Capitulo 21

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Zoey me abre la puer­ta con el pelo re­vuel­to. Lleva la misma ropa que la úl­ti­ma vez que la vi. —¿Vie­nes a la playa? —Tin­ti­neo las lla­ves del coche de­lan­te de su cara.

Le echa un vis­ta­zo al coche de papá.

—¿Has ve­ni­do tú sola?

—Sí.

—¡Pero si no sabes con­du­cir!

—Ahora sí. Es el nú­me­ro cinco de mi lista.

Frun­ce el en­tre­ce­jo.

—¿Te han dado cla­ses al­gu­na vez?

—Más o menos. ¿Puedo pasar?

Abre más la puer­ta.

—Lím­pia­te los za­pa­tos en la es­te­ri­lla o quí­ta­te­los.

Su casa siem­pre está in­creí­ble­men­te lim­pia y or­de­na­da, como si fuera de ca­tá­lo­go. Sus pa­dres pasan tanto tiem­po fuera tra­ba­jan­do que su­pon­go que no tie­nen oca­sión de en­su­ciar­la. Sigo a Zoey hasta el salón y me sien­to en el sofá. Ella lo hace fren­te a mí en el borde de una bu­ta­ca y se cruza de bra­zos.

—Así que tu padre te ha pres­ta­do el coche, ¿eh? Aun­que no tie­nes se­gu­ro ni es legal, ¿no?

—En reali­dad no sabe que lo he co­gi­do, pero ¡se me da muy bien con­du­cir! Ya lo verás. Apro­ba­ría el exa­men si tu­vie­ra la edad.

Zoey sa­cu­de la ca­be­za como si le cos­ta­ra creer lo es­tú­pi­da que soy. De­be­ría estar or­gu­llo­sa de mí. He con­se­gui­do es­ca­bu­llir­me sin que papá se en­te­re. He re­cor­da­do ajus­tar los re­tro­vi­so­res antes de poner en mar­cha el motor, luego he apre­ta­do el em­bra­gue para meter pri­me­ra, he sol­ta­do el em­bra­gue al tiem­po que apre­ta­ba el ace­le­ra­dor. He dado tres vuel­tas a la man­za­na y sólo se me ha ca­la­do dos veces, mi mejor marca. He lo­gra­do orien­tar­me en la ro­ton­da e in­clu­so he pues­to ter­ce­ra en la calle prin­ci­pal de ca­mino a casa de Zoey. Y ahora la tengo de­lan­te, lan­zán­do­me mi­ra­das ase­si­nas, como si hu­bie­ra co­me­ti­do un te­rri­ble error.

—¿Sabes? —digo, y me pongo de pie para abro­char­me el abri­go—. Pen­sa­ba que si con­se­guía lle­gar hasta aquí sin es­tre­llar­me, la única di­fi­cul­tad que me que­da­ría por su­perar sería con­du­cir por la ca­rre­te­ra de doble sen­ti­do. No creí que pre­ci­sa­men­te tú fue­ras a darme el co­ña­zo.

Ella arras­tra los pies como si qui­sie­ra arran­car algo del suelo.

—Lo sien­to. Es que tengo cosas que hacer.

—¿Cómo qué?

Se en­co­ge de hom­bros.

—No pue­des dar por sen­ta­do que todo el mundo es­ta­rá libre sólo por­que tú lo estás.

Noto que algo crece den­tro de mí mien­tras la miro, y en ese mo­men­to de ab­so­lu­ta lu­ci­dez me doy cuen­ta de que no me cae nada bien.

—¿Sabes qué, Zoey? Ol­ví­da­lo. Se­gui­ré con mi lista yo sola.

Ella se le­van­ta agi­tan­do su es­tú­pi­da me­le­na e in­ten­ta pa­re­cer ofen­di­da. Es un truco que fun­cio­na con los tíos, pero que no cam­bia nada lo que sien­to por ella.

—¡No he dicho que no quie­ra ir!

Pero es evi­den­te que se ha abu­rri­do de mí. Está desean­do que me muera de una vez para poder se­guir con su vida.

Antes de MorirmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora