Capitulo 27

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La tarde trans­cu­rre rá­pi­da­men­te. Hemos des­pe­ja­do la mesa y en­cen­di­do el te­le­vi­sor. Es­cu­cha­mos el dis­cur­so de la reina y luego Cal hace unos tru­cos de magia.

Zoey se pasa la tarde en el sofá con Sally y mamá, re­pa­san­do hasta el úl­ti­mo de­ta­lle de su ma­lo­gra­da re­la­ción con Scott. In­clu­so les con­sul­ta sobre el parto.

—¿Duele tanto como dicen?

Papá se ha en­fras­ca­do en su nuevo libro, Co­mi­da or­gá­ni­ca. De vez en cuan­do lee en voz alta es­ta­dís­ti­cas sobre pro­duc­tos quí­mi­cos y pes­ti­ci­das a quien le in­tere­se.

Adam habla sobre todo con Cal. Le en­se­ña a girar las mazas, le en­se­ña un truco nuevo de mo­ne­das. Yo no hago más que cam­biar de idea sobre él. No se trata de su me gusta o no, sino de si yo le gusto. De vez en cuan­do nues­tras mi­ra­das se cru­zan, pero él siem­pre apar­ta la vista antes que yo.

«Te desea», me dice Zoey mo­vien­do los la­bios. Pero si es cier­to, no sé cómo lo­grar que ocu­rra.

Me paso la tarde ho­jean­do el libro que me ha re­ga­la­do Cal, Cien ma­ne­ras cu­rio­sas de co­no­cer a tu Crea­dor. Es muy di­ver­ti­do, pero no im­pi­de que me sien­ta como si es­tu­vie­ra en­co­gien­do por den­tro. Llevo dos horas sen­ta­da en esta silla del rin­cón, apar­ta­da de los demás. Sé que me aíslo y sé que no está bien, pero no sé de qué otra forma com­por­tar­me.

A las cua­tro se ha hecho de noche y papá ha en­cen­di­do todas las luces. Saca cuen­cos con fru­tos secos y go­lo­si­nas. Mamá pro­po­ne que ju­gue­mos a las car­tas. Me es­ca­bu­llo si­gi­lo­sa­men­te mien­tras ellos co­lo­can las si­llas. Estoy harta de pa­re­des y es­tan­te­rías. Estoy harta de ca­le­fac­ción cen­tral y jue­gos de mesa. Cojo el abri­go y salgo al jar­dín. Hace un frío ho­rro­ro­so. Me quema los pul­mo­nes, con­vier­te mi alien­to en humo. Me pongo la ca­pu­cha, me la ato bajo la bar­bi­lla y es­pe­ro.

Len­ta­men­te todo el jar­dín ad­quie­re ni­ti­dez, como si sur­gie­ra de la nie­bla: el acebo que araña el co­ber­ti­zo, un pá­ja­ro que ha sobre la valla con las plu­mas ahue­ca­das por el vien­to.

Den­tro es­ta­rán re­par­tien­do car­tas y pa­sán­do­se los ca­cahua­tes, pero aquí afue­ra bri­lla hasta la úl­ti­ma briz­na de hier­ba, eri­za­da por la es­car­cha. Aquí afue­ra, las es­tre­llas se amon­to­nan en el cielo como en un cuen­to de hadas. In­clu­so la luna pa­re­ce sor­pren­der­se.

Al acer­car­me al man­zano voy pi­san­do fru­tas caí­das. Toco los sur­cos del tron­co, tra­tan­do de sen­tir a tra­vés de los dedos su color gris pi­za­rra con ma­ti­ces mo­ra­dos. De las ramas cuel­gan flá­ci­das unas cuan­tas hojas. Un pu­ña­do de man­za­nas arru­ga­das se están tor­nan­do del color del orín.

Cal dice que los seres hu­ma­nos es­ta­mos he­chos de las ce­ni­zas nu­clea­res de es­tre­llas muer­tas. Dice que cuan­do yo muera, vol­ve­ré a ser polvo, bri­llo, llu­via. Si es cier­to, quie­ro que me en­tie­rren justo aquí, de­ba­jo de este árbol. Sus raí­ces al­can­za­rán los blan­dos res­tos de mi cuer­po y me chu­pa­rán todo el lí­qui­do. Re­na­ce­ré como una flor de man­zano. Caeré en pri­ma­ve­ra como el con­fe­ti y me pe­ga­ré a los za­pa­tos de mi fa­mi­lia. Me lle­va­rán en los bol­si­llos, es­par­ci­rán mi seda sutil sobre sus al­moha­das para dor­mir mejor. ¿Qué sue­ños ten­drán en­ton­ces?

En ve­rano me co­me­rán. Adam tre­pa­rá por la valla para ro­bar­me, se­du­ci­do por mi aroma, mi per­fec­ta forma re­don­dea­da, mi salud y mi as­pec­to lus­tro­so. Le pe­di­rá a su madre que me pre­pa­re en un pos­tre y luego se dará un atra­cón con­mi­go.

Antes de MorirmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora