Capitulo 43

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Mi madre es­tu­vo ca­tor­ce horas de parto con­mi­go. Fue el mes de mayo más ca­lu­ro­so que se ha re­gis­tra­do. Hacía tanto calor que no llevé nada de ropa du­ran­te las dos pri­me­ras se­ma­nas de vida.

—Te tum­ba­ba sobre mi es­tó­ma­go y nos pa­sá­ba­mos horas dur­mien­do —me cuen­ta mamá—. Con tanto calor, no se podía hacer nada más que dor­mir.

Es como las cha­ra­das esto de re­pa­sar re­cuer­dos.

—En el au­to­bús, cuan­do iba a re­unir­me con papá en su des­can­so para comer, tú te sen­ta­bas en mi re­ga­zo y mi­ra­bas a la gente. Te­nías una mi­ra­da muy pe­ne­tran­te. Todo el mundo lo co­men­ta­ba.

La luz es muy bri­llan­te. Un rec­tán­gu­lo de luz, gran­de como una losa, entra por la ven­ta­na y ate­rri­za sobre la cama. Puedo des­can­sar la ca­be­za al sol sin si­quie­ra mo­ver­me.

—¿Re­cuer­das cuan­do fui­mos a Cro­mer y per­dis­te tu pul­se­ra de dijes en la playa?

Ha traí­do fotos, me las mues­tras una a una.

Una tarde verde y blan­ca en­sar­tan­do mar­ga­ri­tas.

La luz le­cho­sa del in­vierno en la gran­ja ur­ba­na.

Hojas ama­ri­llas, botas em­ba­rra­das y un cubo negro mos­tran­do or­gu­llo­sa­men­te.

—¿Qué co­gis­te? ¿Te acuer­das?

Phi­lip­pa dijo que el oído sería lo úl­ti­mo que per­de­ría, pero no me dijo que vería co­lo­res cuan­do la gente me ha­bla­ra.

Fra­ses en­te­ras for­ma­ban arco iris de lado a lado de la ha­bi­ta­ción.

Mis pen­sa­mien­tos se tor­na­ban con­fu­sos. Estoy junto a la cama y es mamá la que ago­ni­za. Apar­to la sá­ba­nas y está des­nu­da; es una mujer arru­ga­da y tiene el vello pú­bi­co gris.

Lloro por un perro al que atro­pe­lló u coche y en­te­rra­ron. Nunca tu­vi­mos perro. No es un re­cuer­do mío.

Soy mamá en un poni cru­zan­do la ciu­dad al trote para vi­si­tar a papá. Él vive en unas vi­vien­das de pro­tec­ción ofi­cial, y mi mon­tu­ra y yo nos me­te­mos en el as­cen­sor y subimos hasta el oc­ta­vo piso. Los cas­cos del poni hacer ruido me­tá­li­co. Río.

Tengo doce años. Vuel­vo a la casa del co­le­gio y mamá está en la puer­ta. Lleva pues­to el abri­go y hay una ma­le­ta a sus pies. Me tien­de un sobre. "Dale esto a papá cuan­do re­gre­se".

Me da un beso de des­pe­di­da. La ob­ser­vo hasta que llega al ho­ri­zon­te, y en lo alto de la co­li­na se des­va­ne­ce como una nube de humo.

Antes de MorirmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora