Zoey no debería haberme pedido que la acompañara. No he podido parar de contar desde que entramos por la puerta. Llevamos siete minutos aquí. Zoey tiene hora para dentro de seis minutos. Se quedó embarazada hace noventa y cinco días.
Intento pensar en números al azar, pero todos parecen cuadrar con algo. Ocho: el número de discretas ventanas de la pared del fondo. Uno: la recepcionista igualmente discreta.
Quinientos: la cantidad de libras que le va a costar a Scott deshacerse del bebé.
Zoey me dedica una sonrisa nerviosa por encima de la revista que hojea.
—Apuesto a que no hay nada como esto en la Seguridad Social.
No lo hay. Los asientos son de piel, hay una gran mesa de centro cuadrada con una pila de relucientes revistas nuevas, y hace tanto calor que he tenido que quitarme el abrigo. Pensaba que esto estaría lleno de chicas con pañuelos estrujados y aire desamparado, pero sólo estamos Zoey y yo. Ella se ha recogido el pelo en una cola de caballo y lleva otra vez los amplios pantalones de chándal. Está pálida y tiene aspecto cansado.
—¿Sabes cuáles son los síntomas que más me alegrará perder de vista?— Deja la revista sobre el regazo para enumerar con los dedos—. Mis tetas, que parecen una especie de mapa monstruoso, con todas esas venas azules. La pesadez que siento, que hasta los dedos me parecen de plomo. Los vómitos. El continuo dolor de cabeza. Y los ojos irritados.
—¿No hay nada bueno?
Reflexiona un momento.
—Huelo diferente. Huelo muy bien.
Me inclino sobre la mesita y respiro hondo. Huele a humo, a perfume, a chicle. Y a algo más.
—¿A fecunda?
—¿Qué?
—Significa que eres fértil.
Me mira sacudiendo la cabeza como si estuviera majareta.
—¿Eso te ha enseñado tu novio?
No le respondo, así que vuelve a concentrarse en la revista. Veintidós páginas de los artilugios más novedosos. Cómo escribir la canción de amor perfecta. ¿Llegarán a ser posibles los viajes espaciales?
—Una vez vi una película sobre una chica que moría — le cuento —. Al llegar al cielo, el bebé que le había nacido muerto a su hermana estaba allí y ella lo cuidaba hasta que todos se reunían de nuevo.
Zoey finge no haberme oído. Pasa la hoja como si la hubiera leído.
—Podría ocurrirme a mí, Zoey.
—Vale ya.
—Tu bebé es tan pequeño que podría guardarlo en el bolsillo.
—¡Cállate, Tessa!
—El otro día estabas mirando ropa de bebé.
Zoey se recuesta en el asiento y cierra los ojos. Se le entreabre la boca, como si la hubieran desconcertado.
—Por favor. Por favor, cállate. No deberías haber venido si no estabas de acuerdo con esto. Tiene razón. Lo supe anoche viendo que no podía dormir. La ducha goteaba en el cuarto de baño, y algo —¿una cucaracha, una araña?— correteaba por la alfombra de la habitación. Me levanté y bajé en bata. Pensaba tomar una taza de chocolate caliente y tal vez ver algún programa nocturno de la tele. Pero justo en medio de la cocina había un ratón atrapado en una de las trampas de papá para cucarachas. La única parte que no se había pegado al cartón era una pata trasera, que usaba como remo tratando de impulsarse para alejarse de mí. Sufría. Yo sabía que tenía que matarlo, pero no sabía cómo sin causarle más dolor. ¿Un cuchillo de cocina? ¿Unas tijeras? ¿Un lápiz clavado en la nuca? Sólo se me ocurrían finales horribles. Al final saqué un viejo envase de helado del armario y lo llené de agua. Sumergí al ratón en él y lo sujeté con una cuchara de madera. El ratón me miraba con asombro, esforzándose por respirar. Tres diminutas burbujas de aire salieron de su boca, una detrás de otra.
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Antes de Morirme
Teen FictionTessa, una adolescente de 16 años, desde hacen años padece cáncer. Sabe que sus días son contados y que puede morir de un momento a otro por lo que decide hacer una lista de cosas que hacer antes de morirse. Pero en esta lista no hay nada complicado...