Capitulo 18

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Mo­rri­sons es el su­per­mer­ca­do del cen­tro co­mer­cial. Pron­to será la hora de salir de los co­le­gios y es­ta­rá lleno.

—Coge una cesta —dice Zoey—. Y ten cui­da­do con los vi­gi­lan­tes.

—¿Qué pinta tie­nen?

—¡De estar tra­ba­jan­do!

Ca­mino des­pa­cio, sa­bo­rean­do los de­ta­lles. Hacía años que no en­tra­ba en un su­per­mer­ca­do. En la char­cu­te­ría tie­nen unos pla­ti­tos en­ci­ma del mos­tra­dor. Cojo dos tro­zos de queso y una acei­tu­na y me doy cuen­ta de que estoy fa­mé­li­ca, así que me apo­de­ro de un pu­ña­do de ce­re­zas de la sec­ción de fru­te­ría. Voy co­mién­do­las mien­tras ca­mino.

—¿Cómo es po­si­ble que comas tanto? —re­fun­fu­ña Zoey—. Me dan ganas de vo­mi­tar con sólo mi­rar­te. —Me in­di­ca que eche en la cesta cosas que no quie­ra, cosas nor­ma­les como sopa de to­ma­te y ga­lle­tas de nata—. Y en la cha­que­ta te metes las cosas que sí quie­res.

—¿Como qué?

—¡Y yo qué coño sé! —ex­cla­ma exas­pe­ra­da—. Esto está lleno de cosas. Elige.

Elijo un fras­qui­to de pin­tau­ñas rojo vam­pi­ro. Aún llevo la cha­que­ta de Adam. Tiene mon­to­nes de bol­si­llos. Me lo meto en uno fá­cil­men­te.

—¡Es­tu­pen­do! —aprue­ba Zoey—. Has in­frin­gi­do la ley. ¿Po­de­mos irnos ya?

—¿Y esto es todo?

—Téc­ni­ca­men­te sí.

—¡Esto no es nada! Ha­bría sido más emo­cio­nan­te salir co­rrien­do de la ca­fe­te­ría sin pagar.

Ella sus­pi­ra y mira su móvil.

—Cinco mi­nu­tos más. —Habla con el mismo tono que mi padre.

—¿Y tú qué? ¿Te vas a que­dar mi­ran­do?

—Yo vi­gi­lo.

La de­pen­dien­ta de la sec­ción de far­ma­cia está ha­blan­do sobre toses de pecho con un clien­te. No creo que vaya a echar en falta este tubo de crema hi­dra­tan­te para el cuer­po, o este pe­que­ño tarro de créme de corps nu­tri­tif. En la cesta meto unas ga­lle­tas de cen­teno. Al bol­si­llo va una crema hi­dra­tan­te para la cara. Bol­sas de té a la cesta. Tra­ta­mien­to para la piel se­do­sa al bol­si­llo. Es como coger fre­sas.

—¡Esto se me da bien! —le digo a Zoey.

—¡Es­tu­pen­do!

Ni si­quie­ra me es­cu­cha. Me­nu­da vi­gi­lan­cia la suya. Anda to­que­tean­do por el mos­tra­dor de far­ma­cia.

—A la sec­ción de cho­co­la­tes —anun­cio.

Pero ella no me res­pon­de, así que la dejo a su aire.

Esto no es Bél­gi­ca pre­ci­sa­men­te, pero la sec­ción de con­fi­te­ría tiene ca­ji­tas de tru­fas con bo­ni­tas cin­tas de co­lo­res. Sólo valen una libra con no­ven­ta y nueve, así que birlo un par y me las meto en el bol­si­llo. La chupa de mo­to­ris­ta es fan­tás­ti­ca para robar. No sé si Adam habrá re­pa­ra­do en ello.

Al lle­gar al final del pa­si­llo, junto a los con­ge­la­dos, tengo los bol­si­llos re­ple­tos. Mien­tras estoy pa­ra­da pre­gun­tán­do­me cuan­to tar­da­rían en des­ha­cer­se las ta­rri­nas de he­la­do en la cha­que­ta, pasan por mi lado dos chi­cas que iban con­mi­go a clase. Se de­tie­nen al verme, se in­cli­nan la una a la otra y cu­chi­chean. Estoy a punto de man­dar­le un men­sa­je a Zoey para que venga a ayu­dar­me cuan­do ellas me abor­dan.

Antes de MorirmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora