Arranco el vestido de seda de su percha y le hago un corte horizontal justo por debajo de la cintura. Las tijeras estás afiladas, así que es fácil, como deslizar metal por agua. Al vestido azul cruzado le abro una raja en diagonal en el pecho. Los coloco junto sobre la cama, como un par de amigos enfermos, y los acaricio.
No me sirve de nada.
Los estúpidos tejanos que compre con Cal nunca me han quedado bien, así que les corto las perneras a la altura de las rodillas. Les arranco los bolsillo a todos los pantalones de chándal abro agujeros en mis sudaderas y lo tiro todo sobre la cama.
Tardo una eternidad en romper las botas. Me duelen los brazos y resuello. Pero esta mañana me han hecho una transfusión y en las venas me hierve la sangre de otras personas, así que no me detengo. Rajo las dos botas de arriba abajo. Dos alarmantes heridas.
Quiero estar vacía. Quiero vivir en un lugar despejado.
Abro la ventana y lanzo las botas. Aterrizan en la hierba.
El cielo es un único nubarrón gris. Cae una débil llovizna.
El cobertizo está mojado. La hierba está húmeda. La barbacoa se oxida sobre sus ruedas.
Saco el resto de ropa del armario. Me silban los pulmones, pero no paro. Los botones salen disparados cuando desgarro los abrigos. Hago pedazos los jerséis. Agujereo todos los pantalones. Pongo los zapatos en fila en el alféizar de la ventana y les corto las lengüetas.
Es agradable. Me siento viva.
Cojo los vestidos de la cama y los tiro por la ventana junto con los zapatos. Caen al jardín y se quedan allí bajo la lluvia.
Compruebo el móvil. No hay mensajes. Ni llamadas perdidas.
Odio mi habitación. Todo en ella me recuerda a otras cosas.
El pequeño cuenco de porcelana de St. Ives. El tarro de cerámica marrón donde mamá guardaba las galletas. El perro dormido con su pantufla que tenía la abuela en la repisa de la chimenea. Mi manzana verde de cristal. Todo acaba en la hierba salvo el perro, que se estrella contra la valla.
Los libros se abren cuando los lanzo. Sus hojas aletean como aves exóticas, se rompen y bajan revoloteando. Los CD y DVD pasan como Frisbees por encima de la vallas. Que se los ponga Adam a sus nuevos amigos de la universidad cuando yo haya muerto.
Edredón, sábanas, mantas, todo va fuera. Los frascos y cajas de medicamentos de mi mesita de noche, la jeringuilla mecánica de infusión subcutánea, la crema Dirpobase, la Aqueous Cream. El joyero.
Rajo el puf, decoro el suelo con bolas de poliestireno y arrojo la bolsa vacía a la lluvia. El jardín está muy animado. Crecerán cosas.
Árboles de pantalones. Vides de libros. Luego me tiraré yo misma por la ventana y echaré raíces en esa franja oscura que hay junto al cobertizo.
Sigo sin recibir ningún mensaje. Lanzo el móvil por la ventana.
El televisor pesa como un coche. Me duele la espalda. Me arden las piernas. Lo arrastro por la alfombra. No puedo respirar, tengo que parar. La habitación se mueve. Respira. Respira. Puedes hacerlo. Tiene que desaparecer todo.
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Antes de Morirme
Teen FictionTessa, una adolescente de 16 años, desde hacen años padece cáncer. Sabe que sus días son contados y que puede morir de un momento a otro por lo que decide hacer una lista de cosas que hacer antes de morirse. Pero en esta lista no hay nada complicado...