a dedo. Vacía.
—¿Cómo lo has hecho?
Él sacude la cabeza y se da unos toquecitos en la nariz con la varita.
—Los magos no revelamos nuestros secretos.
—Hazlo otra vez.
En lugar de eso, se acerca y despliega una baraja de cartas delante de mí.
—Elige una, mírala y no me digas cuál es.
Elijo la reina de picas y luego la devuelvo a la baraja. Cal despliega de nuevo las cartas, esta vez boca arriba, pero la reina ya no está.
—¡Eres bueno, Cal!
Se deja caer sobre la cama.
—No lo suficiente. Ojalá pudiera hacer algo grande, algo tremendo.
—Puedes cortarme en dos con una sierra si quieres.
El sonríe, pero casi inmediatamente se echa a llorar, en silencio al principio, y luego con profundos sollozos. Por lo que sé, sólo es la segunda vez que llora, así que quizá lo necesite. Los dos actuamos como si no pudiera evitarlo, como si fuera una hemorragia nasal sin relación alguna con lo que está sintiendo. Tiro de él hacia mí y lo abrazo. Hipa en mi hombro, sus lágrimas traspasan mi pijama. Quiero lamerlas. Sus lágrimas auténticas.
—Te quiero, Cal.
Aunque le haga llorar diez veces más fuerte, me alegro de haberme atrevido a decírselo.
Número trece: abrazar a mi hermano mientras la noche se asienta en el alféizar de la ventana.
Adam se mete en la cama. Se tapa con el edredón hasta la barbilla como si tuviera frío o temiera que el techo fuese a caerle encima.
—Tu padre va a comprar mañana una cama plegable, y la pondrá aquí para mí.
—¿Ya no vas a dormir conmigo nunca más?
—Quizá no quieras, Tess. Quizá no quieras que te abrace.
—¿Y si quiero?
—Pues entonces te abrazaré.
Pero está aterrado. Lo veo en sus ojos.
—No pasa nada; te dejo marchar.
Calla.
—No, en serio. Te libero.
—No quiero liberarme. —se inclina sobre mi y me besa—. Despiértame si me necesitas.
Se duerme enseguida. Me quedo despierta escuchando cómo se apagan todas las luces de la ciudad. Las buenas noches susurradas. El perezoso crujido de los muelles de las camas.
Encuentro la mano de Adam y la sujeto con fuerza.
Me alegro que existan los porteros de noche, las enfermeras y los camioneros. Me consuela saber que en otros países con diferentes usos horarios, las mujeres están lavando ropa en el río y los niños se dirigen a la escuela. En algún lugar del mundo ahora mismo, un niño oye el alegre sonido del cencerro de una cabra mientras sube por una montaña. Me alegro mucho de eso.
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Antes de Morirme
Teen FictionTessa, una adolescente de 16 años, desde hacen años padece cáncer. Sabe que sus días son contados y que puede morir de un momento a otro por lo que decide hacer una lista de cosas que hacer antes de morirse. Pero en esta lista no hay nada complicado...