Capitulo 39

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Zoey está co­sien­do. No sabía que su­pie­ra coser. Sobre el re­ga­zo tiene un traje de bebé color limón. En­he­bra la aguja con un ojo ce­rra­do y hace un nudo en el hilo des­pués de la­mer­se los dedos. ¿Quién le ha en­se­ña­do eso? La ob­ser­vo va­rios mi­nu­tos; ella cose como si siem­pre lo hu­bie­ra hecho. Lleva la rubia me­le­na re­co­gi­da en alto y su cue­llo se curva en un suave án­gu­lo. Se muer­de el labio in­fe­rior, con­cen­tra­da.

—Vive —le digo—. Vi­vi­rás, ¿ver­dad?

Alza la vista de re­pen­te y se chupa la san­gre del dedo.

—¡Mier­da! No sabía que es­ta­bas des­pier­ta.

Me hace reír.

—Estás ra­dian­te.

—¡Estoy gorda! —Se yer­gue a duras penas en la silla y me en­se­ña el vien­tre para de­mos­trar­lo—. Estoy como una vaca.

—Me en­can­ta­ría ser ese bebé que hay en sus en­tra­ñas. Ser pe­que­ña y sana.

Ins­truc­cio­nes para Zoey

No le digas a tu hija que el pla­ne­ta se está yendo a la mier­da. En­sé­ña­le cosas bo­ni­tas. Sé un co­lo­so para ella, aun­que tus pa­dres no lo fue­ran para ti. No te líes con nin­gún chico que no te quie­ra.

—Cuan­do nazca el bebé, ¿crees que echa­rás de menos tu vida de antes?

Zoey me mira con so­lem­ni­dad.

—De­be­rías ves­tir­te. No es bueno que te pases el día en pi­ja­ma.

Me re­cues­to en las al­moha­das y miro las es­qui­nas de la ha­bi­ta­ción. Cuan­do era niña, que­ría vivir en el techo, que pa­re­cía muy lim­pio y des­pe­ja­do, como la parte su­pe­rior de un pas­tel. Ahora sólo me re­cuer­da a las sá­ba­nas.

—Sien­to como si te es­tu­vie­ra fa­llan­do. No podre ha­cer­te de can­gu­ro ni ayu­dar­te en nada.

—Haces muy buen tiem­po. ¿Quie­res que le pida a tu padre o a Adam que te lle­ven un rato fuera?

Los pá­ja­ros com­pi­ten entre sí en la hier­ba. Fle­cos de nubes cu­bren el cielo azul. Esta tum­bo­na está ca­lien­te, como si hu­bie­ra ab­sor­bi­do la luz del sol du­ran­te horas.

Zoey lee una re­vis­ta. Adam me aca­ri­cia los pies a tra­vés de los cal­ce­ti­nes.

—Es­tu­chad esto —dijo Zoey—. Ganó un con­cur­so de chis­tes.

Nú­me­ro ca­tor­ce: un chis­te.

—Un hom­bre entra en la con­sul­ta del mé­di­co con una rana en la ca­be­za. El mé­di­co pre­gun­ta: "¿Qué le su­ce­de?", y con­tes­ta la rana: "Pues mire, que me ha sa­li­do un tío entre los hue­vos."

Me río un mon­tón. Soy un es­que­le­to que ríe. Oír­nos a Adam, Zoey y a mí es como que te ofrez­can co­lar­te por una ven­ta­na. Po­dría ocu­rrir cual­quier cosa.

Zoey me pone a su hija en los bra­zos.

—Se llama Lau­ren.

Es gor­di­ta y pe­ga­jo­sa y babea leche. Huele bien. Agita los bra­zos en el aire y sus de­di­tos se me meten en la nariz.

—Hola, Lau­ren.

Le digo lo gran­de y lista que es. Le digo todas las ton­te­rías que ima­gino que les gusta oír a los bebés. Y ella me mira con ojos in­son­da­bles y abre la boca en un enor­me bos­te­zo. Veo el in­te­rior de su bo­qui­ta ro­sa­da.

Antes de MorirmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora