—Estoy conectado. —Papá señala su portátil—. ¿Quieres hacer el favor de ir a dar vueltas a otra parte?
La luz del ordenador parpadea en sus gafas. Me siento en una silla delante de él —Eso también me molesta —dice sin levantar la vista.
—¿Qué me siente aquí?
—No.
—¿Qué dé golpecitos en la mesa?
—Escucha, aquí dice que un médico ha desarrollado un sistema llamado respiración de huesos. ¿Habías oído hablar de eso?
No.
—Has de imaginar que tu respiración es un color cálido, luego respiras a través del pie izquierdo, subiendo por la pierna hasta la cadera, y expulsas el aire de la misma forma. Se hace siete veces y luego se repite con la pierna derecha. ¿Quieres probarlo?
—No.
Se quita las gafas y me mira.
—Ya no llueve. ¿Por qué no coges una manta y te sientas en el jardín? Ya te llamaré cuando llegue la enfermera.
—No quiero.
Suspira, vuelve a ponerse las gafas y a concentrarse en el ordenador. Lo odio. Sé que me mira cuando salgo de la habitación. Oigo su pequeño suspiro de alivio.
Las puertas de los dormitorios están cerradas, así que el recibidor está oscuro. Subo las escaleras a cuatro patas, me siento en lo alto y miro hacia abajo. Hay movimiento en la penumbra. A lo mejor empiezo a ver cosas que otras personas no pueden ver. Como los átomos. Bajo dando botes con el culo y vuelvo a subir en cuatro patas, y disfruto notando cómo se hunde la alfombra al hincar las rodillas. Hay trece escalones. Cada vez que los cuento me sale lo mismo.
Me acurruco al pie de la escalera. Aquí es donde se sienta la gata cuando quiere que tropecemos con ella. Siempre he querido ser gato. Cariñoso y domesticado cuando le apetece, salvaje cuando no.
Suena el timbre de la puerta. Me acurruco más aún.
Papá sale al recibidor.
—¡Tessa!— llama al verme—. ¡Por el amor de Dios!
La enfermera de hoy es nueva. Lleva una falda escocesa y es robusta como un armario. Papá parece decepcionado.
—Ésta es Tessa. —Y señala el sitio donde estoy acurrucada.
La enfermera se sorprende.
—¿Se ha caído?
—No; hace casi dos semanas que se niega a salir de casa, y se está volviendo loca.
Ella se acerca y me mira. Sus pechos son enormes y se balancean cuando alarga la mano para levantarme del suelo. Tiene la mano grande como una raqueta de tenis.
—Me llamo Philipa —dice, como si eso lo explicara todo.
Me lleva al salón, me ayuda a sentar y hace lo propio justo delante de mí.
—Bueno, ¿no te encuentras muy bien hoy?
—¿Se encontraría bien usted?
Papá me lanza una mirada de advertencia. Me da igual.
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Antes de Morirme
Teen FictionTessa, una adolescente de 16 años, desde hacen años padece cáncer. Sabe que sus días son contados y que puede morir de un momento a otro por lo que decide hacer una lista de cosas que hacer antes de morirse. Pero en esta lista no hay nada complicado...