Capítulo XII

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Cuando mi hija murió, mi vida se fue apagando; no le vi el sentido a mi existencia y caí en un pozo sin fondo, no me importaba nada ni nadie; descuidé a mi hijo, a mi familia, a mis amigos, a mí, descuidé todo en general.

Mi estado no era el más favorable, mi familia no me soportaba, mi hijo no me soportaba, ni yo misma lo hacía. Los pensamientos negativos iban en aumento cada día y yo solo quería morirme para poder reunirme con mi hija, lo cual era muy egoísta de mi parte teniendo todavía a un hijo a mi lado, pero no me importaba nada de eso.

La muerte de un hijo es muy dolorosa, y más cuando ni siquiera pudiste verla cuando estaba viva. Yo no pude ver sus ojitos, ni sentir su piel cálida sobre la mía.

El primer día de vuelta en casa fue un total inferno. Llegar a la habitación de mis hijos, ver una mitad pintada de color verde y la otra lila, me hizo recordar que mi beba no podría disfrutar nada eso, no podría probarle ninguno de los vestidos que me habían enamorado y que anhelaba tanto verle. No pude estar mucho tiempo en esa habitación, no soportaba ver nada de eso, así que mi tía mandó a reorganizarla, todo lo lila había desaparecido y solo quedó lo verde.

Las cenizas de mi hija se encontraban en mi habitación, en un altar, con fotos que mi familia —quienes sí tuvieron la dicha de conocerla viva—, tomó; allí lloraba todos los días.

Al principio me hice cargo de mi hijo, lo bañaba, lo alimentaba, pero nunca le hacía cariño, no jugaba con él, no lo consolaba cuando lloraba, porque yo también lo hacía. Pasados los días mi hijo me fue rechazando, rechazó mi leche, rechazó mi tacto; no podía cargarlo porque se soltaba a llorar, entonces lo fui descuidando hasta el punto en el que lo veía solo de vez en cuando, a pesar de estar en la misma casa, y mi tía y Teresita se hacían cargo de él, por lo que no me preocupé.

Casi no podía dormir, si descansaba dos o tres horas al día era mucho, aunque no cuidaba de mi hijo, si me dedicaba cada noche a verlo dormir y luego me largaba a llorar al recordar que mi hija no estaba a su lado, al recordar lo mala madre que estaba siendo, y aun sabiendo eso, no hacía nada para remediarlo.

Un mes después del nacimiento de los mellizos, yo todavía no volvía a ser la misma, incluso había bajado mucho de peso, estaba por debajo de mi peso antes del embarazo y eso tenía preocupados a todos, muchas veces me desmayé del cansancio, pero nadie se daba cuenta porque yo me la pasaba encerrada en mi habitación. Recuerdo que mi tía le contó lo sucedido a mis padres y que estos quisieron hablar conmigo, pero yo los rechacé, si no me apoyaron cuando tenía a mis hijos en el vientre no quería que lo hicieran ahora que solo tenía a un hijo, luego de un tiempo ellos se rindieron.

Pasado un tiempo mi tía ya no aguantaba más la situación, por lo que me llevó con un psicólogo, sin embargo, este no daba resultado ya que, yo no mostraba indicios de querer mejorar.

Pero un día, tuve mi llamada de auxilio.

Tenía días sin dormir, estaba tan cansada que tomé pastillas de dormir de más. Tuve una sobredosis, duré cuatro días inconsciente y cuando desperté mi tía me puso al tanto de todo, ella fue quien me encontró y en seguida me llevaron a una clínica, todos estaban preocupados por mí, creyeron que quería suicidarme, pero yo les aclaré que no era ese mi propósito si no que estaba tan cansada que no me di cuenta de cuantas pastillas me había tomado.

Desde ese día tuve una perspectiva diferente de la vida, tuve que estar tan cerca de la muerte para darme cuenta de lo que casi me perdía, si moría mi hijo quedaría huérfano y nunca me lo hubiese perdonado, acepté la ayuda del psicólogo y le confesé que el rechazo que le tenía a mi hijo era porque sentía que no lo merecía, que estaba traicionando a mi hija si le tomaba cariño a mi propio hijo.

¿Nuestro "Felices Por Siempre"?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora