Capitulo 36

726 18 0
                                    

—Bueno, ¿y pen­sa­bas de­cír­me­lo o no? —le pre­gun­to.

Adam me mira con ex­pre­sión grave, sen­ta­do en el borde de la silla.

—Me re­sul­ta muy di­fí­cil.

—En­ton­ces es que no.

Se en­co­ge de hom­bros.

—Lo he in­ten­ta­do un par de veces, pero me pa­re­ce tan in­jus­to… como si es­tu­vie­ra mal tener vida pro­pia.

Me in­cor­po­ro en la cama.

—¡No te atre­vas a com­pa­de­cer­te por vivir!

—No me com­pa­dez­co.

—Por­que si quie­res morir tú tam­bién, te diré cómo lo ha­re­mos. Sa­li­mos con la moto, co­ge­mos una curva muy ce­rra­da a toda ve­lo­ci­dad justo cuan­do venga un ca­mión en sen­ti­do con­tra­rio y nos ma­ta­mos jun­tos: mon­to­nes de san­gre, fu­ne­ral con­jun­to, nues­tros hue­sos en­tre­la­za­dos por toda la eter­ni­dad. ¿Qué tal?

Se le ve tan ho­rro­ri­za­do que me echo a reír. Él son­ríe tam­bién, ali­via­do. Es como di­si­par la nie­bla, como si el sol hu­bie­ra sa­li­do en la ha­bi­ta­ción.

—Ol­vi­dé­mos­lo, Adam. Me ha pi­lla­do en un mal mo­men­to, eso es todo.

—¡Lo has ti­ra­do todo por la ven­ta­na!

—Pero no ha te­ni­do nada que ver con­ti­go.

Re­cues­ta la ca­be­za en la silla y cie­rra los ojos.

—Ya.

Papá le ha dicho que no pien­so vol­ver al hos­pi­tal. Todo el mundo lo sabe. Phi­lip­pa ven­drá ma­ña­na para co­men­tar las op­cio­nes, aun­que no creo que que­den mu­chas. El efec­to de la trans­fu­sión de hoy se está pa­san­do.

—¿Y qué tal te ha ido en la uni­ver­si­dad, por cier­to?

Se en­co­ge de hom­bros.

—Es muy gran­de, con mu­chos edi­fi­cios. Me he sen­ti­do un poco per­di­do.

Pero aguar­da el fu­tu­ro con ex­pec­ta­ción. Lo veo en sus ojos. Ha ido en tren hasta Not­tingham. Irá a mu­chos si­tios sin mí.

—¿Has co­no­ci­do a al­gu­na chica?

—No.

—¿No es para eso que uno va a la uni­ver­si­dad?

Se le­van­ta de la silla y se sien­ta en el borde de la cama. Me mira con se­rie­dad.

—Voy a ir por­que mi vida era una mier­da hasta que te co­no­cí. Voy a ir por­que no quie­ro estar aquí cuan­do tú ya no estés, vi­vien­do con mi madre y sin que cam­bie nada. Ni si­quie­ra ha­bría pen­sa­do en ir de no ser por ti.

—Apues­to a que me ha­brás ol­vi­da­do al aca­bar el pri­mer tri­mes­tre.

—Apues­to a que no.

—Prác­ti­ca­men­te es una ley.

—¡Basta! ¿Tengo que hacer al­gu­na lo­cu­ra para que me creas?

—Sí.

Son­ríe.

—¿Qué su­gie­res?

—Cum­ple tu pro­me­sa.

Alar­ga la mano para le­van­tar el edre­dón, pero lo de­ten­go.

—Pri­me­ro apaga la luz.

Antes de MorirmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora