Capitulo 34

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Se tur­nan como los por­te­ros. Papá viene por la ma­ña­na y Adam por la tarde. Papá vuel­ve por la noche con Cal. Mamá me vi­si­ta de vez en cuan­do, e in­clu­so con­si­guió pre­sen­ciar una trans­fu­sión com­ple­ta en su se­gun­da vi­si­ta.

"He­mo­glo­bi­na y pla­que­tas en ca­mino", dijo cuan­do em­pe­za­ron.

Me gustó que co­no­cie­ra esas pa­la­bras.

Pero son diez días. In­clu­so me he per­di­do la Pas­cua. Ha sido mucho tiem­po per­di­do.

Cada noche que paso a solas en la cama del hos­pi­tal quie­ro estar con Adam, con sus pier­nas en­la­za­das en las mías, con su calor.

—Quie­ro vol­ver a casa —le digo a la en­fer­me­ra.

—To­da­vía no.

—Estoy mejor.

—No es su­fi­cien­te.

—¿Qué es­pe­ran? ¿En­con­trar una cura?

El sol se le­van­ta por la ma­ña­na y todas las luces de la ciu­dad se apa­gan. Las nubes sur­can ve­lo­ces el cielo, los co­ches salen y en­tran del apar­ca­mien­to con ritmo fre­né­ti­co, luego el sol vuel­ve a hun­dir­se en el ho­ri­zon­te y otro día ter­mi­na. El tiem­po vuela. La san­gre vuela.

Pre­pa­ro la bolsa y me visto. Me sien­to en la cama tra­tan­do de pa­re­cer ani­ma­da. Estoy es­pe­ran­do a James.

—Me voy a casa —le digo mien­tras exa­mi­na mi grá­fi­co.

Él asien­te como si lo es­pe­ra­ra.

—¿Estás de­ci­di­da?

—Del todo. Echo de menos el tiem­po. —Se­ña­lo la ven­ta­na por si acaso está de­ma­sia­do ocu­pa­do para re­pa­rar en la tenue luz y las nue­ves en el cielo azul.

—Hay que se­guir cier­to rigor para man­te­ner este re­cuen­to glo­bu­lar, Tessa.

—¿No puedo ser ri­gu­ro­sa en casa?

Me mira con se­rie­dad.

—La línea que se­pa­ra la ca­li­dad de vida que te­nías y la in­ter­ven­ción mé­di­ca ne­ce­sa­ria para man­te­ner­la es muy fina. Sólo tú pue­des juz­gar si me­re­ce la pena. ¿Me estás di­cien­do que estás harta y quie­res aban­do­nar?

No dejo de pen­sar en las ha­bi­ta­cio­nes de casa, el color de las al­fom­bras y las cor­ti­nas, la po­si­ción exac­ta de los mue­bles. Me gusta el ca­mino que va de mi dor­mi­to­rio al jar­dín pa­san­do por la co­ci­na. Quie­ro re­co­rrer ese ca­mino. Quie­ro sen­tar­me en la hier­ba, en mi ha­ma­ca.

—La úl­ti­ma trans­fu­sión sólo duró tres días.

Asien­te com­pren­si­vo.

—Lo sé. Lo sien­to.

—Me han hecho otra esta ma­ña­na. ¿Cuán­to cree que va a durar?

Sus­pi­ra.

—No lo sé.

Aca­ri­cio la sá­ba­na con la palma de la mano.

—Sólo quie­ro vol­ver a casa.

—¿Por qué no ha­bla­mos con el equi­po de asis­ten­cia a do­mi­ci­lio de la co­mu­ni­dad? Si con­si­go que te vi­si­ten a dia­rio, tal vez po­da­mos hacer una va­lo­ra­ción dis­tin­ta. —Cuel­ga el grá­fi­co a los pies de la cama—. Les lla­ma­ré por te­lé­fono y re­gre­sa­ré cuan­do venga su padre.

Antes de MorirmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora